Según el diccionario de la RAE, ser feo es carecer de belleza o atractivo. Hay que ver lo corta que es esta palabra de solo dos sencillas vocales y una solitaria consonante y cuánto rinde en nuestras agitadas vidas.

Ser feo tal vez no sea un desgracia pero sí es una vaina y a veces no pequeña. Este es un mundo en que casi todo acaba siendo cortado por lo estético, los zapatos, los edificios, los pasteles de boda, los ornitorrincos australianos, las personas, o los carros se rigen por sus dos categorías principales lo bello y lo feo, y sus matices variados de ¨es bonito¨, ¨es mono¨, ¨es gracioso¨ y otros más para el primero, y ¨es regular¨, ¨es pasable¨, ¨no se ve tan mal¨ y otros también más o menos azucarados para el segundo.

Entre las personas ser buen mozo o buena moza de verdad es una probabilidad de un 4% o 5% solamente, por lo que los feos estamos en ese saco -me incluyo de mala gana- en abrumadora mayoría y por ello es que los Robert Redford, Brad Pitt, George Clooney, o Richard Gere, que hace poco sobrepasaban el listón del buenmocismo eran más deseados por las mujeres que encontrar un parqueo disponible en el centro de Nueva York.

Si el porcentaje fuera al revés el 95% de buenos mozos y 5% de feos lo más probable es que el asunto fuera todo lo contrario, las muchachas lindas y preciosas, cansadas de ver tanta belleza masculina a su alrededor dirían: mira ¡un feo! qué raro, qué exótico, voy a ver si lo conquisto y les doy un plato de envidia a mis amigas.

Pero la dura realidad es otra, los feos tenemos menos oportunidades en la vida en muchos aspectos importantes, como por ejemplo en la consecución de empleos, sobre todo ahora que quienes se encargan de los recursos humanos suelen ser mujeres que tienen un olfato especial para detectar alcoholes y vagancias masculinas, y aunque el currículo presentado sea muy bueno, casi como el de un Einstein, si el candidato es bastante ¨rarito¨ como decimos aquí lo va a tener más difícil que un pendolista ganarse la vida en estos tiempos de impresión por computadoras.

Igual sucede en los casting para películas o comerciales de publicidad, digan lo que digan los teóricos de lo feo sobre el supuesto auge o predominio de esta mayoritaria condición, para los papeles principales casi siempre se buscan las y los más agraciados y por eso existen los iconos de Marilyn Monroe, Raquel Welch o la Jennifer López y no los de Ñaña, Muchi o Pimpi que son las más feas del barrio, y para los papeles de malos, de gánster o asesinos se eligen las caras torcidas, las que atemorizan, las repulsivas, como si para ser malo fuese una obligación ser feo ¿Recuerdan el rostro de Boris Karloff en el papel de Frankenstein? ¿Por qué no podía lucir como el de Paul Newman? ¿Es qué no hay buenos mozos malos? ¡Demasiados! ¡Perversos estereotipos!

Y si se es en exceso las cosas empeoran, un amigo mío es tan feo, tan feo, que fue a un concurso de feos y lo echaron por abusador, no les iba a dar chance de ganar a ninguno de los participantes.

Claro que hay excepciones, ahí está el actor mejicano llamado Machete, feo por antonomasia, que solo verle la cara -acentuada por un maquillaje siniestro- da grima, repulsión y terror y a esa fea catadura le sacan sus buenos dineros en filmes truculentos.

Otra es el famoso escritor norteamericano de origen alemán Charles Bukowsky, inteligente para las letras en extremo, pero feo a rabiar y de cara hasta repulsiva por las llagas y acné, acentuada aún más por la pobreza, el alcoholismo y la bohemia, pero que tuvo hermosas mujeres a su lado porque decía que no importaba ser feo si siempre se tenía algo interesante solo para ellas.

Lo de los hombres feos desde siempre ha estado en el candelero y ha dado mucho que hablar, incluso se ha constituido el Feísmo como tendencia estética que valora lo feo sobre lo bello, tal como lo cultivaron los hermanos Chapman famosos por sus dioramas, aquellos antecedentes del cine, siniestros, sanguinolentos y grotescos.

Hace ya unos buenos años, por el 1974, el excelente Gran Combo de Puerto Rico de Andy Montañez tocó el tema con una simpática y pegajosa canción titulada la Eliminación de los feos en la que se anunciaba que los iban a eliminar por ley y nombraban muchos de los componentes de su orquesta y del ambiente de la farándula de ese país.

En respuesta, el gran Johnny Ventura nuestro grabó otro disco con el título de la Protesta de los feos en el que afirmaba que las mujeres preferían a un feo sabroso que un hombre que sea precioso pero que no tuviera melodía, y que los feos tiene su truquito para triunfar. Y también citaba a unos cuantos feos del patio.

Alguien con muy buen tino decía que siempre hay una zapatilla para un zapato por feos, viejos o desguañingados que ambos sean y tenía razón, nadie en este mundo se queda sin encontrar su buscada o encontrada media naranja aunque que después con el tiempo se le vuelva su medio limón o su limón entero, pero ese ya es otro asunto de la evolución amatoria. Si hay algo peor que ser feo es ser feo y además pobre.

Sabemos por experiencia que las fortunas extrañamente embellecen a sus poseedores como era el caso del magnate Aristóteles Onassis, un bien feíto, no muy bien construido y malgenioso el señor griego, pero el oro de su flota de buques ¨enamoró¨ a la bella Jacqueline que primero fue de Kennedy y después del Ricacho. Y como este caso hay centenares, millares más, de atractivos ejemplos. Así que feos ¡A ganar dinero!

Que la gente prefiere no ser fea se demuestra en la cantidad de cirujanos estéticos y centros dedicados hoy en día a resaltar la belleza o disminuir la ¨feura¨, antes solo acudían las mujeres pero ahora los hombres ocupan turno para obtener un buen espacio en esos sillones esperanzadores. Florecen como hongos del bosque después de una noche lluviosa.

Los bisturís no dan abasto haciendo horas extras acortando narices, enderezando bocas, aumentando o reduciendo senos, ajustando nalgas que por aquí las tenemos de volúmenes muy considerables, levantando párpados y toda clase de arreglos corporales tal como lo hacían antes los zapateros remendones poniendo suelas y clavando tachuelas con los calzados gastados o defectuosos en los portales o en plena calle.

Las cremas y demás potingues faciales o corporales, todos milagrosos, se fabrican y venden por millares y siempre sale al mercado una nueva que es la definitiva, el ¨ rien ne va plus¨ que dicen en las ruletas de los casinos sofisticados de las películas y la que compradoras y compradores se abalanzan sobre ellas.

Los hombres cuando la alopecia comienza a ponerse como una pista de aterrizaje se hacen trasplantes de pelo al por mayor y al detalle, si bien otros se pelan el poco que aún les queda al estilo ¨bombillo¨ porque dicen que se así ven más masculinos.

En fin, los feos, feos somos, y poco o nada podemos o queremos hacer para evitarlo, así que si ustedes pacientes lectores les ha tocado esa lotería biológica de ser feo, como yo, hagámosle caso a Johnny Ventura y cultivemos lo de la sabrosura y el truquito para triunfar cada uno a su manera, a semejanza de la de Frank Sinatra. No nos queda otra y déjenme decirles esa receta bien criolla y caribeña ¡funciona!

¿Y qué opinamos sobre las féminas? pues lo que decimos muy acertadamente los dominicanos: que ninguna mujer es fea ¡lo que hay es poco romo!