Hasta ayer, el corazón de los pueblos enarbolaba un protagonismo esencial en causas sociales, unidos a una sola voz y creyendo jamás ser vencidos. Miguitas de esperanzas provocaban que la cultura del esfuerzo viviera latente y que caminar hasta las puertas del éxito fuera factible. Actualmente, el hueco de estas puertas se ha tornado estrecho y nebuloso, las oportunidades se pintan calvas y los pocos que convidaban a pensar en un futuro promisorio se están quedando rezagados. A pesar de tanta información y tecnología, muchos de esta última generación han involucionado en contenidos atrofiados, y para rematar, su remuneración y aceptación es mayor que aquellos que se han esforzado trabajando, educando y aprendiendo durante años.

Así respira mi barrio cándido, colgado sobre la desilusión y viviendo a corto plazo. Excluidos por un muro imaginario, que dificulta al niño del arrabal compartir con el niño élite que está detrás de la pared, lanzarse al otro lado es un riesgo y reclamar un cambio es cuesta arriba, pues esta separación nos incluye de quienes toman las grandes decisiones del país. Las calles de mi barrio se están quedando sin salidas para el éxito, sin poder emigrar de un tétrico entramado que figura un accionar cíclico y agonizante. “Por cierto, en esta tarde gris, desde nuestra esquina acostumbrada y con ojos de melancolía, hemos visto a Juan regresar de la ciudad con su maleta triste y vacía”.

Desde hace tiempo nuestra esperanza cotidiana descansó en la apuesta de un gallo, en el bolo 13 o la carrera de caballo. Con el devenir de los tiempos, las amenazas banales y las formas peligrosas de buscarse el moro han ido creciendo de manera preocupante por la falta de oportunidades y códigos morales, hoy existen “las banditas del barrio”, un inestable accionar de la policía, los puntos de drogas, las manifestaciones de violencias cotidianas, los antivalores de los urbanos, entre otras cosas más. La fuerza de voluntad para cambiar nuestro paradigma social, reside en los órganos institucionales del poder político, sin embargo, mi suburbio durante años ha llenado su barriga de ilusiones mediante fórmulas, cosa que en la praxis regularmente es distinta.

Pese a las fragmentaciones y la desesperanza, en mi barrio solo hay risas francas, corazones alegres y almas solidarias. Preocupaciones como (pobreza, desocupación, hambre y desnutrición, aislamiento, sistema educativo y de salud) ya han desplegado sus efectos devastadores, especialmente en los jóvenes actuales. Como ven, no somos muertos vivos, solamente somos vivos que se nos ha negado el derecho a vivir dignamente.

Procuremos caminar por un camino verde esperanza, hilando el sueño de una sociedad cohesionada y sin traumas para salir adelante; mientras esperamos en futuro acciones que garanticen transparencia, buenos servicios públicos, oportunidades, niveles de igualdad social, cuidado de la naturaleza, etc. Vamos a recordar a Ramón Leonardo cuando decía: “En los barrios de mi pueblo, también se dan las flores”.