Con nosotros los dominicanos se puede hablar cualquier cosa, se pueden tratar todos los temas. Es más, solo hay que ver las encuestas que se hacen en la calle o ver la opinión que tiene una persona sobre algún tópico. Lo más gráfico que tenemos son las encuestas que hacía Freddy Beras Goico en su esquina y que entrevistaba a los comediantes en sus caracterizaciones de diferentes personajes.
Sabemos de política, de deporte, de religión, de música, de todo. Pero en lo que más diestros somos es en medicina. Nos gusta hacer un diagnóstico y recetar.
Hace unos pocos meses tuve una afección en la piel. Gracias a Dios que tengo mi médico de cabecera. Ella, porque es mujer, me dijo primero que era nervioso, luego examinó bien y me dijo que era alergia al detergente, en seguida me recomendó que me tomara un antialérgico y una pomada que le habían recetado a ella y que enseguida la curó.
No conforme con el diagnóstico, le mostré a dos doctoras más. Una me dijo que era un empeine y la otra que era soriasis.
No me recetaron nada. Mis doctoras tan cercanas son: Norma, la muchacha que me auxilia en la casa, las otras dos mis nueras, una administradora de empresa, la otra diseñadora gráfica. Ellas con mucha propiedad me dieron su diagnóstico. Aunque me olvidé de una cuarta doctora, mi sobrina Darina, quien vive fuera del país, ella me recomendó un antialérgico y una crema refrescante.
En vista de la duda opté por una quinta opinión.
Decidí ir a una “matóloga”, como dice Norma, léase dermatóloga. Hice una sala de cinco horas, aunque tenía el primer turno. Cuando le comenté sobre el parecer de las cuatro “doctoras” me dijo que no era nada de eso, ella se explotó de la risa cuando supo quienes eran. Me dijo que era una dermatitis por contacto, que no usara el detergente que estaba usando, que utilizara guantes y me recomendó unos medicamentos. Coincidió con mi muchacha.
Después de unos días, Norma se apareció con una pomada de veinte pesos de la botica popular y yo desesperada, me la comencé a untar. Desde el primer día ella me había recetado esa pomada y unos antialérgicos baratos de la farmacia del pueblo. Si me hubiera llevado de ella, otra cosa hubiera sido. Ya estoy se puede decir, bien.
Norma sabe de todo, es tan así que cuando mis sobrinos e hijos tenían una relación para casarse tenía que dar el visto bueno. Ella en sí es una medicina, sabe de sicología, resuelve problemas y es dama de compañía. Llega a mi casa a las nueve de la mañana, pero se sienta en un sillón a conversar conmigo hasta las diez. Ahí me entero de cuántos mataron en la Ciénaga la noche anterior. Me informa de quiénes se murieron. Quiénes han dado a luz y dónde. Quiénes tuvieron una pelea conyugal. A quién le dio un patatús y qué hicieron. A quién le cortaron un pie y hasta los delincuentes que andan huyendo. Estoy también al tanto de los desalojos.
Conozco a todos en su barrio, no porque los conozca en sí, sino porque llevo cerca de cuarenta años escuchando las historias que a diario ocurren. Conozco a toda su familia, muchos de forma real, otros sé cómo son sin haberlos visto nunca.
Quien tenga algún problema yo le podría recomendar a “Nona”, seguro que encontrará la solución.