La llamada literatura gótica, oriunda de Inglaterra, surgió en las postrimerías del siglo XVIII y se caracteriza por su tenebrismo, la trama de suspenso y misterio, su carácter fantástico y sobrenatural, su ambiente de terror en muchos casos, a veces terror y romanticismo. Generalmente se desarrolla en un lejano pasado, tan lejano como oscuro. El nombre remite a la arquitectura gótica o neogótica que sirvió de escenario a muchas obras del género, y a la tribu de los godos, que no tiene nada que ver.
Horace Walpole, el autor de la novela «El castillo de Otranto», subtitulada «Una historia gótica», fue el pionero, el que fundó o bautizó el género.

Entre las cumbres del gótico se encuentran las obras de las hermanas Bronté, especialmente la claustrofóbica «Cumbres borrascosas», con su obsesiva y omnipresente presencia de la muerte. Se encuentran varios cuentos de Charles Dickinson, y, por supuesto, «El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hayde »,de Robert Louis Stevenson.

Una de las más sorprendentes y persistentes obras del género es la novela «Drácula», del irlandés Bram Stoker, una truculenta historia de amor con un fondo de terror. La otra es el «Frankenstein» de Mary Shelley, la historia de un torpe monstruo solitario en busca de amigos.

Igualmente celebrada y tenebrosa en su época, hasta el punto de que infundía terror, es «Los elixires del diablo», una novela del polifacético músico y escritor alemán E. T. A. Hoffmann. Típico producto del gótico, del llamado romanticismo oscuro que desquició, según se dice, a algún estudiante y lo indujo al suicidio.

En los Estado Unidos se señala a Nathaniel Hawthorne y a Edgar Allan Poe, como representantes del gótico. Washington Irving, afiliado al romanticismo, también es autor de varios famosos relatos que encajan perfectamente en el molde del género gótico, en el de un romanticismo particularmente oscuro, cuando no fantástico, terrorífico, siniestro.

Pienso ahora en «La leyenda de Sleepy Hollow», pienso en «La novia del espectro» y pienso sobre todo en «El diablo y Tom Walker».

Tom Walker es otro que convive con una mujer gruñona, aunque él no lo es menos, se aman y se odian cordialmente y viven como perros y gatos en la mayor pobreza, una condición que acentúa todos los males. El encuentro de Tom Walker con el diablo no le produjo ninguna sorpresa, no fue mejor ni peor que el cotidiano encuentro o desencuentro con su mujer.

Ocurrió una tarde que regresaba a su desvencijado hogar por unos tétricos parajes de espanto donde moraban indios y seres demoniacos, según decía la gente…

«Tom Walker, empero, no era hombre que se asustara fácilmente con esos relatos. Se echó a reposar contra el tronco de un árbol caído, incluso se deleitó con los trinos de un pájaro, y mientras recuperaba las fuerzas comenzó a apilar barro con su bastón… Así estaba, removiendo el barro sin pensar en lo que hacía, cuando tropezó su bastón con algo que le ofreció dura resistencia; se levantó, removió un poco más de barro y sacó aquello contra lo que había chocado la punta de su bastón; era una calavera que tenía clavado un tomahawk indio. Por el estado del hacha supo que había pasado mucho tiempo desde que se produjera el ataque, así que no le dio más importancia a su descubrimiento, diciéndose que no era más que un triste recuerdo de aquellos días de lucha feroz entre los colonos y los guerreros indios.

»—¡Toma! —dijo entonces Tom Walker pegándole una patada a la calavera para sacudirle el barro que tenía encima.

»—¡Deje tranquilo ese cráneo! —oyó entonces Tom Walker que le decía una voz cavernosa.

»Tom alzó los ojos y vio a un negro muy alto y corpulento, sentado frente a él sobre un tronco, unos metros más allá. Su sorpresa fue grande, pues ni un solo paso había oído, pero mayor aún fue su extrañeza al darse cuenta de que el hombre que así le hablaba no era en realidad ni un negro ni un indio, eso lo pudo ver con absoluta certeza a despecho de la oscuridad, aunque su manera de vestir recordase la de los indios y llevara un grueso cinturón rojo. Pero el color de su tez no era negro ni cobrizo, sino más bien mugriento, como de hollín, lo propio de quien se desempeña habitualmente entre fraguas y llamas. Lucía además una cabellera negra y reseca que se agitaba a uno y otro lado de continuo y le caía sobre los hombros.

»Aquella aparición estuvo mirando un rato a Tom con sus ojos grandes y rojos.

»—¿Qué estás haciendo en mis dominios? —le preguntó entonces con su voz de ultratumba.

»—¡Tus dominios! —exclamó con sorna Tom—. Estas tierras son tan tuyas como mías; al fin y al cabo pertenecen al diácono de Peabody…

»—¡Que se muera el maldito diácono! —dijo violento el extraño—. Y te aseguro que morirá si no se preocupa más de sus pecados en vez de hacerlo por los de sus vecinos… Mira hacia allí y verás cómo le van las cosas al diácono…

»Miró Tom en la dirección que le señalaba el desconocido para ver un gran árbol, muy frondoso, pero que tenía el tronco enfermo, una hendidura enorme en la corteza, un hueco absoluto… El primer viento fuerte que soplara lo tiraría a tierra sin remedio. Mas vio también Tom Walker que en lo que de corteza sana le quedaba al tronco estaba grabado a navaja el nombre del diácono, un hombre respetado, prominente, rico por los muchos negocios de ventaja que había hecho con los indios… Miró después alrededor del árbol y comprobó que en casi todos los demás había un nombre, siempre de los hombres más respetables de la región y siempre en los árboles que parecían a punto de caerse. Pero vio más Tom; en el tronco del árbol contra el que se había echado para descansar estaba escrito el nombre de Crowninshield, un colono muy rico y famoso por hacer ostentación de su riqueza, que le venía, según el decir de muchos, de sus tratos con los piratas».

***

Lo interesante de la situación es que Tom Walker conversa y hace preguntas cómo si el engendro con el que estaba hablando fuese una persona que acabase de conocer en una reunión social.

«—Dime, te lo ruego, quién eres… ¿Me lo puedes decir? —le preguntó Tom, ahora con cierta angustia».

»—¡Oh!, tengo un montón de nombres… En algunas regiones soy el cazador furtivo, en otras me llaman el minero negro… Aquí, por ejemplo, aluden a mí como el leñador negro; los hombres de la piel cobriza me consagraron este lugar, y es cierto que, para honrarme, asaron algún que otro rostro pálido… Admito que me encanta el olor de la carne quemada en sacrificio… Desde que los pieles rojas fueron exterminados por vosotros, los salvajes rostros pálidos, me lo paso muy bien, sin embargo, persiguiendo a los cuáqueros y a los anabaptistas… Digamos que soy el gran patrón y protector de los esclavos negros y el maestro supremo de las brujas de Salem…

»—Lo que quiere decir, si no me equivoco —apostilló Tom, audaz y firme—, que eres ése al que de común llaman el Diablo.

»—El mismo, a tu servicio… —dijo el hombre oscuro, con una inclinación de cabeza muy cortés.

»Así, según lo refieren las antañonas historias del lugar, se produjo la conversación entre el Diablo y Tom Walker, aunque puede que, de tan apacible, resulte poco creíble… Uno puede pensar que en un encuentro semejante, con tal personaje, en un lugar lóbrego y apartado, lo normal hubiera sido que Tom Walker perdiera los nervios y la compostura, pero lo cierto es que se trataba de un hombre con buen temple, incluso frío, de esos que no se asustan así por las buenas… Además, al fin y al cabo llevaba muchos años viviendo con una auténtica furia, su esposa, por lo que ya no le daba miedo ni el Diablo…»
***

Más le hubiera valido, sin embargo, a Tom Walker no tomar las cosas a la ligera. Eso le habría aconsejado, sin duda, mi buen amigo Dinápoles, que entiende de estas cosas.