¿A cuántas mujeres les regalaron una cirugía plástica para el 8 de Marzo? Porque aquí se regalan cirugías por motivo de cumpleaños, de San Valentín y hasta por el Día de las Madres. Se regalan a niñas por sus quince años y por su graduación. Los bancos ofrecen préstamos para financiar los procedimientos. El colmo de esta fiebre quirúrgica fue la promoción surrealista y profundamente ofensiva que circuló recientemente por las redes de una rifa para el Día de las Madres que ofrece dos opciones de premio: el combo 1 incluye abdominosplastia e implantes de senos; el combo 2, abdominosplastia, lipo modelado corporal y transferencia de grasa en los glúteos. Para mamá en su día, la cirugía plástica más peligrosa de todas. Increíblemente, el rifero es el cirujano.
La popularidad de las cirugías plásticas parece no verse afectada por los bien conocidos riesgos de muerte y de complicaciones que amenazan a las pacientes de estos procedimientos, quienes son, por supuesto, abrumadoramente de sexo femenino. La mujer sin implantes de senos se ubica en una categoría estética considerada inferior, por lo que no puede aspirar a una carrera exitosa en los medios de comunicación o en el mundo artístico, por ejemplo, y sus bonos en el mercado matrimonial/sexual se devalúan significativamente.
El paradigma de belleza femenina actual es un producto quirúrgicamente reconstruido que no existe en la naturaleza: cuerpo delgado, cintura estrecha, senos aumentados y nalgas gigantescas. Increíblemente, miles de mujeres dominicanas están ávidas de exponer su salud y sus vidas sometiéndose a uno o varios de estos procedimientos de “embellecimiento”, aunque ello implique incurrir en deudas enormes (cuando son ellas las que pagan). Muchos hombres ricos ahora exigen a sus novias, amantes o esposas someterse a procedimientos que, a su juicio, elevarán tanto el valor de mercado de la mujer como el prestigio de su propietario, quien la podrá exhibir con orgullo ante los demás hombres. El hombre que paga por la reconstrucción quirúrgica de su hembra no solo alardea del producto adquirido sino también de su poder de compra. Muchas veces son las mujeres las que “chapean” (a falta de un mejor término) a sus parejas, a fin de mejorar su posición de mercado cuando el hombre de turno se canse de ella.
Las cirugías plásticas son el colmo de la cosificación femenina, la apoteosis de su identidad como objeto sexual para el uso y disfrute de otros. En esta época dizque post-feminista, cuando tantas voces tratan de convencernos de que las mujeres ya lograron la igualdad de derechos en todos los ámbitos (es decir, paren ya de joder), no parece llamar mucho la atención la paradoja de que personas supuestamente empoderadas se sometan voluntariamente a peligrosas modalidades de automutilación como forma de mejorar su estatus social, laboral y sexual. Quizás no sea casualidad que el auge de las cirugías plásticas que inicia en las últimas décadas del siglo XX haya coincidido con el ingreso masivo de las mujeres a la educación superior y al mercado laboral, y que los extremos actuales post-Kardashian coincidan con el backlash anti-feminista en curso. Quizás hay que ver estas cirugías como un mecanismo de contrainsurgencia, que reafirma la devaluación intrínseca de las mujeres por más igualdad y más derechos que hayan conquistado.
Claro que no hay que olvidar el rol que juegan en todo esto la mercantilización de la vida social y el ansia desmedida de dinero. En las sociedades capitalistas, hacerse rico es el bien supremo que justifica todos los excesos de la industria de la belleza y sus proveedores, todos los procedimientos innecesarios y riesgosos, todas las muertes y mutilaciones, sin que a las autoridades de salud parezca importarles un comino. Más allá de las cirugías plásticas, la falta de regulación es un problema generalizado en el caso de las mujeres, que se siguen destruyendo el hígado con el uso de cremas blanqueadoras y aumentando su riesgo de sufrir cánceres ginecológicos con el uso de desrizados. Los perfumadores, duchas y otros productos dizque para la higiene vaginal, además de innecesarios, son una causa importante de infecciones por hongos y bacterias debido a la alteración de la microflora natural de la vagina. ¿Cuántas mujeres que usan desrizados, cremas blanqueadoras y duchas vaginales están conscientes de los riesgos de salud asociados a estas prácticas? ¿Por qué las autoridades dominicanas no destinan siquiera el 1% del enorme presupuesto destinado a la publicidad y promoción gubernamentales para informar a las mujeres sobre estos temas?
La idea profundamente arraigada en nuestra cultura de que las vulvas no solo apestan sino que además son feas ha resultado ser sumamente lucrativa, tanto para las empresas que inducen a la mujeres al uso de duchas y perfumes vaginales, como para el creciente ejército de médicos que se dedican a la mal llamada “estética genital”. Según testimonios de médicas amigas, cada día aumenta el número de gineco-obstetras que abandonan la práctica de su especialidad para dedicarse exclusivamente a la plástica genital, por ser muchísimo más lucrativa.
Una revisión somera de Google revela la gran cantidad de médicos y clínicas en Santo Domingo que ofertan procedimientos quirúrgicos para dizque corregir los “defectos” e “imperfecciones” de las vulvas femeninas -es decir, para reducir la hermosa variedad de colores, formas y tamaños que nos dio la naturaleza al arquetipo de vulva -rosada e infantilizada, con labios diminutos- que muestra la pornografía. Entre los procedimientos quirúrgicos más populares están justamente la labioplastia de labios mayores y/o menores, así como la reducción del capuchón del clítoris, el aumento de volumen de los labios mayores con fillers, vaginoplastias diversas, incluyendo restauración del himen, la liposucción en el monte de Venus o lifting púbico, entre otras.
Según los “cirujanos vaginoplásticos” y los “cosmetoginecólogos” que se dedican a estas tareas, su propósito principal es mejorar la autoestima de la mujer, aunque muchos también prometen revitalizar su goce sexual, lo que parece a todas luces falso. El “apretamiento” de la vagina podrá aumentar el placer del hombre pero no imagino cómo la mutilación quirúrgica del clítoris y los labios menores puede mejorar el disfrute sexual de la mujer. El llamado “punto para el marido” (husband stitch), que consiste en coser las episiotomías o desgarros vaginales más de lo necesario después del parto para aumentar el placer sexual del hombre, es el referente obligado en esta discusión: el procedimiento se hace sin tomar en cuenta que “cerrar de más la entrada de la vagina, el introito, supone para la mujer que tiene tejidos mal colocados, no hay elasticidad, el clítoris está aprisionado en su parte terminal, la entrada de algo en su vagina produce dolor, y mayor dolor saber que no ha sido necesario y han realizado una práctica quirúrgica sin su consentimiento”. ¿Cuántas mujeres sufren de coito doloroso en este país, sin imaginar siquiera la causa de su padecimiento?
Y lo más importante: ¿dónde están las autoridades de salud que debieran estar regulando la mega-industria en que se ha convertido la cirugía plástica, con sus múltiples riesgos y complicaciones? Y no se trata solo de las complicaciones inmediatas causadas por la anestesia, por un embolismo graso fulminante, por una infección, sino de problemas que pueden aparecer años después de la cirugía, como en el caso de los implantes de seno. ¿Cuántas mujeres se los colocarían si supieran que le van a interferir la lectura de mamografías y que para evitar complicaciones severas se los deben retirar o cambiar cada 10 años? Me cuenta una amiga gineco-obstetra que en su época de residente solo se hacían abdominosplastias a mujeres que no pensaban tener más hijos y que muchos médicos hasta exigían un certificado de ligadura de trompas antes de hacerla. Ahora, por el contrario, hay médicos haciéndole el procedimiento a veinteañeras sin hijos, que luego llegan embarazadas a la consulta de mi amiga con el vientre plano y “duro como una tabla”, incapaz de distenderse normalmente para acomodar el embarazo.
Como las autoridades gubernamentales no cumplen con su responsabilidad regulatoria, habría que preguntar qué están haciendo las sociedades profesionales, sobre todo las de cirugía plástica y gineco-obstetricia, varios de cuyos directivos se lucran de las prácticas que están supuestos a regular. Vistos los conflictos de interés de estas sociedades, habría que apelar entonces al Colegio Médico Dominicano, aunque sabemos que el CMD jamás denuncia las malas prácticas de los colegas y solo se interesa en las demandas económicas de la membresía. En otras palabras, las mujeres, como la generalidad de los consumidores dominicanos, no tienen quién las proteja.
Y así nos encontró el 8 de Marzo, en este país donde es más fácil conseguir un lifting de glúteos -el más mortífero de los procedimientos “estéticos”- que un aborto terapéutico para salvar tu vida; donde no hay un solo cirujano plástico preso por mala práctica médica, pero ay del médico que se atreva a interrumpirle el embarazo a una niña de 10 años violada por su papá. La suerte es que ya logramos la igualdad plena.