Frente a los medios de comunicación, los gobiernos del mundo se han metido en una frenética carrera de contar muertos e infectados de la enfermedad por coronavirus (COVID-19), siguiendo mecánicamente el modelo de la Organización Mundial de la Salud con sede en Ginebra, Suiza.

Nada más estresante en un momento crucial en que urge disipar traumas psicológicos colectivos. Y nada más penoso en tanto, paradójicamente, OMS tiene historia de inversión en la capacitación de periodistas y comunicólogos sobre comunicación en salud y comunicación de crisis, especializaciones que muy lejos están del amarillismo que induce el muertómetro activado en estos días de pandemia. 

El alegato de transparencia informativa no justifica tal letanía diaria. Al menos, no la justifica con esos matices tan tenebrosos y despojados de contextualización. Sobre todo, porque el rejuego estadístico con presintomáticos, sospechosos, confirmados y nunca confirmados ha despertado dudas en varios países respecto de la calidad de la información servida. Bélgica, diferente a los demás, ha preferido no jugar al autoengaño; suma a sus totales los fallecidos con síntomas de la patología sin haberles hecho el diagnóstico con las pruebas rápidas y las PCR.

COJEANDO EN COMUNICACIÓN

El gobierno dominicano ha asumido marzo como el mes en que debutó aquí la COVID-19 provocada por el SARS-COV-2.

La referencia ha sido la detección de la enfermedad en un turista italiano que había ingresado al país el 22 de enero de 2020 y se había hospedado en el Vivas Dominicus Beach Resort, de Bayahíbe, provincia La Altagracia, al este de la capital. El ciudadano italiano de 62 años aún sigue en aislamiento en el hospital Ramón de Lara, municipio Santo Domingo Este.

Luego ha venido la aceptación de la transmisión comunitaria y el ritual de la contadera mediática (el martes, 245 decesos con diagnósticos, 5044 confirmados). El virus fue detectado y aislado por primera vez a final de diciembre de 2019 en la ciudad Wuhan, China.

Con una crisis sanitaria de largo aliento, como la que está en curso, una rueda de prensa para contadera de muertos y tres o cuatro preguntas, la mayoría acríticas, sirve de mucho al sensacionalismo periodístico, pero muy poco a la urgencia de conocimiento y ejecución de acciones de autoprotección colectiva. Puro difusionismo.

Un ejemplo patético: la mayoría de las personas evidencian errores graves en la manipulación de las mascarillas recomendadas por la autoridad, lo cual aumenta el riesgo de contagio. Y la causa es una sola: aunque hayan recibido por los medios masivos la información sobre la obligatoriedad del uso, carecen del estado de conciencia que les lleve a un cambio de las actitudes tradicionales de llevarse las manos a la boca y los ojos y fraternizar con besos y abrazos. Igual desconocen los procedimientos de manejo de ese instrumento preventivo.

No hay a la vista, sin embargo, una campaña sistemática orientada a lograr el salto hacia la nueva conducta.

El llamado a “distanciamiento social” (físico) parece que tampoco ha sido comprendido por la población. Son comunes las escenas de personas arremolinadas en supermercados, bancos, mercados y sitios de distribución de raciones alimenticias. El ministro de Salud y vocero de las ruedas de prensa, Rafael Sánchez, a diario se queja de los tumultos en sitios públicos. Hay una resistencia a vencer por parte de la autoridad. Y la solución no ha de ser sólo vigilancia policial.

Luce que desde la acera oficial hay falencias comunicacionales por resolver. No estaría mal si se detuvieran a evaluar el proceso y ver el alcance de los indicadores  de éxito. 

Y desde los medios capitalinos y provinciales, urge un giro hacia el periodismo social, de soluciones. Tienen en sus manos una excelente coyuntura para anclarse de por vida con algo positivo en el imaginario colectivo.

El cubrimiento de la crisis sanitaria debería trascender a los rutinarios titulares y comentarios de nuevos muertos y contagiados. A los poco originales bailes y campanitas para recuperados. A las caricaturescas carreras detrás de las patrullas durante el “toque de queda” (5:00 de la tarde-6:00 de la mañana). A las exhibiciones de pacientes lánguidos y jadeantes por los efectos catastróficos de la neumonía. A la publicidad de panaceas para sanar la enfermedad. A la visibilización de los muy desagradables “match” policías-civiles. A la minusvaloración del dominicano empobrecido porque “no aprende”. A la falta de contextualización.

Tal vez les sea más productiva la construcción de historias humanas, que no amarillistas, en nada plañideras, ni aterrorizantes. Reportajes y crónicas sobre la vida en los suburbios. Orientaciones al pie de cada historia sobre los síntomas, uso correcto de mascarillas, peligros de la automedicación, teléfonos de instituciones de auxilio. Explicación de la epidemia para evitar adjudicación a divinidades.

El periodismo responsable apuesta a la construcción de una mejor sociedad. Y la empresa periodística no debería ser obstáculo para ese objetivo. Menos hoy, en que se ha expandido por los cuatro costados de RD una epidemia sin precedentes para las últimas generaciones. Porque el temido VIH o virus de inmunodeficiencia humana, que desde inicios de los ochenta circula por el mundo, no es tan contagioso como la enfermedad por el nuevo coronavirus. No se pega con besos y abrazos. Mucho menos con hablarle a un contertulio.

(El autor es periodista, magíster en Planificación de la Comunicación, formación en comunicación para la salud)