Era una mujer muy simpática y graciosa, tenía unas ocurrencias muy propias, además de ese lenguaje tan característico de los cibaeños, sobre todo los santiagueros.

Hace poquísimo tiempo estuve a un paso de “Firmar con los Carmelitas”, si no me equivoco, así se referían cuando se estaba a punto de estirar la pata.

Parece que cuando se está en esas circunstancias todos quieren halagar, complacer y hasta proporcionar gusticos.

No me puedo quejar, porque siempre mis hijos han tratado de mimarme y adivinar mis deseos para cumplirlos.

También hace poco cumplí años y mi hermana Araceli tenía un afán con un “regalito”. Me llamaba mil veces al día para que alguien pasara a buscarlo. Ya me tenía hasta la coronilla y su afán fue tan grande que se apareció con el dichoso regalo a la UCI, parece que convenció a la dra. de turno para que me dejara ver ese “regalito”.

Abrí la hermosa bolsita y lo primero que saqué fue un jabón español que usaba desde que tenía catorce años, siempre lo conseguía aquí, pero hace mucho dejaron de traerlo por lo que vivía añorando su olor. En una oportunidad le iba a encargar uno a una amiga en uno de sus viajes a España y fue una de las decepciones más grande de mi vida ante su negativa, hasta el extremo que he visto desfilar hacia el viejo continente a personas muy cercanas y no me he atrevido a encargarlo. También dentro de la bolsita venía un ambientador, una fundita de pistachos y una cajita de té con sabor a mango y fresa, cosas que me encantan.

Araceli le comentó a su amiga Nurys quien viaja con frecuencia a España, sobre el jabón, pues sabía lo casi obsesionada que vivía por el mismo. A Nurys le encantó cuando lo vio y trajo un cargamento del mismo para regalarle a todas sus amigas y yo fui una de las agraciadas.

Cuando retomé mi cotidianidad y llegué a la casa, encontré un nuevo bebedero que proporciona agua bien caliente, casi hirviendo, que facilita tomarme mi tecito inglés. También un cambio en mi habitación. La cama era nueva, pero muy alta y tuve que recordar a Doña Rosita Fadul en una entrevista que le hicieron por televisión. Yo la vi, no me lo contaron.

Doña Rosita era una mujer muy simpática y graciosa, tenía unas ocurrencias muy propias, además de ese lenguaje tan característico de los cibaeños, sobre todo los santiagueros.

Dentro de su espontaneidad contó una anécdota. El Dr. Balaguer, de quien era seguidora y gran amiga, le iba a regalar una jipeta y ella le dijo: “mire dotoi, mejoi regáleme un carro que yo tengo las paticas muy coiticas y cuando me suba se me va a vei tó”.

Eso me pasó con la dichosa cama, mi nieto de catorce años y seis pies de estatura se quedó mirándome y me preguntó cómo yo me iba a subir a esa cama. Para mí es una verdadera odisea porque mis paticas son tan corticas como las de doña Rosita y tengo que dar un brinquito para poder subirme.