Los restos de Gugú Henríquez y Manuel Calderón serían recuperados algún tiempo después del ajusticiamiento de la bestia gracias a los informes de unos campesinos que fueron testigos del fusilamiento, incluso de algunos de los que cavaron la fosa. Después serían llevados a Santo Domingo y sepultados junto a sus cuatro compañeros incinerados en la explosión del Catalina.
Entonces, solo entonces, se sabría que esos cuerpos (los cuerpos carbonizados de Alfonso Leyton, Hugo Kundhart, Alberto Ramírez y Salvador Reyes Valdez) habían sido preservados durante años en el Instituto de Anatomía de la Universidad de Santo Domingo, la universidad del Estado, por el Dr. Alejandro Capellán Díaz, director del Instituto de anatomía.
En el momento en que recibió y supo de donde procedían los cadáveres destinados a la disección y estudios anatómicos, el Dr. Capellán se jugó la vida —y se la jugó por mucho tiempo—, al disponer que fueran colocados «en la parte más profunda de una pileta de formol, con la ayuda de un asistente, y durante 12 años los mantuvo en lo que él llamaba la “pileta sagrada”. En 1962 tras la caída del Trujillismo, lo comunicó a las autoridades y sus familiares pudieron darles sepultura». (1)
Otros que habían corrido la misma suerte de Gugú Henríquez y Manuel Calderón fueron el nicaragüense Alejandro Selva y los miembros norteamericanos de la tripulación del Catalina (J. W. Chewning, el copiloto Earl Adams George, R. Shruggs). Estos se apartaron del grupo de los siete expedicionarios en busca de mejor suerte, pero fueron capturados y ejecutados tres días después de la llegada. Sobre el paradero de sus restos no sé si se tienen noticias.
Los demás asuntos que perturbaban a Tulio Arvelo (el de los aviones que nunca aparecieron y el de los hombres del Frente Interno que no acudieron a la cita), fue algo de lo que tanto él como sus compañeros no tuvieron noticias en un largo período de infortunio. En la cárcel estaban incomunicados y pasarían ocho meses, —entre vejaciones, sufrimientos, incertidumbre—, antes de volver a tener contacto con el mundo. Noticias frescas del mundo.
Vale la pena escuchar la historia completa en la voz de Tulio Arvelo:
«Los detalles de lo que sucedió a los otros grupos los tuve tiempo después cuando ya en libertad logré salir al extranjero y algunos participantes en ellos me los dieron.
»Debido a que tuve varias versiones en cierto modo contradictorias, sobre todo respecto al motivo central que dio al traste con la misión de reabastecimiento en Cozumel, utilizaré aquí solamente datos que me dieron don Juan Rodríguez y Miguel Ángel Ramírez, jefes de los dos grupos.
»Solamente el avión comandado por el segundo llegó a Cozumel.
»Cuando partieron de la base de San José enfilaron hacia dicha isla; pero el comandado por don Juan se desvió con el fin de pasar sobre el lago Izabal para hacernos la señal convenida.
»Luego de cumplir esa misión y cuando trató de corregir el rumbo para dirigirse a Cozumel el avión se vio envuelto en una tormenta que lo obligó a torcer la dirección y buscar refugio sobre la costa firme en vez de dirigirse mar afuera hacia la isla.
»Según palabras textuales de don Juan, los ocupantes de ese aparato se vieron más cerca de la muerte que nosotros los que desembarcamos en el Catalina. Esto así porque en más de una oportunidad la tormenta estuvo a punto de hacer estrellar el avión. Lograron salvar la vida gracias a la pericia del piloto, que por cierto era el mismo que nos transportó desde San José a Puerto Barrios cuando sufrí aquellas angustias observando el altímetro. Me relató don Juan que el avión había perdido tanta altura que esperaban de un momento a otro su precipitación a tierra. Tuvieron la suerte de que el piloto divisó una pequeña playa a la que se dirigió logrando aterrizar en un espacio que solamente por las condiciones desesperadas en que se encontraban se decidió a intentarlo.
»Una vez en tierra enviaron algunos exploradores que hicieron contacto con las autoridades más cercanas quienes los detuvieron para ser puestos en libertad una vez que se hizo la debida identificación.
»En cuanto al otro grupo, según la versión que me dió Miguel Angel Ramirez, hicieron un vuelo normal desde la base de San José a la isla de Cozumel. Allí aterrizaron sin ninguna dificultad; pero cuando el avión se detuvo fue rodeado por las autoridades militares y aunque se trató de explicarles cual era su misión y que de antemano se habían hecho arreglos para el aterrizaje y para el reabastecimiento de gasolina, sin oir razones se les ordenó evacuar la nave y todos fueron hecho presos y las armas incautadas. Les dijeron que allí nadie estaba en antecedentes de su llegada y que fueron dichosos que no los recibieran a tiros cuando se dieron cuenta del atuendo militar y de las armas que llevaban. Estuvieron detenidos en lo que se hicieron diligencias para aclarar su situación.
»El único móvil que tengo al dar estas versiones es destacar las razones por las cuales solamente nuestro grupo tocó tierra dominicana de los tres que salieron de Guatemala.
»Cuando me enteré de esos detalles ya estaba en el extranjero fuera del alcance de Trujillo y por tanto mi estado de ánimo era muy diferente al que me embargaba cuando todavía permanecía en las garras del tirano. Por eso no fui un juez implacable cuando recibí las versiones de los dos jefes de los grupos que no habían acudido a la cita. Todo lo contrario, oí sus explicaciones, porque fue eso lo que ambos hicieron con benevolencia. Sobre todo cuando recibí la visita de Miguel Ángel Ramírez en mi cuarto del hotel San Luis en La Habana. Era consciente entonces, como lo sigo siendo, de que a ninguno de los dos se les podía recriminar por la manera como se habían desarrollado los acontecimientos.
»En cuanto a don Juan, es obvio que en su caso influyó un accidente al cual nadie se podía sustraer como fue la tormenta que los envolvió. No había ninguna duda de que el desenlace que tuvo su gestión fue originado por esa contingencia de la cual dieron testimonio todos los componentes del grupo.
»En cuanto a Ramírez también jugaron un papel preponderante en su desenlace cuestiones fuera de su control. Es innegable que no podían predecir la conducta de los militares mexicanos que los hicieron presos.
»Hay quienes aducen que en el fracaso de la gestión en la isla de Cozumel jugó un papel importante lo mal que se coordinaron las diligencias. Pero los expedicionarios nada tuvieron que ver con la buena o la mala coordinación que se hizo previamente a su llegada». (2)
(Historia criminal del trujillato [136])
Notas:
1) Dr. Alejandro Capellán Díaz,
(https://colegiodominicanodecirujanos.com/maestro/dr-alejandro-capellan-diaz/)
(2) Tulio H. Arvelo, “Cayo Confites y Luperón. Memorias de un expedicionario”, págs. 203, 204
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