Antes que las grandes galerías convirtieran al arte ingenuo en mercancía, su esencia se encontraba en la inusitada belleza de lo auténtico, en la recuperación del espíritu que guardan los seres y las cosas. El asombro y, en los mejores momentos de relación espectador/lienzo, el arrobamiento ante el descubrimiento que alcanza el artista entre lo positivo y lo onírico, ha sido punto de convergencia con lo surreal que ha generado que algunos artistas naifs se les agrupe en cierto surrealismo.

Una primera mirada a las pinturas de Ricardo Arsenio Toribio, nos remite a una fractura, una quiebra del arte que se nos propone trascendencia, al inventar unos mundos que desafían al naturalismo  espontáneo. Transnaif sería un neologismo posible para revelar la originalidad gestual y conceptual que manifiesta el alma de un artista único en los usos de la plástica dominicana, en cuya obra se evidencia una construcción/ destrucción de lo figural ingenuo.

La imaginación constructiva y figural es al mismo tiempo deconstructiva, como se evidencia en las ínsulas flotantes que  son la constante estilística de Toribio. La elevación de lo telúrico, la sublimación del huerto, se muestra al ojo como inversión de la tierra en el cielo. Puede leerse como la metonimia de lo trascendental humano en una época maquinal que preconiza lo no-humano como estética.

La naturaleza/escenario donde surgen unos personajes que montan su teatro de la cotidianidad, se convierte en mundo mágico más allá de la intencionalidad del artista. Otro hallazgo de esta pintura, es la Magia Posible, como diría Elphas Levy, lo que la aproxima a una búsqueda  de los sueños diurnos que el psicoanálisis ortodoxo teorizó. De tal modo, estos lienzos dialogan como propuesta integrativa en un juego de asunción de desmonte de recursos estético/estilísticos.

En su última exposición, presentada en el Centro Cultural de España, Toribio apostó por la heterogeneidad y la  denuncia. Además de sus islas del cielo, nos muestra algunos trabajos que son metáfora de la destrucción y la guerra; trabajos que funcionan como un llamado a la sensibilidad del espectador ante la inminencia de una conflagración apocalíptica. Y culmina con la isla sostenida por un corazón, símbolo de la esperanza.

El vacío entre la estructura y la técnica se va poblando de subjetividad creadora.  Llama la atención en esta muestra, un cuadro de gran formato que domina la escena de la sala donde la  asimetría lo constituye la postura imaginaria del artista con relación al lienzo: el ojo que mensura está arriba y el paisaje debajo. En la búsqueda singular de nuevas posibilidades se nos muestra una perspectiva del ojo flotante, un ángulo incómodo donde el punto de fuga es un topo inexistente. El artista vuela.

Como lo inconsciente se expresa siempre a despecho del artista, en el discurso pictórico desolador de la “ciudad destruida” se nos antoja como punto dorado que domina la primera mirada a su propuesta visual, un rayo que al tocar tierra, en vez de estallar genera una luz blanca que parecería la posible redención en medio de la devastación.

Lo opuesto complementario ocurre con poblado conocido en sueños; aquí es donde apreciamos la atmosfera de paz, el puente como símbolo de amistad entre opuestos y el cielo debajo del puente como soporte (otra vez la metonimia entre lo humano-material y lo espiritual).

Otro trabajo que rompe con las ínsulas del cielo, es fiesta de las máscaras. Pinceladas cercanas al posimpresionismo donde resalta el trazo corto, la mancha conjugando figuras en movimiento y la cuestión figural como recuperación del dibujo.  La fiesta de las máscaras remite a nuestro folklore. Los personajes bailan y danzan en un bacanal, no siempre tan evidente, de figuras zoomórficas o, talvez de animales antropomorfos.

Los que asistimos al Centro Cultural de España, hemos navegado en profundos cielos de luces exóticas (no hay soles ni estrellas, lo que remite a una hora mítica) explorando sueños, búsqueda de lo nuevo que se nos abre a la visión; argonautas, hemos asistido al placer del viaje sin esperar nada más que el viaje mismo. La obligación del artista ha sido siempre  crear mundos posibles, la del espectador es poblarlos.

“Como es arriba es abajo”, nos enseñó Hermes. Arriba y abajo están consustanciados, nos propone Toribio en su  onirismo  interminable. Así, una vez más  hemos dialogado con estos sueños atrapados en las redes de pinceladas impresionantes, arribando a los bordes donde realidad ficcionada o ficción real nos deposita con la suavidad de un arte auténtico.

No  solo de techné vive el arte.