“Cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”. Jean Paul Sartre
Pensar el cambio climático antropogénico desde otra racionalidad, mostrará la vulnerabilidad en la que aún permanecen los pueblos y la peligrosa magnitud de la catástrofe. Surgirán así, desde esa “nueva” concepción originaria problematizada y en emergencia, soluciones, algunas ya existentes y otras nuevas, para mitigar el trauma que viven los ecosistemas, las especies biológicas, “las comunidades naturales” y las naciones de la Tierra, incluyendo las del I Mundo.
El desastre climático, ejemplo supremo de los resultados fallidos de la civilización que occidente impuso hace más de cinco siglos como Modernidad, no se debe concebir como una “oportunidad de negocios”, ni será vencido por el reciclaje, ni por los carros eléctricos, ni por los “mecanismos de desarrollo limpio”, ni por enormes parasoles colocados por la NASA en la atmosfera para detener los rayos del Sol, ni escaparemos a otros mundos en los cohetes de Elon Musk.
La civilización que vivimos, con su espíritu colonizado, atrapada en la sociedad red, fantasea con la “buena vida” y busca la reedición de la modernidad aupando el “surgimiento” de la Posmodernidad, no se para, no se da cuenta de que la anomalía climática rebasó el punto de no retorno, que debe pensar, de manera urgente, la realidad del Cambio Climático Antropogénico desde la racionalidad del “buen vivir, del vivir bien” que se apoya en el reconocimiento de los derechos de la “Madre Tierra” y quiere reconstruir la armonía y el equilibrio de la vida en la casa que nos acoge.
El “buen vivir” reconoce al “otro”, a todas las culturas y ciencias ancestrales negadas por la espada, el cañón, la academia y los medios que con sus mediaciones montaron la lógica, la cultura y la ciencia de occidente desde 1492 en el imaginario de los pueblos, que ha producido de forma sistemática, guerras, miseria, pobreza, exclusión y destrucción de la naturaleza. Y que ahora, en las nuevas fronteras del poder establecidas por la sociedad red, imponen, a toda costa, el modelo económico neoliberal, “eurocentrismo/estadounidense/posmoderno”, que toma para sí la experiencia humana (de cada usuario) como materia prima para manejar el mercado y el vivir mediante el dominio del espíritu.
La realidad del cambio climático antropogénico, engendro del exceso de vida en la modernidad, acompañada de la sexta extinción de especies, es el triunfo del mercado y el pan de cada día, van miles de muertos, millones de desplazados y grandes pérdidas de infraestructuras; es un desafío a la inteligencia humana y de manera directa a Latinoamérica, en especial a su clase política que una y otra vez defrauda a sus pueblos, políticos tristemente corrompidos por la clase “empresarial” y sujetos a las disposiciones del hegemón del norte y a sus mandatos neoliberales para beneficio de las grandes corporaciones.
América Latina y el Caribe, dueños de los pocos bosques primarios que quedan en el planeta, viven los efectos catastróficos de la extinción y de los fenómenos meteorológicos extremos, son los territorios más afectados por sequías recurrentes, grandes inundaciones, procesos de desertificación, salinización de suelos y deslaves de montañas, eventos hidrometeorológicos que unidos a las políticas neoliberales son responsables del aumento de la pobreza en la Región, lo que cataliza las migraciones.
Sin embargo, América Latina y el Caribe, en conjunto, producen menos del diez por ciento de las emisiones anuales de gases de efecto invernadero, pero su clase política y sus técnicos, ambos con sus pensamientos hegemonizados y bajo las presiones de gobiernos, funcionarios y lobistas de poderosas multinacionales del I Mundo, aceptan que en las Conferencias de las Partes (COP) sobre cambio climático, las discusiones y “soluciones” se establezcan a partir de la racionalidad, la lógica y la visión “científica” de los grandes contaminadores de la Tierra, que niegan la catástrofe o sólo la ven como una oportunidad de negocios.
Pero, pese a la distorsión de pensar desde el punto de vista del I Mundo, que lleva a muchos pueblos y gobiernos de la periferia a perder de vista el horizonte de su realidad y la del cambio climático antropogénico en sus naciones, la tarea urgente del Estado dominicano y de toda la clase política nacional, es poner atención a la gestión del agua en el cambio climático, sin pensar en su privatización.
Se debe legislar para garantizar que el acceso al agua siga siendo un derecho humano. Poner la mirada en las instituciones que la han manejado con eficiencia desde que fueron fundadas y evitar que la racionalidad del “eurocentrismo/estadounidense/posmoderno”, expresada en la trampa neoliberal de lo “público-privado”, se apodere de ellas; y así cuidar también, de manera urgente, las cuencas hidrográficas y declararlas, frente al mercado, sistemas hídricos/forestales estratégicos para la vida.