El rasgo más preocupante del auge del pensamiento ultraconservador en la República Dominicana es la convergencia de diferentes sectores y causas ideológicas bajo la sombrilla de la oposición al Nuevo Orden Global. El nexo entre los antihaitianos y los opositores de los derechos de las mujeres y la diversidad sexual radica justamente en las teorías conspirativas sobre las “élites globales” que supuestamente promueven la disolución de la familia, las fronteras y los sexos. Y justo cuando una piensa que es más el ruido que hacen en las redes que la influencia real que tienen, el PLD elige a Abel Martínez como su candidato presidencial, el Instituto Duartiano anuncia sus próximas marchas antihaitianas en provincias y un número significativo de diputados convoca a los medios para advertir sobre las intenciones de la OEA de promover la pedofilia y la destrucción de la familia.

 

Los datos de la encuesta Barómetro de las Américas le ponen cifras al avance del conservadurismo en la República Dominicana, donde apenas el 22% de la población apoya el derecho de las parejas del mismo sexo a contraer matrimonio. Más preocupante es que esta cifra, que corresponde a la encuesta del 2021, representa una disminución de 5 puntos porcentuales en comparación con la del 2019, la primera disminución registrada en los niveles de apoyo desde que se empezó a medir la variable en el 2010.

 

Las actitudes hacia los migrantes también muestran retrocesos: el porcentaje que está de acuerdo con que los hijos de inmigrantes haitianos nacidos en el país sean ciudadanos cayó estrepitosamente del 51% en el 2014 al 34% en el 2019. De haberse registrado el dato en el 2021, seguramente habría bajado más.

 

Probablemente el mayor éxito de los conservadores hasta el momento sea el bajo nivel de apoyo ciudadano a la despenalización por causales, la más conservadora de las despenalizaciones posibles. Según los datos de Barómetro, apenas el 60.7% de dominicanos justificaría el aborto cuando peligra la salud de la madre y el 61.1% lo justificaría cuando el feto es inviable. Más brutal todavía es que solo el 49.6% lo justificaría cuando el embarazo es producto de violación o incesto, cifra que se reduce al 36.9% cuando la formulación de la pregunta cambia de “justificaría” a “está de acuerdo”.

 

Cuando estemos tentados a restarle peso político a gente que piensa que el yoga es diabólico y que en el país hay más de 4 millones de haitianos (la “avanzada” de la ONU para la fusión de los dos países), recordemos que son ellos los principales responsables de que el 40% de los dominicanos esté dispuesto a exponer la vida de una embarazada enferma y de que más de la mitad esté de acuerdo en obligar a niñas y mujeres violadas a parir el producto de la violación. La supuesta defensa de la vida y de la familia con que se edulcoran estas monstruosidades ha demostrado ser muy efectiva, por lo que podría haber más retrocesos en el futuro.

 

Aunque cada país tiene particularidades propias de su contexto, no está de más repasar brevemente algunos de los factores que los analistas han asociado al auge de los autoritarismos de ultraderecha, tanto en países del Norte como del Sur. El problema principal parecen ser los retrocesos económicos de las clases medias y trabajadoras, cuyo poder adquisitivo real hace años ha estado disminuyendo en muchos países a consecuencia de políticas neoliberales que fomentan grandes desigualdades en la distribución del ingreso. En este sentido, el Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo nos acaba de informar que el problema de la desigualdad y la concentración del ingreso en el país es mucho peor de lo que se pensaba:

 

“…las nuevas estimaciones muestran que el 1% de las personas con los mayores ingresos percibe casi la tercera parte del ingreso nacional, y que el ingreso recibido por el 10% de mayores ingresos es mayor que lo percibido por el 90% restante”.

 

Esto no debe sorprender a nadie, vistas las décadas de políticas neoliberales aplicadas en el país, con su sistema tributario ultra regresivo, sus exoneraciones de impuestos a los sectores más ricos, sus monopolios y oligopolios, y sus mafias empresariales (v.g., la seguridad social). El recién publicado Informe Sobre Desarrollo Humano del PNUD, si bien confirma los altos niveles de desigualdad económica, también muestra la otra cara de la moneda: un aumento considerable del ingreso nacional bruto per cápita para el año 2021, que supera los niveles pre-pandémicos y nos sitúa muy por encima del promedio regional. Aunque las disparidades que genera el sistema siguen siendo enormes -y potencialmente peligrosas- el dinamismo del turismo y las zonas francas, sumado al efecto compensatorio de las remesas enviadas por los migrantes, han mitigado los impactos de la desigualdad y permitido una modesta pero sostenida reducción de los niveles de pobreza.

 

El buen desempeño de la economía dominicana en las últimas décadas ha evitado -hasta ahora- que tengamos que enfrentar las crisis económicas y los retrocesos que en muchos países han precedido el ascenso de las ultraderechas. También ha contribuido a preservar el sistema de partidos lo cual, como señala R. Espinal, nos diferencia de muchos otros países de la región. Hay que suponer que la buena gestión de la pandemia, la política anticorrupción del gobierno de Abinader y la independencia actual de la Procuraduría han aumentado la legitimidad del sistema político, lo que teóricamente aportaría un segundo nivel de protección frente al autoritarismo conservador y su agenda de restricción de derechos.

 

Pero también es cierto que el país se ha ido volviendo cada vez más conservador, que todos los partidos del sistema son neoliberales de derecha y que todavía no existe una propuesta política de izquierda o centro-izquierda capaz de enfrentar de manera efectiva los discursos anti-derechos y el odio a los migrantes haitianos, a la diversidad sexual y al feminismo. El contexto actual de auge de los fanatismos religiosos y de alianzas entre éstos y los grupos anti-haitianos sigue representando un peligro, sobre todo considerando el protagonismo de los evangélicos en la política latinoamericana de los últimos años.

 

Quizás nuestra mayor vulnerabilidad sea la cuestión migratoria, que ha jugado un papel estelar en el ascenso de los neofascismos contemporáneos, como evidencia la experiencia de los EEUU y otros países receptores de migrantes y refugiados. No es casualidad que diversos sectores de la derecha dominicana, ya sean de índole religiosa o no, hayan asumido la causa antihaitiana, que resulta igual de útil para la demogogia política que la “defensa” de la familia. En este contexto, la estrategia de explotar y/o de apaciguar la xenofobia que hemos visto en los últimos años de parte de líderes y partidos del sistema equivale a jugar con fuego. Sobre todo ante la posibilidad de que una crisis económica -con aumento del desempleo y la inflación, pérdida del poder adquisitivo, etc.- actúe como detonante de una crisis política que termine llevando al poder a los neofacistas. Ante la amenaza de la derecha, no hay que bajar la guardia.