El show mediático montado por la ultraderecha religiosa dominicana la semana pasada a propósito de la Asamblea de la OEA puso en evidencia en qué medida estos sectores y sus aliados son máquinas repetidoras de argumentos originados por sus pares estadounidenses. También nos mostró a unos activistas religiosos cada vez más integrados a la visión de la ultraderecha internacional, con sus obsesiones pedofílicas, su preocupación con el Nuevo Orden Global, su agenda anti-inmigrante y su rechazo visceral a los derechos de las mujeres.

A diferencia de las denominaciones protestantes tradicionales, que llegaron al país con las migraciones de los cocolos a finales del siglo XIX y que, entre otras herencias progresistas, nos legaron la libertad de cultos[1], las iglesias evangélicas que dominan el protestantismo criollo contemporáneo son en buena medida clones ideológicos del pentecostalismo estadounidense reaccionario que se consolidó políticamente durante el gobierno de Ronald Reagan y se fortaleció en sus versiones más extremas durante el de Trump. No por nada la reciente investigación coordinada por la escuela de periodismo de la Universidad de Columbia sobre la expansión del protestantismo en Latinoamérica lleva por título Transnacionales de la Fe.

Más allá del debate sobre el papel de los organismos de seguridad de EEUU en la rápida difusión del protestantismo latinoamericano como estrategia de contrainsurgencia desde finales de los 1970s, lo cierto es que las iglesias matrices estadounidenses proporcionaron muchos de los recursos para el desarrollo de sus franquicias dominicanas: capacitación de pastores, material proselitista, desarrollo de medios de comunicación, recursos financieros diversos y, lo más importante, orientaciones ideológicas y agendas políticas: exaltación de la familia patriarcal y la autoridad masculina, negación de los derechos de las mujeres, los niños y la diversidad sexual, control de los contenidos educativos, etc. Como todas las iglesias fundamentalistas -y como la Iglesia católica desde los tiempos de Constantino- quieren Estados confesionales que impongan sus creencias particulares a toda la ciudadanía,  de ahí  la atención especial que prestan a los contenidos de la educación pública y a los procesos legislativos.

Claro que los evangélicos no tienen el monopolio del extremismo ideológico, como bien demuestra el protagonismo de los grupos católicos anti-derechos en el montaje mediático de la semana pasada. La convergencia ideológica entre ambos sectores, que empezó hace al menos dos décadas en los EEUU en torno al tema del aborto, se ha reforzado con el activismo de los sectores ultraconservadores que adversan al Papa Francisco y que en los últimos años han intensificado la polarización ideológica al interior de la Iglesia católica. Al igual que los evangélicos, la mayoría de ellos apoyan a Trump y a sus seguidores, incluyendo un número considerable de obispos. En RD son socios en la lucha contra el aborto y la “ideología de género”, agitando políticamente con los mismos argumentos que utilizan sus pares estadounidenses.

Muchas de estas iglesias y sus feligreses residen mentalmente en un universo medieval donde las experiencias personales y los hechos sociales se explican a partir de una guerra espiritual entre fuerzas divinas y demoníacas, lo que les permite, literalmente, satanizar a sus adversarios, atribuyendo el quehacer de éstos a la obra del diablo. La obsesión con los demonios ha aumentado de tal forma en la iglesia católica que el Vaticano ha tenido que instituir cursos especiales de formación para exorcistas a fin de satisfacer la creciente demanda y evitar que los creyentes se les sigan yendo donde los pentecostales, que llevan décadas expulsando demonios.

Es difícil encontrar alguien más sugestionable -y más manipulable- que un fanático religioso que se adhiere a cosmovisiones pre-modernas y ve demonios en todas partes. A esa gente se le puede convencer de cualquier cosa, por ejemplo, de la existencia de una conspiración internacional, financiada por millonarios judíos (v.g., George Soros), que busca instituir un Nuevo Orden Mundial cuyo objetivo último es destruir la familia y la cristiandad, con una agenda centrada en el aborto libre, la “legalización” de la ideología de género y la educación sexual integral -según ellos, la puerta de entrada a la pedofilia-. Pero no se limita a eso: en su opinión, toda la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible es evidencia de esta agenda globalista que busca destruir la civilización occidental, promoviendo las migraciones, la reducción de la natalidad, el “socialismo” y el gobierno global de “las élites”. La ONU, la OEA y otras organizaciones multilaterales serían la punta de lanza de este nuevo orden, que en sus diferentes vertientes incluye también las conspiraciones promovidas por QAnon –con presencia en al menos 70 países– y otras igualmente desquiciadas (desde los chips de los antivacunas hasta los reptilianos).

Por increíble que parezca, los discursos conspirativos sobre el nuevo orden global, la familia, los migrantes, etc., han jugado un papel de primer orden en el ascenso de los neofascismos contemporáneos, desde Trump hasta Meloni, pasando por Bolsonaro, Putin, Orban, Duda, Abascal, etc. El núcleo duro de los anti-derechos que vimos en acción en estos días mintiendo sobre la OEA y el Ministerio de la Mujer son los mismos que temblaron de emoción con el reciente triunfo de Meloni en Italia y que apuestan a la victoria de los trumpistas en las elecciones de medio término en EEUU y de Bolsonaro en la segunda vuelta del 30 de octubre. Son asimismo socios ideológicos de los Vinchos, del Instituto Duartiano y de la Antigua Orden Dominicana en su promoción de la paranoia anti-haitiana, que va adquiriendo ribetes cada vez más violentos.

Hay que tomar en cuenta la irracionalidad inducida por el medievalismo religioso y las teorías conspirativas para entender el sorprendente desempeño de Bolsonaro en la primera vuelta electoral, donde obtuvo el 43.2% de los votos –con casi dos millones más de votantes que en el 2018– y el dominio de ambas cámaras del Congreso, a pesar de haber presidido en su primer período el gobierno más desastroso que registra la historia de Brasil. Lo hizo con una campaña de manipulaciones y mentiras, centrada casi exclusivamente en el discurso de los valores cristianos. Sus lemas de campaña –“Patria, Familia y Religión” y la “Lucha del bien contra el mal”- sustituyeron la evaluación de su horripilante primer período y la ausencia de una oferta electoral racional, que abordara temas como el desempleo, la pobreza y el cambio climático. Algo similar ocurre con los trumpistas, que podrían ganar una -o hasta las dos- cámaras legislativas en los EEUU el mes que viene con una oferta electoral centrada en los discursos de su guerra cultural contra los derechos de las mujeres, la diversidad sexual, los migrantes y las minorías raciales.

¿Qué nos dice este análisis sobre las estrategias y perspectivas de la ultraderecha dominicana? ¿Cuánto miedo debemos tenerle a esta gente? En la segunda parte del artículo seguiremos con el tema.

[1] Ver el texto clásico de Alfonso Lockward, Intolerancia y Libertad de Cultos en Santo Domingo (1993)