El deporte, esa actividad de superación física y mental ejercida como juego o competencia, es por lo general trivial, pero en ocasiones trasciende lo ordinario. Y el más monumental de todos los deportes es posiblemente el fútbol –lo reconozco, aunque como buen dominicano me incline más por la pelota–.
Escribo estas líneas a pocas horas de que Argentina y Francia disputen el último partido del Mundial de Qatar 2022, una final prometedora desde múltiples corners. Ambas selecciones llegaron al torneo como favoritas; ambos países están empatados en el cuarto lugar de todos los tiempos y buscan su tercera Copa del Mundo; y Lionel Messi y Kylian Mbappé, compañeros de equipo en el Paris Saint-Germain FC, se enfrentan ahora como líderes de este mundial, con 5 goles cada uno, y como máximos exponentes de sus respectivas generaciones: Messi, en su previsible última oportunidad para ganar la Copa del Mundo, único trofeo que le falta a su estante, repleto de todos los demás premios, récords y reconocimientos, y Mbappé, con una carrera en ascenso, quien, de triunfar este domingo, emularía la hazaña de Pelé, al ganar el mundial en dos ocasiones consecutivas antes de cumplir 25 años.
Particularmente la coyuntura de Messi genera amplia empatía, quizás por su trayectoria, dilatada y sin mañana, o quizás simplemente por la espontaneidad con que ejecuta sus fascinantes jugadas. En todo caso, es apreciable el ánimo de fanáticos y seguidores ocasionales, argentinos y de todas partes del mundo, así como de futbolistas y allegados al deporte, compañeros de equipo y hasta contrincantes, para que Leo se lleve el título. Tanto es así que, en una eventual victoria albiceleste, presiento resonará más la conquista de Messi que la de Argentina, se publicarán más titulares sobre el jugador que sobre el equipo, se elogiará más al individuo que a la colectividad.
Esto, por alguna razón, me evoca el artículo 8 de la Constitución dominicana, que establece como función esencial del Estado la protección efectiva de los derechos de las personas “dentro de un marco de libertad individual y de justicia social”. La cita hace referencia a ese equilibrio necesario, pero en ocasiones difícil de conseguir, entre el libre albedrío del individuo y la equidad de la colectividad. Se trata de armonizar elementos aparentemente discordantes: la algarabía del festivo con el reposo de sus vecinos, el impulso del empresario con el bienestar de sus empleados, la subsistencia del migrante con el llamado interés nacional…
Digo que son elementos aparentemente discordantes, pues, así como un eventual triunfo de Messi será también de Argentina o un eventual triunfo de Mbappé será también de Francia, en la vida, aunque en ocasiones resulte difícil reconocerlo, la plenitud individual y la paz social están entrelazadas. Si mesurada, la algarabía del festivo puede ser compartida por sus vecinos; si consciente, el impulso del empresario contribuye al bienestar de sus empleados; si ordenada, la migración no tiene por qué erosionar el interés nacional.
No existe una fórmula que dé respuesta universal a estos desafíos cotidianos, pues es inevitable valorar en su justa dimensión cada situación y sus circunstancias, y en las democracias actuales hay un sancocho de intereses, una suma y resta de fracciones (mayorías y minorías) que no siempre tienen el mismo denominador.
Corresponde a los poderes públicos descifrar en cada caso ese punto ideal, en virtud de su mandato constitucional. Un gran esfuerzo hacia tal dirección es el test de razonabilidad empleado por los tribunales constitucionales alrededor del mundo, incluyendo el dominicano, desde su sentencia TC/0044/12. Esta herramienta permite determinar la viabilidad constitucional de una disposición en particular, al definir si la medida adoptada es proporcional al fin perseguido.
Y, a propósito de un mundial atípico, el primero celebrado en Medio Oriente, con una final a una semana de Navidad, corresponde al resto de nosotros cultivar lo que nos une, como el deporte y la oportunidad casi palpable de que se termine de consagrar una leyenda argentina, latinoamericana y mundial, que a sus 35 años (aunque parezca poco, en fútbol es casi edad de retiro) no ha salido un solo minuto de la contienda y está dando todo de sí en el terreno de juego.