La mayoría de los estudiosos actuales de la Biblia se inclinan a pensar que los cuatro evangelios: San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan, son escrituras que narran acerca de Jesucristo que era el Mesías, el Hijo de Dios, una persona capaz de desempeñar acciones sobrenaturales como sanar a los enfermos con un simple toque de las manos, caminar por encima del agua, calmar tormentas, multiplicar peces y pan para alimentar a miles de personas. Y no solo eso: también resucitar a muertos, y aun a sí mismo, después de ser crucificado y sepultado.

A pesar de todo esto, muchos se preguntan: ¿Quién fue Jesucristo en verdad? Pues, exceptuando la Biblia, escasean las evidencias históricas en las narrativas seculares de su persona, contrario a lo que ocurre con los filósofos griegos, los renombrados reyes de Babilonia, los destacados faraones de Egipto y otras figuras carismáticas cuyas historias son ampliamente conocidas.

Sin embargo, acerca de Jesús de Nazaret de Galilea, hay que tomar en consideración que es la persona más mencionada e influyente en todas las sociedades del mundo; sus enseñanzas son las más divulgadas, y el número de sus seguidores es inmensurable. No obstante, debemos estar conscientes de que Jesús no dejó nada escrito. La única referencia respecto a lo que pudo haber escrito, aparece en San Juan 8: 1-11: “Los maestros de la ley y los fariseos llevaron entonces a una mujer, a la que habían sorprendido cometiendo adulterio. La pusieron en medio de todos los presentes, y dijeron a Jesús: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de cometer adulterio. En la ley, Moisés nos ordenó que se matara a pedradas a esta clase de mujeres. ¿Tú qué dices? Ellos preguntaron esto para ponerlo a prueba… Pero Jesús se inclinó y comenzó a escribir en la tierra, con el dedo”. Esta es la única constancia que se tiene de algo que escribió el Maestro Jesús.

En cuanto a lecturas, está sobreentendido que el Mesías tenía extensos conocimientos de las predicaciones y proverbios de los visionarios de tiempos pasados; pues, citaba reiteradamente enseñanzas ancestrales, diciendo “las profecías de éstos, que hablaba de Dios: se han cumplido”.

Lo que se sabe de este singular personaje considerado como: “la luz del mundo, el verbo encarnado, la verdad, camino y vida, el esperado Mesías de los hebreos”; es mayormente lo que está en los evangelios y otras escrituras del Nuevo Testamento. Sin embargo, las enseñanzas divulgadas personalmente por el Nazareno sólo ocupan un 18% de los textos de los cuatro Evangelios.

El trasfondo de la enseñanza de Jesucristo es la nueva noticia. “El reino de Dios se ha acercado”. La relevancia de este hecho de la Presencia Divina y el plan de Dios de salvar al mundo es, “Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él, no muera, sino que tenga vida eterna”; la cual está en el compendio a través del conjunto de los cuatro Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas, Juan, en las Epístolas de San Pablo, y otros textos del Nuevo Testamento. Entre las enseñanzas más patentes de Jesús se encuentran el “Sermón del Monte” (Mateo, 5: 6 y 7) las parábolas diseminadas en los Evangelios, que sirven de ilustración formativa a los apóstoles y todos los que le seguían; las amonestaciones correctivas a los saduceos, fariseos y religiosos tradicionales, y las profecías apocalípticas y juicios de las naciones.

Lo que más se conoce acerca de Jesús, el Cristo, es su nacimiento, vida, ministerio apostólico, intrigas con los dirigentes judíos en contubernio con los gobernantes del imperio Romano de los Césares, como Pilato y Herodes, enjuiciados por confabulación, con los sacerdotes Anás y Caifás, con el Sanedrín (consejo de los jefes religiosos judíos) y su muerte en una cruz en el Calvario del Gólgota.

Lo único que Jesús escribió fue en la tierra y con sus dedos. Se puede afirmar que él fue un buen y entendido lector de los hechos, profecías y sabidurías de la época del Antiguo Testamento. En fin, hay sobradas muestras de la capacidad del Nazareno, ya que el Nuevo Testamento, da pruebas fehacientes de su existencia, y se puede decir que enseñaba con autoridad y con sapiencia cuasi-divina. Fue prototipo personal de disciplina y moderación, ejerció reverencia, dio ejemplo y consagración de su intimidad con Dios y el prójimo, predicó a tiempo y fuera de tiempo, mostró tener lealtad comunitaria, afabilidad con extranjeros, demostró afecto hacia niños y mujeres, se identificó con la característica del buen pastor, al manifestar tener cuidado pastoral y sabiduría de dedicar tiempo y espacio para orar y reflexionar; evidenció tener disciplina y nobleza de aceptar, congraciarse y ayudar a individuos de otras etnias y clases sociales.