Atento al impacto de la propuesta fiscal y su posterior retiro, he podido comprobar cierta unanimidad de criterios entre expertos y ciudadanos; en especial de los que razonan ajenos a intereses creados y libres de prejuicios grupales. Quedaron varias cosas claras.

Se tiene claro, que resisten las reformas laborales empresarios que se ocupan poco del obrero; reniegan las fiscales, quienes prefieren evadir contribuciones y seguir beneficiándose de exenciones y concesiones; se opusieron a una nueva constitución adictos a la reelección y a narigonear al poder judicial. Sabotean la reforma penal políticos ladrones, incluyendo a los que rehúsan mostrar su patrimonio (ya que pudiera ser de origen dudoso).

La gente pudo ver como las reformas impositivas fueron enfrentadas por la clase empresarial; defendiendo sus intereses a capa y espada como en cualquier democracia capitalista. Es un eterno y universal forcejeo.

Se comprobó el temor de la clase media a pagar mayores impuestos y recargar su ajustado presupuesto. Y notamos, que el disgusto de esa clase fue aprovechado, atizada y azuzada, por una oposición de pensamiento coyuntural que busca el mango bajito.

Se palpó, en la primera semana de la crisis fiscal, esa vieja sensación del dominicano de existir secuestrado por políticos egocéntricos, funcionarios delincuentes, y diputados y senadores chanchulleros. Una impotencia que aumenta esa persistente desconfianza de la población hacia su clase gobernante. Sentimiento que se aviva cuando la mayoría no entiende lo que se le propone.

También se pudo constatar, que la sociedad está dispuesta a sacrificarse y aceptar un nuevo y más justo paquete fiscal. Pero condicionado a un desmonte creíble del gasto gubernamental, a una persecución agresiva de los evasores de impuestos, a investigar las fortunas mal habidas, a terminar con exenciones y privilegios impositivos, a suspender la financiación de los partidos políticos Y, por supuesto, a eliminar obscenos privilegios económicos y legales que disfrutan diputados y senadores.

Luego de que la decisión presidencial disolviera la crisis, se palpa un fenómeno curioso:  la gente de buena fe, los sin compromisos, no quieren ver al presidente rendirse: quieren que haga lo que tiene que hacer; eso que no hicieron los tres presidentes anteriores.  Durante el “paquetazo fiscal” se pudo aprender que ajustar impuestos y racionalizar el gasto público es la única manera de evitar el colapso de la economía. Un colapso que se llevaría de encuentro los dineros bien y mal habidos.

Ninguna nación avanza sin reformas, ninguna nación es indiferente a ellas, ninguna nación deja de sufrir por ellas. Pero todas pueden terminar beneficiando al colectivo; claro, si son diseñadas y ejecutadas pensando en lo mejor para el presente y mirando hacia el futuro. Los protagonistas deben ser justos y generosos por partes iguales.

Parece que ahora queremos buscar consenso y negociar sin cartas bajo la manga. Si sucediese así, aumentaría la credibilidad y la confianza indispensable para bien gobernar, mantener la paz, y fortalecer la democracia.

Por suerte para este país, tanto la conmoción social que se produjo como la prudente decisión presidencial, ocurrieron democráticamente. Buenos y malvados, egoístas y generosos, oportunistas y revoltosos, pudieron debatir civilizadamente. Los agitadores profesionales apenas pudieron pescaron en rio revuelto.

El pueblo y el gobierno se enfrentaron firmes, pero dialogantes. En democracia nadie recula, sino que se buscan nuevas y mejores opciones.