Con la expresión lo que hay quiero designar al estado actual de las fuerzas políticas, en especial de la oposición: su tamaño, niveles de incidencia en la población, capacidad de acción –y de impedir acciones en su contra–, y posibilidades de participación conjunta. Afirmo que ese estado actual no pinta la posibilidad real de echar del poder al PLD.
A uno se le hace un poco difícil explicarse la permanencia del Partido de la Liberación Dominicana en el gobierno recurriendo a categorías limpia y estrictamente políticas. Por ejemplo, ¿podría caracterizarse como hegemonía lo que hace posible el ya dilatado ejercicio gubernamental de ese partido? Yo prefiero llamarlo control. Hegemonía, como se sabe, conlleva aceptación, legitimidad; un poder permitido más o menos de buena gana por la población o parte importante de ella. No es exactamente esto lo que nos ocurre con el PLD y sus gobiernos (aunque por supuesto que también hay mucho de esto). El 63% de Danilo en el pasado proceso electoral no lo cree nadie en sus cabales. Pero aun aceptando que más del 50% de los/as votantes se hayan inclinado ciertamente a votar al actual Presidente, bien sabemos cómo es que se logran esos amores… Se trata de un voto controlado, forzado de mil maneras; el resto lo sabe hacer (o lo supo) la Junta.
Todo esto es lugar común y clamor público. El millón de denuncias, los pedidos de revisiones, las huelgas de hambre nada pudieron. Ni podrán por sí solas, si no cambian algunos factores…
Con la Marcha Verde no se ha reconfigurado el paisaje político nacional. La gran tarea del momento es producir esa reconfiguración.
El más significativo hecho político del último año ha sido sin duda la irrupción en el escenario de la denominada Marcha Verde: por primera vez en muchos años una parte importante de la población ha podida canalizar su descontento de manera sistemática y con cierta contundencia. ¿Una verdadera amenaza para la permanencia del peledeísmo en el ejercicio del gobierno? Esto es lo que no ha llegado a ser. La Marcha Verde ha logrado algún estremecimiento de la sociedad, ha hecho de la corrupción y la impunidad temas obligados para todos y todas los comunicadores, incluyendo las más agresivas “bocinas”, ha puesto a mucha gente en la necesidad y posibilidad de dar un paso más, en el sentido del alcance político.
Ha sido en suma un movimiento exitoso, aun reconociendo sus claras limitaciones. La más evidente es no haber traspasado apenas las barreras de los sectores medios, social y culturalmente hablando. Era de esperarse, dada la naturaleza del tema: a los sectores de menor nivel cultural y, en gran medida asociado a ello, más empobrecidos les debe resultar más difícil vincular la corrupción gubernamental a lo que les pasa a sus hogares, a sus esperanzas, etc. Son por lo demás víctimas más directas de la perversidad demagógica de los gobiernos.
La otra limitación no es culpa de la Marcha Verde misma sino de las carencias políticas de la sociedad en su conjunto. La M. V. ha hecho lo que tenía que hacer: movilizar conciencias. ¿A partir de ahí qué? A partir de ahí, pero no ya como misión de la M. V., debería haberse re-cualificado la política, no tanto en el interior los proyectos políticos existentes –que también– sino, sobre todo, con el afloramiento de nuevas propuestas que recojan el sentir de buena parte de los movilizados e indiquen un norte más allá de la denuncia de aquello que se repudia: un rumbo que a la M. V., por su naturaleza, no le toca trazar. Un movimiento social del que no genera un movimiento político, o que no se apoya en ninguno, está condenado a consumirse en sí mismo.
Con la Marcha Verde no se ha reconfigurado el paisaje político nacional. La gran tarea del momento es producir esa reconfiguración. Es una tarea abordable solo desde una actitud revolucionaria, incluido el sentido técnico del término: asumir que hay mucho que debería cambiar para poder aspirar a cambiar de gobierno, no digamos ya para aspirar a cosas mayores.
Ni lo uno ni mucho menos lo otro podrá ser el resultado de simples movimientos de piezas –de las mismas piezas. Se requieren nuevos actores y nuevas expectativas. Se requiere ir al país profundo pero no de simple visita, como suele ocurrir en las campañas electorales (en especial las del campo progresista). Es menester trabajar con los escasamente politizados y no temer a disputar, con medios inteligentes, el favor incluso de la masa pobre controlada hoy por el gobierno mediante bonos y amenazas. Hay que posibilitar que miles personas pasen de la indignación contra la corrupción y la impunidad a ver que tales males son solo expresión de un ordenamiento globalmente inservible.
Hay suficientes factores creados para cambiar el rumbo, para producir el extra necesario. Con lo que hay no es suficiente, por más piezas que se intente mover. La Marcha Verde ha ayudado a crear mejores condiciones.