De acuerdo a la perspectiva de algunos lectores de los últimos años, en su última novela (Las noches de la peste, 2022), Orhan Pamuk ha logrado una novela total. Está ambientada en 1901, en el marco de una pandemia como la que vivimos los contemporáneos. Entre Creta y Chipre, sus seres habitan en la isla imaginaria de Minger, estado número 29 del imperio otomano. En la siguiente nota me refiero a la ya clásica novela del autor, Me llamo Rojo, que ha concitado la atención de algunos críticos. La edición francesa de este libro ganó el premio Prix du Mellieur Livre Etranger y la traducción inglesa ganaría el Premio Literario Internacional IMPAC de Dublín en el 2003.

En su texto, vemos a una Estambul poblada de secretos. Como en ningún otro, en Orhan todo adquirirá la proteica misión de la magia. Luego de un largo trabajo, es lo que consigue el Nobel. “Vas a volver a escaparte dejando el trabajo a medias?…la respuesta es única…no…júralo por el Corán…lo juro por el Corán”.

Un universo de guerreros, enamorados, príncipes, y héroes legendarios son los que ha pintado Pamuk. Luego de muchos años, (siglos, digamos), es lo que queremos leer en su novela.

En algunos estudios modernos, al referirse a John Banville algunos hablan, ya que estamos, de the suspensión of disbilief, algo que no todo autor encuentra. Dotar de máxima verosimilitud al relato es algo que según otros, se consigue con un arduo trabajo narrativo. Creer lo que leemos, que tiene vida y realidad en las raíces de una historia, es un plus que los lectores no desdeñamos, un arte que no siempre se consigue. Algunos hacen cita de la metaficción que logra que los personajes le hablen al lector sobre el asesinato que da pie a las múltiples nociones y a los múltiples caminos de la historia.

De paso diré aquí que he leído que Banville, el irlandés de Wexford, es el autor vivo con mejor prosa en inglés (El libro de las pruebas, 1989).

No es para nada extraño lo que coloca el autor en la entrada de la novela: “No son iguales el ciego y el que ve”. Corán, azora del Creador, 19. “Tanto el Oriente como el Occidente son de Dios”, Corán, azora de la Vaca, 11.

Se habita en un mapa que refleja a Ovejas negras y Ovejas blancas, la Anatolia, más allá Chipre y más acá, las tierras del Tigres y el Eufrates, el imperio otomano; mas allá, el imperio Savafí, Jorasaán y otras tierras. Siria, Alepo, Damasco en 1591. Meses antes, he percibido que incluir mapas en algunos libros, tal como aquella novela que me enviaron desde Saint Paul, es una norma y una convención cada vez más usada.

Esa Estambul es la misma de los políticos actuales; está perdida en un exotismo que a la novela se lo da la pintura y la caligrafía (Saramago escribió sobre esto), algo nuevo que pervive en la lectura y escritura del Nobel. Sekure dará sus versiones y se deletrea el abismo en torno a la verosimilitud, lo que hace una novela ubicada en Sri Lanka que me enviaron hace unos días.

Como saben los lectores, en la historia todo parece estar cronometrado para la gran explicación: cómo unos hombres perciben la pintura, los grabadistas que tienen claro para qué pintan. No está lejano el ámbito en el sueño que tienen, asimismo le pasa a Mariposa y a otros personajes. El lector atento descubrirá la historia de varios personajes que coindicen: abandonan una cosa para meterse en otra, al punto que sus caminos están signados por los senderos de una búsqueda personal que los aleja, en alguna ocasión u otra, de los libros y de la pintura. ¿Retornarán en textos futuros del autor? ¿Veremos una reivindicación y un retorno a las viejas prácticas legendarias?

“Mataron a un hombre y discutieron entre ellos”. Corán, azora de la Vaca, 72. Está clarísimo que orientarse con una brújula es algo que podemos pedirle a Pamuk, que lo hace de manera magistral, a la manera de una reproducción fílmica. Los personajes se suceden y son, en la estructura de toda la historia, la versión de un testimonio epocal que orienta el curso de los hechos.

En uno de los inicios, en la misma portada, tiene como indicación: “Encontrad al hombre que me asesinó y os contaré todo lo que hay en el otro mundo”. Es lo que tenemos de este lado, una promesa que no deja de ser única. El premio Nobel de 2006, cartografía el imperio otomano y el imperio Safavi en aquella época de la Anatolia que nos llega dibujada por una notable historiadora colombiana, mucho tiempo después. “Estoy muerto” es la primera parte de la crónica, un arte depurado que nos cobra para que entremos a ese terreno de infinitas disparidades. Es cierto entonces que hallaremos el universo de las plagas, la pobreza, la inmoralidad, y el escándalo del que son esclavos al haberse alejado del Islam de los tiempos del profeta, el enviado de Dios.

Pamuk, luego de algunas páginas, “es un caballo” (en buen dominicano) en la disección de una época que está construida con muchas leyendas. Es un artista en el buen sentido de la palabra; el fervor nos parece único, y como dicen algunos, en su novela se convierte en un testigo histórico de narraciones profundas, de abismos consuetudinarios y de la construcción de una época en un claro marfil de ensoñaciones y verdades heredadas de la cultura.

Escrita en suave mármol, importante por sus implicaciones en toda la historia, es Tres historias sobre la pintura y el tiempo. “Los maestros calígrafos árabes, fieles a la tradición y a la idea de la inmortalidad de los libros, tenían una manera de descansar la vista para luchar contra la ceguera a la que recurrían desde hacía cinco siglos: dar la espalda al sol naciente y mirar hacia el oeste, hacia el horizonte”.

Entre muchas historias, nos parece fundamental aquella en la que narra la historia de un personaje que deja el vino, la música, la poesía y la pintura. Se narra que cuando dejó el café, comenzó a sentirse viejo. Cuando se puso más viejo, fue poseído por un demonio.

En todas sus páginas, nos adentramos en una búsqueda de enigmas que hay que ir resolviendo, pero en otros que son amurallados como un frizo de Capilla Sixtina. No está lejano lo que se percibe y es nuestro encuentro: nuestro escritor tiene pendiente todo lo que escribió mucho antes y esto continúa en la intensa escatología de pueblos de convulsionada historia.

Tal y como en las cartas de Sekure, uno de sus personajes principales, otros pueblan la historia en la novelística pamukiana, al ritmo de una exquisita sutileza narrativa que agradecemos sus lectores en todas partes del mundo.