Todos los abogados litigantes tenemos un gran reto profesional: la defensa de los intereses de nuestros clientes en los estrados. Estamos llamados prácticamente a atender un llamado de auxilio como su propio nombre lo indica, pues advocatus, es vocatus ad, es decir el que está llamado a socorrer.
No importa la materia de la que se trate, ni la naturaleza, civil, comercial, laboral, administrativa o arbitral, entre otras materias, en todas es preciso hacer realidad ante las demás partes del proceso y sobre todo frente a los jueces la estrategia definida para el caso de que se trate. Pero donde, sin dudas, se puede notar más el nivel de preparación y de defensa estratégica es en los juicios penales, debido a la atención pública que cada vez más estos generan.
Esta realidad se ha elevado a su máxima expresión por la presencia más efectiva de los medios tradicionales de comunicación y más aún, por la penetración cada vez mayor de los medios digitales y de las redes sociales como por el nivel de influencia y presión que estos tienen y ejercen en las decisiones judiciales, aún cuando podemos observar mayores niveles de independencia e imparcialidad por parte de muchos jueces y juezas.
Hay muchos manuales y obras de defensa penal. Para mencionar solo algunas, de casi obligada lectura por parte de los abogados que ejercen el derecho penal, basta mencionar La defensa nunca descansa, de Francis Lee Bailey; Mi primer juicio oral, de Steven H. Golberg; Cómo se ganan los juicios, de Francis Lee Bailey; Cómo se hace un proceso, de Francesco Carnelutti; Cómo se hace un alegato, de Enrique M. falcón y Jorge A. Rojas, Cómo estudiar y cómo argumentar un caso, de Genero R. Carrió; Teoría del caso, de Leonardo Moreno Holman; Litigación y argumentación en audiencia del proceso penal, de Frank Almanza Altamirano; La defensa penal, técnicas argumentativas y oratorias, de Alessandro Traversi; Manual de litigación, de Leticia Lorenzo; La defensa adecuada en el juicio oral, de Manuel Valadez Díaz, Carlos Enrique Guzmán González y Guillermo Diaz Hernández; Litigación penal, de Benji Espinoza Ramos; La defensa en juicio, la defensa penal y la oralidad, de Paul Bergman; El defensor, de Jefferson Moreno Nieves; Litigación oral en procesos penales, de Rafael Blanco Suárez, Mauricio Decap Fernández y Hugo Rojas Corral; Litigación penal, juicio oral y prueba, de Andrés Baytelman A. y Mauricio Duce J.; Litigación estratégica, de Rafael Blanco Suárez, Mauricio Decap Fernández, Leonardo Moreno Holman y Hugo Rojas y Estrategia de litigación eficaz, de María José Fernández-Figares Morales, entre otras tantas.
Pero, sin quitar méritos a los mencionados manuales, ni a los dominicanos existentes, por su practicidad creo que Coaching, litigio y defensa estratégica, de David Matiz Pinilla, es una obra que todo defensor debería leer, porque partiendo de su enfoque multidisciplinario sugiere una serie de estrategias, debidas a otras disciplinas, pero íntimamente ligadas al litigio que dan consistencia práctica a la defensa.
La obra de Matiz Pinilla es una guía o manual práctico no solo de fácil y rápida lectura, por la sencillez y claridad del lenguaje; sino también de gran utilidad, pues provee una serie de herramientas que contribuyen a superar los clichés o malas prácticas, faltas en las enseñanzas en las aulas universitarias y ausencia de aprendizajes autodidactas de los abogados en ejercicio, que copian las formas y hasta contenidos de otros abogados, dejando de lado su propia y original visión del caso en litigio.
Siempre he sostenido y en esto he coincidido con Matiz Pinilla, que sin originalidad, sin una marca personal y sin creatividad para presentar defensas con una clara y contundente estructura y con contenidos sustanciales; pero con argumentos creíbles, simples, únicos y contundentes, con facilidad expresiva y con un lenguaje verbal limpio y correcto, en cualquier ámbito y de manera especial en materia penal, el litigante no podría persuadir ni convencer a los jueces.
La defensa penal sin estrategia, sin talento, sin preparación adecuada y sin habilidades propias del buen abogado es como un vaso sin agua; dejando al Ministerio Público, al Estado, con toda su casi incontenible fuerza, por las miserias propias del Proceso Penal, de las que hablaba Francesco Carnelutti y por la proclividad a la arbitrariedad de su parte, en la posibilidad de presentarse a un escenario sin serios cuestionamientos a su acusación, dejando al ciudadano más que como sujeto de derechos como un mero objeto.
Toca al abogado litigante dominar el complejo y exigente arte de la litigación, donde la improvisación no debe tener espacios. Solo con una gran y minuciosa preparación hará posible enfrentar con altura y eficiencia las acusaciones del Ministerio Público, para evitar las injusticias en casos donde no necesariamente han imperado razones de derecho para su prosecución y en todos para que las garantías del proceso sean una realidad, con lo cual se preserva el Estado constitucional de derecho.