En el país, cada cierto tiempo, se reeditan fusilamientos morales en contra de personalidades que incursionan en la política o de familias adineradas, por sujetos que, según el dramaturgo Samuel Beckett, disimulan la envidia y sufren el delirio de no poder gozar los placeres de los demás, y por esa razón se les endurece el alma y sufren de ansiedades psicosomáticas.
Quien fuera además de poeta y novelista irlandés, asegura que en el período de la Inquisición cientos de miles de personas, incluyendo devotos de la propia religión católica, fueron quemados en las hogueras y juzgados por jueces que no conocían de leyes y sí eran diestros en la forma de empuñar las espadas para decapitar seres inocentes.
Todos estos actos son consecuencia, sostiene Beckett, de la opacidad del corazón y la mente de aquellos que desean tener lo que no tienen y, al no obtenerlo, les declaran la guerra a los que sí tienen derecho a tenerlo, porque lo han heredado o trabajado con el mayor esfuerzo. Y agrega que su inconformidad es tan patética que no existe una aberración más angustiante que aquella en que la circunstancia no otorga categoría superior a los que no la merecen.
Argumenta que la ambición del que nada tiene siempre será una amenaza para hombres y naciones. Hemos visto, señala, que países pobres les han declarado la guerra a potencias, por el mero hecho de las segundas poseer privilegios que los primeros nunca alcanzarían ni siquiera con un milagro de la naturaleza.
He aquí un esbozo sintetizado de Beckett, muy superior a cualquier interpretación teórica o filosófica por tratarse de la condición humana. Tal vez, para aproximarnos a una idea realista deberíamos volver a leer La comedia humana, de Honoré de Balzac o el Retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde, conocido por la célebre frase: “…me molesta que hablen de mí, pero más me molesta cuando no hablan”. O el verso de san Juan de la Cruz: “Nadie puede ignorar la presencia del que existe”.
Con razón, Platón sugiere que no hay más que una manera de comprender bien a los hombres: no apresurarse a juzgarlos, vivir al lado de ellos, dejarlos explicarse y desenvolverse cada día.
En ese contexto, es un hecho irrefutable que el ingeniero Lisandro Macarrulla se formó y se hizo rico con la fuerza de su yo y no cometiendo supuestas irregularidades en trabajos otorgados por la pasada Procuraduría de la República, según revela la auditoría de la Cámara de Cuentas y la firma extranjera que realizó el estudio técnico.
Naturalmente, como es un hombre poderoso, vinculado al poder político de los Vicini, los francotiradores de la maledicencia no cesan de afinar la puntería en su contra; pero sucede y viene a ser que su árbol genealógico revela un estilo de vida laborioso y lleno de riesgos asumidos durante la dictadura de Trujillo.
Ahora sí es fácil dispararle desde todos los litorales, porque esta democracia mostrenca y unas redes sociales alocadas arrasan con todo sin importar honras, porque así actúan los que hacen causa con sus propias miserias económicas y humanas. Es bueno saber que disparar con las carabinas vacías es el acto más ridículo de los desalmados.
Personalmente, en este mundo lo que más me entusiasma es la literatura y el arte y las biografías de los hombres y mujeres que han logrado el éxito a golpe de trabajo e inteligencia. En el mundo del imaginario colectivo, el nombre de Lisandro Macarrulla es una referencia a tomar en cuenta, porque siendo un burócrata con recursos económicos le sirve a un gobierno de tendencia democrática, situación que le ha generado muchos inconvenientes que han afectado su integridad y han llevado mucha amargura al seno de su familia.
Todo ello por querer colaborar con un gobierno de cuyo papel se siente complacido al poner a disposición del mismo sus conocimientos técnicos. En su forma de pensar, Macarrulla entiende que los hombres están destinados a depositar tantos conocimientos y experiencias parar lograr un mundo mejor.
El deber lo llamó a servir al país como soldado disciplinado, y respondió sin vacilar, consciente de los obstáculos que iba a encontrar en el camino en una época en que cualquier sujeto, a través de las redes, puede destruir la honra de cualquier persona sin importar los años que le llevó construirla.
A Macarrulla lo han vilipendiado sin piedad hombres y mujeres que no conocen lo que es el trabajo duro y sin descanso, y lo único que ha faltado es llevarlo a la horca, sin sospechar que en sus intentos son ellos los que se han descalificado porque no pueden exhibir logros, y sus enfoques solo se basan en el palpitar de la envidia.
Sus adversarios se han inventado toda clase de diabluras sin aportar pruebas convincentes, como es el caso de la construcción de las cárceles de Las Parras y sus vínculos con la familia Vicini que, reconociendo como cierto que pertenece a los sectores económicos más poderosos del país, la acumulación originaria que poseen es el fruto del trabajo que le legaron sus antepasados.
La vocación de Macarrulla es el trabajo y la capacidad de servicio, y por esa razón, un año antes de las elecciones de 2020, fue convencido por el actual presidente Luis Abinader Corona para que diseñara los proyectos más importantes del país, cuestión que ha cumplido al pie de la letra.
Las redes sociales actuales asumen el rol de juzgar a los individuos sin la presencia de jueces. Se trata de una especie de coliseo donde lo que prima son las carcajadas destempladas y el deseo de ver sangre y heridos por doquier. Es una era maldita cuyo avance dista mucho del Renacimiento, que trajo consigo el desarrollo del arte, la ciencia y el humanismo.
Las redes sociales han socavado considerablemente la base ética, moral, social y profesional de las familias y los sujetos en general. En este contexto se inscribe la invectiva en contra del ingeniero Lisandro Macarrulla cuyo propósito es servir al país a petición de su amigo de muchos años el presidente Luis Abinader. Además, qué de malo tiene que Macarrulla haya servido a la familia Vicini mediante las empresas que posee y que fueron formadas por su padre y dirigidas ahora por sus hijos que han seguido el ejemplo de trabajo de su padre.