Yo conocí a Ligia Amada Melo de Cardona en las aulas de la Facultad de Humanidades de la UASD en los años en que me iniciaba como estudiante de Educación de esa academia. Y arrastro conmigo la fuerza y reciedumbre de su imagen física, moral y espiritual, caminado o paseándose por el segundo nivel del edificio donde se encontraba la Escuela de Pedagogía de nuestra universidad.
Estar frente a doña Ligia y mirarle el rostro es estar frente a la autoridad salpicada de sabiduría y de cariño.
A nadie como a ella, igual que a Ivelisse Prats, la palabra doña le encaja tan perfectamente en su oficio de maestra singular, y de oficio pedagógico absoluto, que sueña y vive para la educación de su país y el mundo. En esa dirección, podemos decir lo mismo de doña Ivelisse. Las dos han ocupado las posiciones más altas de la educación dominicana. Sin dejar de soñar un mejor país posible lleno de bienestar para los suyos.
Los diálogos con doña Ligia, aunque sean por pocos minutos, y más si le hablas de la UASD o de la educación nacional a cualquier nivel, resultan verdaderas cátedras recogidas, en apretadas síntesis, sobre variados tópicos.
En su dilatada vida de ministra y mujer de Estado, me ha recibido cuando he necesitado verla, sin que la burocracia se lo impida; y me ha escuchado con la paz suficiente para tratarle los temas que he agendado para tales visitas. A veces -en la soledad que conscientemente me construyo como terapia del alma, para elevarme, pensar y escribir- me he preguntado: ¿Cuáles son esos elementos misteriosos que unen, como un hilo invisible, a doña Ligia, Ivelisse Prats y a Milagros Ortiz Bosch?