Una de las expresiones que resulta más enigmática hoy es aquella de «vivir ligero de equipaje». No sé el origen más remoto de ella, pero es una de esas ideas compartidas en la cultura y, por tanto, en la literatura que en estos días me ha dado vuelta porque la he encontrado como título de varios libros y como un ideal de vida. Por lo regular se la entiende como una actitud de no apegarse a los bienes materiales y a una relación interpersonal de modo compulsivo. Refiere, por ello, a cierto resguardo de la libertad personal y tiene como trasfondo la metáfora de la vida como un viaje en cuyo trayecto logramos descubrirnos; esto es, saber quiénes somos y qué carajo venimos a hacer en este «paso por la vida».

Sin importar el origen y lo que probablemente pretendamos entender por ella, esta expresión se hace necesaria en el momento en que vemos cómo poca gente amasa grandes fortunas y cómo hay mucha gente que ha disminuido drásticamente sus ingresos para vivir. Al igual, en este momento en que tomamos conciencia de la fragilidad de la vida, se esperaba que disminuyera la tendencia a acumular bienes materiales, lo que no ha estado en el horizonte de la vida humana a juzgar por los hábitos de consumo exhibido por la población, sin importar el nivel socioeconómico a que pertenezca. En resumidas cuentas, la austeridad que emana de un desapego por las cosas materiales parece no ser un ideal en boga.

Con certeza se pensará que una cosa no tiene que ver con la otra. El mundo actual está edificado sobre la producción de bienes por lo que es inevitable alentar al consumo de lo producido. Así se mueve la economía, el capital fluye y se generan riquezas. En tal sentido, plantear lo que parece sugerir la expresión es un contrasentido a la dinámica del mercado: alentar a la no acumulación de bienes es ir contra las fuerzas que mueven la economía. Este es, precisamente, el enigma de la expresión ya que si bien la encontramos como un ideal de vida, poetas y místicos exaltan la gran riqueza espiritual de pasar por la vida ligero de equipaje, el mundo capitalista parece negarla por completo o, al menos, reducirla por entero al ámbito de la vida privada por la sencilla razón de que, justamente, esta expresión niega el ideal del capital: la acumulación de riquezas.

La historia en estas tierras tropicales ha sido testigo de mucha gente que llegó «ligera de equipaje»; las necesidades de su tierra y la búsqueda de una mejor condición de vida les obligaron a zarpar y aquí encontraron mejores oportunidades. En muchos casos, dada su condición étnica y el espíritu de la época, que miraba en ellos el emblema de la civilización y el progreso, fueron rodeados de privilegios que no le fueron otorgados a otros migrantes que, dado su color de piel y su lugar de procedencia, lo percibieron como destinados a una condición inferior.

Mas tarde, hijos y nietos de aquellos migrantes acumulan riquezas en nuestro país del modo más vil posible. El horizonte de sus vidas está lejos del ideal de nobleza que está detrás del desapego a las riquezas que emana de la explotación obrera y de los privilegios que otorga una clase política alienada y aliada al sector empresarial. Así nos condenan a la gran mayoría a la pobreza y al pago de sus vidas privilegiadas.

Bajo esas condiciones de poder no hay manera en que se sostenga un discurso por la excelencia de la vida espiritual frente al desorden que trae la vida lujuriosa. Los imaginarios que se construyen sobre la vida feliz pierden su conexión con la vida social. En otras palabras, se deja de entender que no hay felicidad individual a costa de la infelicidad de mucha gente. Se pierde el horizonte de una vida «ligera de equipaje» por el de un éxito económico-empresarial a base de privilegios y/o usurpación de lo que por derecho corresponde a todos y todas.

No hay virtud cuando la expoliación empresarial me condena a andar «ligero de equipaje» porque se lleva, a base de privilegios y componendas, lo de todos.