Fuente esencial de otras prominencias, el liderazgo no es baño de personalidades, no es saturación mediática, no es ese pulular hasta el hartazgo y el vómito, en todos los espacios.
El líder es humilde, comprensivo y comprometido éticamente. Zun-T-zun, el grande estratega oriental, aconseja invisibilizarse, moverse lo menos posible en el pantanal de las estrategias oscuras y disipantes.
Aconseja comprensión de la realidad propia y social, aconseja cuidado, aconseja claridad sobe el momentum. Pero esas condiciones solo la tienen los soñadores verdaderos, no los que le roban el sueño a los pueblos.
Porque hayas cruzado el charco a tu antojo, porque ahora te rodeen los poderes y la ilusión del poder y no te hayas colocado detrás de los barrotes donde se pudren tantos pobres de solemnidad injustamente bajo el simulacro de la “prisión preventiva”, no tienes que darte en el pecho.
El liderazgo amigable, verdadero, a prueba de toda sospecha, no niega sus orígenes humildes. Todo lo contrario, la conciencia de esa condición pasada carente de orgullo, (porque el líder no confunde orgullo con dignidad), lo dignifica más.
¿Cuáles de nuestros “lideres” autonombrados han vuelto a juntarse en camaradería con la gente que los vio sufrir y gozar en aquellos días de estrecheces y pobreza evidente donde se bebían el café del vecindario y jugaban pelota con los muchachos de la barriada?
Casi ninguno. Ese es ahora un mundo barrial, empequeñecido, que vive en el chiquitismo y las privaciones y no tiene por qué sentirse orgulloso de sus dirigentes inflados por el aire de la riqueza material que, bien vista, es enorme pobreza espiritual y fatalidad histórica que busca el abismo.
La mirada retrospectiva del líder es hacia la pureza de las intenciones no a la hipocresía, la doble moral, la pose, la carencia de escrúpulos, el poder por el poder. Sabe que se debe a un pueblo sometido a innumerables presiones de pura sobrevivencia, sabe que tiene una misión genuina, sabe que es un instrumento de su pueblo, no del poderío instrumentalizador.
La quiebra de los principios no puede casi nunca recuperarse en un liderazgo que nunca existió en el caso de los caídos en la ciénaga de la prevaricación y la entrega impúdica de la decencia en manos del poder fáctico de la usura institucionalizada, de la “filosofía” de “lo quiero todo”.
Ese es el liderazgo falseado, adoptado como blindaje, nunca como autenticidad y transparencia. El otro, el verdadero, tiene la suficiente conciencia, educación y reciedumbre para soportar las peores tempestades y tentaciones.
El liderazgo, sobre todo en la pecaminosa Latinoamérica que sólo ahora intenta sacudirse lentamente el peso insoportable (para el pueblo) de la corrupción a todos los niveles, pública y privada, no negocia nada y ajeno, menos.
Ahora bien, si pese a lo que aconsejan las condiciones descritas, el “líder” mantiene la línea de la “sabiduría” mediática, el “liderazgo” bochornoso que pretender borrar la llamada memoria colectiva, ahí se halla, claramente configurado, el farsante, la amenaza, la imposición del canalla tan astuto como autoritario, tan pobre que lo único que ahora tiene es dinero.