Las buenas relaciones internacionales, el dominio del pódium, el artificio de las palabras, aun sean inorgánicas y retórica pura y electorera, el baño de personalidades, los viajes y los congresos glamorosos en los que no participa el pueblo, la distribución generosa de recursos en el grupo tribal, así como las buenas relaciones en la metrópolis, no hacen necesariamente al líder político.
Hay una cierta materia incógnita que lo moldea y que lo hace fascinante ante la gente que incluye la coherencia, la firmeza en los principios, la seguridad que irradia en lo que hace y lo que dice y el no tráfico de la mentira y la doble moral.
Lo hacen líder actitudes oportunas en el momento oportuno como es el caso de Francis Caamaño que cuando le ofrecieron unos cinco u ocho millones de dólares para que desistiera de la empresa revolucionaria en abril de 1965 les dijo secamente a los ofertantes: “esto no es por dinero”.
A nadie se le debería presentar como exitoso si sólo cuenta con la pose, el gesto engreído, las conferencias en los grandes centros turísticos, los pronunciamientos altisonantes, si no puede explicar con claridad su paso por el poder.
Un líder “maleable” ante las ofertas económicas, ante glorias de dudosa procedencia, ante porvenires estrujados e indefendibles, no camina lejos ante la historia ni ante el porvenir.
El líder no es el agente de nadie: de las corporaciones, de las familias de primera, de los organismos del préstamo usurero y controlador.
A nadie se le debería presentar como exitoso si sólo cuenta con la pose, el gesto engreído, las conferencias en los grandes centros turísticos, los pronunciamientos altisonantes, si no puede explicar con claridad su paso por el poder.
No se le puede presentar como una figura respetable sino ha sabido respetarse a sí mismo en los momentos cruciales del manejo del poder.
Por más parafernalia mediática persistente de intelectualidad y del “dominio” de temas que acompañe a cualquier aspirante político a “líder histórico” no tiene necesariamente que suceder el milagro de la multiplicación de peces y panes políticos convertidos en votos suficientes y menos aún, sobrantes.
Ahora es fácil “dominar” temas si se tienen asesores bien pagados y cuando hay un cúmulo inmenso de información disponible.
Pero eso tampoco proyecta liderazgo serio, consistente, verificable, posicionado.
Así que el pueblo elector no siempre se deja arrastrar hacia corrientes no limpias ni lavadas con formol. Los pueblos se equivocan, ¿quién lo duda? en medio del marasmo publicitario asfixiante que lo lleva a elegir mal en profundas ocasiones de desvarío y descontrol. Pero apostar a esa caótica realidad no es racional ni funciona siempre como se esperaba.