La escritora española Belén Gopegui acaba de publicar un magnífico libro, El murmullo (Editorial Debate), que es fruto de su tesis doctoral, en el que de manera irónica nos ofrece una radiografía de ese fenómeno social en que se han convertido los libros de “autoayuda”, todo un género que hoy inunda las librerías y acapara las listas de los best sellers aquí en España. Me refiero a esas obras que abordan asuntos muy complejos desde la divulgación no científica, aunque presentados, eso sí, con un envoltorio científico o profesional y bajo títulos atractivos. Lo paradójico es que el libro de Gopegui, autora de novelas muy importantes en los últimos lustros, con una mirada crítica y comprometida, está incluido… en la sección de autoayuda.

Ciertamente, es muy llamativo cómo la solución de problemas afectivos ha llegado a convertirse en toda una industria editorial y en estas obras, según sostiene Belén Gopegui, la búsqueda de la felicidad acaba desdibujada por un individualismo insoportable, anulando una mirada hacia la sociedad como una comunidad. Efectivamente, esos son los mensajes que transmiten los libros de “autoayuda”, que refuerzan el individualismo y anulan lo colectivo: “Piensa en ti, tú eres lo primero, busca tu felicidad”…

Como plantea Gopegui, la autoayuda es el síntoma de un malestar o de un vacío emocional colectivo llevado al reforzamiento de lo individual. Es producto de una sociedad infantilizada en la que buscamos que nos digan cómo podemos sentirnos mejor o actuar mejor para ser aceptados… o es una mezcla de todo ello, en la que todo es un producto de consumo y, como tal, tiene que ser rápido y eficaz para aliviar un dolor psíquico no verbalizado.

La autora lo describe de una manera tan interesante y lúcida que me trae a la memoria la obra El malestar en la cultura, que Sigmund Freud publicara en 1930. Este comentario puede parecer muy atrevido, pero es producto de mi fascinación por El murmullo. Ese ruidito o murmullo que nos rodea, producto de los mensajes que lanzan los libros de “autoayuda”, y que, aunque no queramos, termina por ejercer influencia sobre nosotros, es el reflejo del malestar emocional actual y de la búsqueda manipulada de un ideal emocional que es irreal.

Se trata de unos cánones emocionales y de unos modelos de triunfo que más que solucionar los conflictos los etiquetan como “tóxicos”, “empoderados” o incluso “vitamínicos”. Todo queda envuelto con una etiqueta deslumbrante y queda convertido en un producto en el que cada persona busca una receta individualizada, y por supuesto exprés para solucionar sus problemas.