“Despiértate -me dijo mi padre-,
que vamos a entrar en el túnel”,
Atlántida, Camilo Venegas

El ser humano -sea macho como Donald Trump, hembra como Kamala Harris o como usted prefiera- es, desde tiempos de Aristóteles, un animal bípedo y sin plumas, que vive en sociedad, dotado de razón. Como tales, todos nacemos iguales (Thomas Jefferson), aunque algunos sean ‘más iguales que otros’ (George Orwel). ¡Ah!, además de conocimientos, los antedichos seres mamíferos adquieren ciertas destrezas y responsabilidades, sin olvidar sus derechos y legítimas aspiraciones a la felicidad, -independientemente de lo que esta pueda ser-.

I Libertad. En tanto que sujetos, la virtud esencial del Homo sapiens es la conciencia de sí, en teoría, y en la práctica, la libertad inherente a su desenvolvimiento. Para nuestro desarrollo y expansión en el terreno de lo concreto, quien mejor aborda la razón de ser de esa realidad, en las postrimerías del presente, es el filósofo británico de ascendencia rusa, Isaiah Berlin (1909-1997). Este, en su obra ya clásica: Dos conceptos de libertad, distingue entre la libertad negativa y la positiva.

La libertad tildada de negativa  o liberal se refiere a la esfera de acción individual en la que cada uno actúa o decide en ausencia de coacción o interferencia de un tercero, mientras que la segunda responde a la capacidad de autodeterminación o autorrealización, relativas al deseo de un individuo de ser su propio amo y señor. Una modalidad -esencialmente circunscrita a la liberal- ha sido denominada como libertad republicana (Quentin Skinner y J.G.A. Pocock), pues una persona es libre de algo y/o de alguien, en la medida en que no esté atada a una cosa o sujeta al poder arbitrario de un tercero.

Fiel a la tradición liberal, Berlin defiende el concepto negativo de la libertad, mientras adversa el positivo que lo asimila a un camino inexorable hacia el surgimiento de sistemas totalitarios de convivencia sociopolítica.

Ahora bien, fuera del pizarrón que inscribe ideas y sus deliberaciones teóricas, ¿qué nos lega dicha tradición liberal en la realidad mundana de un mundo que, no obstante su universal globalidad, no por ello deja de ser ‘ancho y ajeno’ (Ciro Alegría)? O, formulando la misma pregunta en términos preconcebidos o derivados del prólogo al evangelio de San Juan, ¿cómo se manifiesta la libertad encarnada en nuestro mundo?

II .Realidades económicas.   La respuesta es un mundo edificado y operando -en el horizonte teórico de Carlos Marx, Karl Polanyi, Joseph Schumpeter y otros tantos más- al ritmo de su propio quehacer tecnológico y económico, pero de conformidad siempre con la decisión tomada por uno o muchos más sujetos humanos. Evoco a seguidas cinco o seis de sus tendencias más características aquí y ahora.

  • Disminución de la inflación, sin que la economía llegue a una recesión total a pesar de los aumentos de las tasas de interés. Por añadidura, mientras los bancos centrales de las grandes economías han recortado las tasas de interés, no obstante, la percepción generalizada y por doquier es que los bienes y servicios se han vuelto sensiblemente más caros para los consumidores.
  • El entorno laboral, luego de la pandemia de Covid-19, se ha transformado y devenido a distancia. A esto se suma el vertiginoso avance de la Inteligencia Artificial (IA), que ya comienza a impactar los más diversos mercados laborales y centros educativos.
  • El ritmo de la globalización se ralentiza y se resiente cierta escalada de las guerras comerciales entre las grandes economías contemporáneas. A esa realidad se añaden conflictos entre bandos aliados, como en Ucrania y Gaza, que trastornan el comercio mundial, perjudican el transporte y aumentan los costos de fertilizantes y de otras materias primas.
  • Mercados laborales con relativo bajo desempleo. La migración internacional suple, por doquier, el descenso de población activa en países con bajas tasas de natalidad a medida en que sus economías se expanden.
  • El cambio climático es una realidad presente, tal y como atestiguan medioambientalistas y las compañías de seguros y reaseguros, que han aumentado significativamente las tarifas de los seguros contra riesgos catastróficos o han dejado de ofrecer algunas de estas pólizas por completo.
  • Y, a propósito de la República Dominicana, el excepcional crecimiento dominicano llega a su límite, inundado de leyes y carenciado de recursos y de estrategias. Deviene imprescindible, por consiguiente, rescatar la formación de sus recursos humanos y la disciplina ciudadana, al igual que restablecer la sostenibilidad de la deuda, la racionalización del gasto, la envergadura burocrática del Estado, la simplificación y el cumplimiento con las obligaciones tributarias, la institucionalización de los poderes del Estado y la mejora operativa de los servicios que se ofrecen a la población, en aras de un pronto relanzamiento del crecimiento y desarrollo del país.

Sin perder de vista la caracterización precedente de nuestro presente más evidente, al menos desde una perspectiva económica, ¿es posible de abordar la discusión sobre el concepto de la libertad más allá de los márgenes configurados en la tipología berliniana? La respuesta es sí, aunque a cuentagotas.

III. Mundos políticos.   En orden a clarificar dicha respuesta zigzagueante, clarifiquemos a qué modalidad de libertad ideal se recurre a la hora de edificar y proseguir el crecimiento económico, en función del colindante desarrollo institucional de las sociedades contemporáneas. Para lograr dicho desarrollo, idealmente sostenible, actuamos y nos comportamos, en función de la tipología de Berlin, ¿dotados de libertad positiva o de libertad negativa, incluyendo en esta última su variante parlamentaria?

Subráyese de inmediato lo que sigue. Formulada dicha pregunta, aparece por fin la encrucijada mortal del mundo político contemporáneo. Mortal, pues nos lleva de la mano del maniqueísmo más craso a la pérdida de nuestra facultad de tomar decisiones de manera libérrima y de preservar, tanto nuestros derechos y libertades civiles, como nuestra propia libertad como seres humanos.

En efecto, en dicho mundo propiamente político, es imposible escapar a una toma de decisiones restringida por un sinfín de  sempiternas disyuntivas entre lo uno o lo otro. Lo uno, la libertad positiva y sus impactos de autoritarismo, autocracia y egolatría de prepotentes gobernantes ensimismados, en detrimento de las decisiones y libertades individuales del ciudadano; o lo otro, la libertad negativa, esa que se opone a cuantos impedimentos externos (coacción y dominación) relativicen e impidan la autorrealización individual.

Tal disrupción dicotómica cercena, en los respectivos feudos sociopolíticos y económicos forjados por cada una de esas dos variantes de la libertad, la posibilidad de cooperar en armonía al interior de cada nación y, a nivel internacional, entre ellas. Por eso, constatamos por doquier que la prosperidad y satisfacción de los unos, no deja de ser el empobrecimiento y la desdicha de los demás. Frustración, no solo por no alcanzar lo imposible: realizar cualquier utopía social, sino incluso de apelar razonablemente a un marco de referencia teórico en el que la libertad humana integre sus manifestaciones más contradictorias y contraproducentes.

Sencillamente, la libertad está expuesta hoy día -sin excepción geográfica o nominalmente ideológica, tanto a nivel nacional, como supra estatal o en el ámbito de los organismos internacionales- a ser manipulada con uno de estos dos fines: imponer sus rasgos más ‘autocráticos’, los mismos que hay que objetar (Moisés Naím); o, a la inversa, sucumbir a la injusticia de su propia negatividad, tan individualista en las relaciones sociales como aislacionista en los predios nacionalistas.

De ahí que en regímenes políticos totalitaristas y autocráticos, debido al ejercicio positivo de la libertad, al igual que en los de democracia liberal, como expresión de la libertad negativa, confluyen retoños de modelos de organización sociopolítica incompatibles con una concepción integral de la libertad que no sea dicotómica ni parcial.

IV. Servidumbre. En ese contexto, y parafraseando el título de una obra de Friedrich von Hayek: Camino de servidumbre, podemos concluir que la concepción del controvertido mundo actual -a partir de la libertad y de su quehacer- nos adentra por los senderos de esa sujeción. Busca, con razón, bienestar y justicia social, pero termina con la erosión de las libertades ciudadanas -debido al ya instituido estado de cosas propia al capitalismo “de la vigilancia” (Shoshana Zuboff); y -ahora, para colmo- reforzado por una IA generativa (Jensen Huang) que deja al desnudo la inoperancia e inexistencia, tanto del albedrío de Sapiens (Erik Davies; Yuval Noah Harari), como la consecuente cosificación del vetusto sujeto cartesiano -arrumbado como está, hoy día, bajo el peso mercantil y la adición de un sinfín de algoritmos inteligentes.

Así, pues, si en principio el sentido del sujeto libre significaba la comprensión de ser uno mismo y, también, la sensación de tener el control de nuestras acciones, pensamientos y decisiones; entonces, la sensación de que podemos o pudimos haber actuado de otra forma da a entender que, en posteriores situaciones similares, podríamos cambiar nuestra forma de actuar en función de las consecuencias de las acciones adoptadas. (Laureano Castro; Miguel Ángel Castro Nogueira; Miguel Ángel Toro Ibáñez.)

Es por ello que desde la óptica cultural, e independientemente del veredicto último de la neurociencia o de su espectro biológico, el libre albedrío conserva su valor y nuestras experiencias volitivas pueden ser ‘más útiles para guiar la conducta futura’ (Michael S. Gazzaniga), que para explicar las pretéritas, las que quedan cinceladas en el espacio y el tiempo de lo que fue y pasó. Y, por último, segundo, más allá de cualquier ‘ilusión’, perdura en la memoria humana el valor cimero de ser libres. Es así, dicho sea de paso, en medio de ‘una civilización sin libre albedrío’ (Robert Sapolsky), aunque reproducida en uno u otro de los senderos de nuestra fortuita servidumbre temporal.

En conclusión, la realidad política requiere un nuevo concepto de libertad, uno de envergadura no dicotómica y capaz de transformar los caminos de servidumbre en los que coexistimos -hoy por hoy, consciente o inconscientemente- en los cuatro puntos cardinales, todos por igual.