En mi artículo anterior (https://acento.com.do/opinion/libertad-educacion-y-equidad-9041375.htmla), a partir de un escrito de la investigadora española Marta Fraile, reflexioné sobre el problema de la simplificación del problema de la libertad al entenderla carente de límites. Fraile acude al tópico común de la educación para afrontar la situación.
Con mucha frecuencia, al reflexionar sobre el tipo de educación que necesitamos, la cuestión se plantea sólo desde el punto de vista de las necesidades del mercado -no es la postura de Fraile-. Partiendo de este supuesto, la prioridad es la promoción de la actitud competitiva y las habilidades para triunfar en un escenario de conflicto laboral.
Pero una sociedad de libre mercado no es un ideal por sí mismo, pues ella es perfectamente compatible con sistemas políticos autoritarios, con gobiernos que violan los derechos humanos, o con estilos de vida donde el fin no es el respeto a la dignidad de las personas. Por ello, educar no puede reducirse a formar a los individuos en competencias laborales.
Se requiere además, una educación que fomente destrezas propias de la vida democrática e inspire una cultura de la libertad. Esto implica una reflexión sobre los límites que la hacen posible y la sustentan. Es aquí donde la educación humanística juega un rol fundamental y su marginación constituye una apuesta por la derrota del proyecto democrático de la Modernidad.
Hoy visualisamos múltiples amenazas a dicho proyecto: el ascenso de los populismos autoritarios de Europa del Este; la radicalización de los sectarismos políticos y la cultura de la cancelación en Estados Unidos; las prácticas autoritarias y corruptas que transgreden los límites establecidos por el marco ético y legal de un Estado moderno en la vida política latinoamericana.
Todo ello dentro de una revolución tecnológica que ha proporcionado a la gente común un mundo de datos sin disponer del entrenamiento crítico para la discriminación; y un enorme poder para transmitirla sin restricciones, con graves implicaciones para la esfera pública y privada de la ciudadanía.
Esos referidos problemas requieren de un diálogo que ponga en primer término el interés colectivo. No hay un tratamento razonable de los problemas sociales priorizando una supuesta libertad sin restricciones. Así que, invocando el derecho a ejercer una libertad sin límites, no se defiende la cultura de la libertad sino las prácticas autoritarias que la socavan. El desarrollo de la libertad requiere una educación crítica que nos haga cuestionar y dialogar sobre los límites de nuestras acciones.