"De los hechos futuros los sabios captan aquellos que se aproximan (…) Mientras en la calle afuera, nada escuchan los pueblos".  Constantino Cavafis

Una de las cosas más difíciles de llevar a cabo en esta vida es reconocer méritos de otros sin que al hacerlo el mundo piense en la palabra lisonja. Sin embargo, aquel que se tiene por ser indómito y no le mueve el agua a nadie, puede darse el lujo y satisfacer el gusto propio por reconocer talento ajeno, sin temor a sentir menoscabo del poco o mucho que uno tenga, pues su seguridad es tal que no admite ni medias tintas ni malintencionados dobleces. Una vez hecho este preámbulo quiero referirme a una persona a la que particulamente considero y me permito calificar como un intelectual a tiempo completo: Leonte Brea.

A Leonte le conocí siendo aún muy niño. Él estudiaba, junto a mi hermano Salvador, entre los arbustos del patio de mi casa y yo, en aquel momento, tenía asignada una labor de suma importancia: comprar cigarrillos para Brea en el colmado más cercano. Para mí aquella era una misión muy grata ya que me permitía montar en mi motor imaginario y salir a toda velocidad para traer de vuelta conmigo aquel discreto vicio que le era tan placentero en los recesos de estudios.

Pasado aquel período infantil deje de ver a Leonte y hubo de transcurrir un buen tiempo hasta que volví a saber de él tras su regreso de México. Llegó de vuelta a la isla con sobrepeso de conocimientos; todo un rinoceronte, no solo por lo abultado del saber acumulado a sus espaldas, sino por sus enormes embestidas y su inagotable pasión por mantener los más agudos debates. Leonte hizo de su persona magisterio, un ágora a la que se asiste para escuchar y confrontar ideas.

Yo, por mi parte, le he venido observando en la distancia desde hace mucho y no por ninguna diferencia de índole personal -todo lo contrario- sino por respeto y porque siempre he tenido en alta estima su fino olfato para leer entre líneas el acontecer nacional y señalar el rumbo probable de lo que pudiera pasar en un futuro. Sí yo tuviera que ubicar a Leonte en el reino animal no tardaría en pensar, por lo voluminoso de su conocimiento, en un búfalo o tal vez, como dije antes, en un rinoceronte. Y sin embargo, que contradicción tan curiosa, esos animales de pesado cuerpo no responderían jamás en mi imaginario con la inigualable rapidez y agilidad mental de mi amigo. Sus pensamientos son auténticos relámpagos de agudeza. Siempre le imagino feliz cuando atrapa una idea al vuelo, la sujeta por sus alas y la expone sin el menor artificio ante el público.

Para mí propio deleite he tenido, en estos últimos tiempos, la suerte de mantener alguna charla con él y debo confesar sin rubor que me he sentido muy halagado por la enorme generosidad con la que me ha hecho algún que otro reconocimiento en privado. Para mí sus palabras tienen siempre un enorme valor. Estas breves notas son, de alguna forma, un agradecimiento por una deuda contraída y pendiente de pago desde la infancia. Y no solo por la dicha que siempre provocaba en mí el hecho de comprarle aquellos cigarrillos, sino por compartir, ya en la edad adulta, idéntica pasión por ese tipo de pensamiento crítico e incisivo tan en desuso en estos tiempos.