«Hay míticos que dicen haber conocido directamente a Dios. Él también era un mítico y lo que había conocido era el vacío». -Enrique Krauze-.
Las comparaciones en este mundo de imitadores en que nos hemos convertido son, a pesar de la poca originalidad que desprende en los escenarios donde se busca reforzar una idea a través de juicios subjetivos, formas simples de acercar el discurso a una realidad latente en los escenarios de la realpolitik. De ahí, que siendo Abinader el foco de atención en cuanto a la materialización de los sueños criollos, justo sería ponerlo en una balanza con alguien que dirigió la nación pretendiéndose el redentor de los oprimidos.
En la versión anterior de este carrete de opiniones advertimos que, Leonel, otrora “Maestro, Líder y guía morado”, ahora arropado con el verde de lo que un día fue el Partido de los Trabajadores, está «destinado por la dialéctica social a desaparecer de los escenarios donde se discute por medio del sufragio el mando de la cosa pública». Ahora, como prometimos en esa ocasión, pondremos especial atención a su sucesor, el ungido del Granero del Sur, el mismo que se creyó estar sentado a diestra del dios que inspiró a cristianos musulmanes.
Los esfuerzos de este engendro, un político pálido de discurso incoherente y tímida legitimidad, distan de los intereses de quien fuera en otros tiempos su camarada y cómplice de artimañas. No intenta repetir las hazañas del 2012, donde apoyado en el Marqués de la antigua Junta Central, el Presupuesto de la Nación y el contrato de adhesión que lo obligó a llevar a Margot como compañera de boleta arrebatando el triunfo a un político atípico, al que acorralaron con la prensa comprada y la alianza con la rancia oligarquía nacional.
Sus apariciones no obedecen al interés de hacer criticas constructivas para el fortalecimiento de la democracia vernácula. Sus arengas son el resultado del miedo que produce a la rata cuando el sabio agricultor adquiere gatos adiestrados para el exterminio de las plagas. Y, sabedor del peligro que significa dormir sin preocupación, no vacila en mostrar una fortaleza discursiva con la que pretende disuadir la auscultación de su accionar en la vida pública. Miedo que no puede ocultar cuando los intrépidos ruidos de sirenas zozobran el silencio de su morada.
Danilo, más preso del desgaste que de su propia gravedad, concomitantemente con ello, lucha por retener una matrícula interna desafecta a las ideas y con ciego apego a las mieles extraídas de la nómina pública, que, por no ver esperanzas a futuro en la enlutada casa de Bosch, coquetean con su antiguo maestro, a quien le prodigan una suerte menos horrorosa que la que la vida y la ley le pudieran estar gestando a un famoso cuentista de anécdotas gallegas.
La atmósfera, aunque le favorezca el control de las opacas estructuras de un partido en descomposición, luce difícil para quien desalojó sin reparos todo lo que pudiera causarle traumas en su firme decisión por convertirse en dueño absoluto de la entidad. En consecuencia, le depara un clima nublado con posibles ráfagas de viento que, a la corta o la larga, terminarán arrastrándolo junto a sus hermanos, amigos y compañeros de partido a las orillas del río en donde poza su espada la diosa Temis.
Lánguido cual niño somalí, más por preocupación que por alimentación, trémulo entre la ansiedad que produce la incertidumbre del futuro sin augurios provechosos, y la batalla por sostener en sus manos lo poco de la carroña aún vigente en la vieja casa de la avenida Independencia. Queriendo, sin que nadie le compre la actuación, mostrarse valiente y aguerrido como mecanismo de camuflaje ante un final que pudiera terminar en el vacío que impera en la soledad de las ergástulas.