“Cuando el jilguero no puede cantar, cuando el poeta es un peregrino, cuando de nada nos sirve rezar, caminante, no hay camino”. -Antonio Machado-.

Si de algo ha gozado el expresidente Leonel Fernández, desde que el autor de Luis Pie, insigne dominicano oriundo de la Vega, líder genuino de una generación que faltó a sus principios (creador del que un día fuera el más poderoso instrumento político de cooptación electoral en este pedacito de cielo le hiciera en 1994 compañero de fórmula), es el marcado reconocimiento a su capacidad discursiva y la sutileza de sus palabras al mentir.

Dije, y aún están presentes en mi memoria aquellas frases vertidas en una humilde opinión, a efecto de su lucha contra el danilato en las internas de noviembre del 2019 que: de él, “Se contarán, como de Alejandro o Napoleón, eventos gloriosos en los que el sable moldeado por los mismos dioses dio triunfos impensables en situaciones exclusivas”. atendiendo a que la suerte no siempre gira al compás de los vientos.

Experto en envolver con sofisticadas argucias, realidades inmutables. Cabalgó como un faraón en el Presupuesto Nacional, con el que creó las condiciones para revertir toda intención social destinada a debilitar o combatir con el sufragio, la fuerza que ejerce en un hombre el apego enfermizo al poder, por demás, decidido mantenerlo a cualquier precio, siempre que el costo sea, el sudor de los inocentes.

Fue maestro, líder, guía y ungido, según el grado del favor que la nómina expresara en beneficio de sus acólitos. Pario, sin dolor y sin cesárea un grupo de lisonjeros sin sentido crítico que, con el abal de unos tutumpotes, desvirtuaron por acción y por intereses mercuriales el sentir de los incautos. Pero olvidó que “Todo pasa y todo queda” y su afán por erigirse como el dueño de la verdad, se ha visto frente a frente con una realidad social y política distinta a la que le forjó como el líder, que fue y no será jamás.

Leonel olvida que el transcurrir de los días ejerce fuerza en el pensamiento evolutivo, cuyo dinamismo no permite al hombre moderno, con herramientas novedosas de información sociopolítica, apostar su futuro a sofismas y entelequias de un mitómano escondido en argumentos desfasados. La gente, esa que engañó sin remordimiento por varios lustros, le ha mostrado que su verborrea intelectualoide ya no cala en un pueblo que se acostumbró a un gobierno que tiene como estandarte la transparencia en el manejo de los fondos públicos.

Desubicado y desconocedor del contexto histórico que atraviesa el país político de este siglo, se arropó en su falacia patológica intentando seducir con su otrora encantadora filosofía del futuro sobre un crecimiento del partido que a fuerza y sin el interés del pueblo no logró alcanzar el segundo dígito en la elección municipal. Dejándonos una interrogante que amerita una respuesta a la altura de las circunstancias. ¿Y los dos millones de votos?