La narrativa de la lucha contra la corrupción, del diálogo y el Gobierno de Unidad Nacional
Si en el discurso político dominicano existe una palabra vacía, esa es diálogo. Pero si existe un propósito hueco, ese es: Gobierno de Unidad Nacional. Y más aún: si en los últimos sesenta años, de 1963 a 2023, existe una retórica mentirosa, esa es la de la moralización de la cosa pública.
Lucha contra la corrupción
Antes de los escarceos hoy en curso en la justicia dominicana en la lucha contra la corrupción en el “Gobierno del Cambio”, el “el árbol de la corrupción” ha sido dibujado con discursos hinchados de hipocresía por todos los lideres políticos dominicanos, hasta nuevo balance histórico salvo los de Juan Bosch.
El vocabulario ético y moral es pobre en el discurso político dominicano. En el comportamiento de los políticos en los negocios y en la vida privada hay demasiadas techas que nadie se atreve a tocar.
Esa perspectiva de mira no está en la agenda del país con igual atención que otros tópicos de tipo económico y social. Hay tabúes de todo tipo y por doquier. Pero, paradójicamente, todos los líderes políticos declaran la lucha contra la corrupción como una de sus prioridades.
En los discurso de Leonel Fernández es extensa y nutrida la narrativa del diálogo, el Gobierno de Unidad Nacional y la lucha contra la corrupción. En ese político, esa lucha contra forma parte del lenguaje del progreso y la modernización en sus discursos de campaña electoral y en los presidenciales .
Propia de la visión ética del progreso, en su oratoria se multiplican los lexemas y los enunciados que anuncian esa lucha. El 27 de febrero de 2000, en el último discurso de rendición de cuentas del período gubernamental 1996-2000, Fernández informa al Congreso acerca de las acciones emprendidas en la “difusión de valores en contra de ese mal”.
Para el discurso iluminista del progreso ese “mal de hondas raíces” es contrario a la razón y al Estado de Derecho.
“La corrupción. Ha sido una preocupación constante de las actuales autoridades el tema relativo a la corrupción. Nos hemos esforzado en todo instante en crear mecanismos idóneos e institucionalizados que permitan combatir con eficacia ese mal de raíces hondas. Una de nuestras primeras medidas fue la de conferirle al Procurador General de la República un rol especial en la lucha contra la corrupción, y hemos llevado a cabo una notable labor de prevención y de difusión de valores en contra de este mal”.
En su tercer discurso de rendición cuentas ante el Congreso de su gestión 1996-2000, el presidente Fernández exhibía un balance positivo en gran medida en la corrección de un “mal” que en términos de robo al erario valoraba en 30,000 millones de pesos al año.
Pero, aun así, la corrupción triunfó. Eso llevó a Leonel Fernández a renovar sus votos de lucha contra el mal, desde el inicio de la campaña electoral para las elecciones de 2004.
En el discurso de proclamación de su candidatura, agosto de 2003, anunciaba la guerra sin cuartel al “flagelo de la corrupción”. Esa lucha es parte fundamental de su “proyecto de país” bajo la consigna electoral de “vuelve el progreso”:
“Declararemos, desde el primer día, la guerra sin cuartel contra el flagelo de la corrupción. Contra nuestro nuevo gobierno nadie, de manera justa, podrá jamás levantar el índice acusador. Por eso, a todos aquellos que pretenden acompañarme en este proyecto de país, que no me pidan en privado lo que no se atreverían a decirme en público”.
Fue impactante esa expresión:” no me pidan en privado lo que no se atreverían a decirme en público. “Y el país la creyó.
Diálogo y Gobierno de Unidad Nacional
Algo consustancial del discurso del progreso en el siglo XIX, pero incluso desde el Renacimiento, es la idea de que Estado y pueblo forman una unidad. En la democracia el ideal de unidad se traduce en la búsqueda del diálogo, el consenso, propios de un estado de civilización superior.
De ahí que el discurso político del progreso sea esencialmente un discurso de la participación y los acuerdos. Esa meta ha sido difícil de lograr. Hoy es un espejismo que todos los gobernantes esparcen en la sociedad bajo diversas nominaciones: gobierno de unidad nacional, gobierno compartido, pacto, consenso,etc.
Gobernabilidad es otro neologismo que en los últimos años ha venido a salvar la situación de ese espejismo. Con o sin diálogo, sin unidad nacional, se procura el reconocimiento de la legitimidad del gobierno de turno, a cambio de compensaciones en el reparto de los poderes del Estado.
Fernández es quien mejor encarna el concepto de unidad, usando profusamente de él. Desde 1996, los enunciados que enmarcan el concepto de unidad y de diálogo se multiplican en sus discursos.
El Diálogo Nacional y la Casa del Diálogo Nacional, con mayúscula, es la utopía más elevada que se ha intentado en el país. Utopía que Fernández ve realizada cuando en 1998 hace el balance de ese proyecto.
“Este gobierno había convocado a todas las fuerzas vivas de la nación a la celebración del Gran Diálogo Nacional, el cual resultó ser la más enriquecedora experiencia de democracia participativa que jamás se haya efectuado en la historia nacional”.
El progreso se impuso. El Diálogo Nacional resultó. La Casa del Diálogo Nacional abrió sus puertas en la calle Cesar Nicolas Penson. Era un encanto, una maravilla, que este pequeño país caribeño se realizara una de las más viejas utopías de la civilización occidental.
Aunque, el PRD se opuso, no participó. La “democracia participativa”, el pueblo reunido en el Diálogo”, las “fuerzas principales”, “las fuerzas vivas”, no concitaron el entusiasmo del PRD. Ni siquiera la Iglesia Católica, la mediadora, pudo convencer a esa organización.
Hubo progreso, el diálogo funcionó, aunque sin el PRD. Y, años después, con más fe que nunca en la campaña electoral de 2004, Fernández vuelve a la carga con la idea de “diálogo y consenso”.
Esa es la falta que le reprocha a Hipólito Mejía: reformar la Constitución que incluyó la reelección presidencial sin diálogo ni consenso. Yerro que se propone enmendar cuando “vuelva el progreso” en 2004.
Esa es la principal propuesta del líder opositor Fernández en el discurso de proclamación de su candidatura presidencial el 30 de agosto de 2003:
“Sobre la base del diálogo y el consenso, propondremos una verdadera reforma constitucional en la República Dominicana, que nos permita disponer de las instituciones requeridas para un Estado moderno del siglo XXI, como reclaman los tiempos actuales”.
En el discurso de juramentación como presidente de la República de agosto de 2004, Fernández reactiva su proyecto de unidad, pero con una nueva versión, quizás adecuándolo debido a las experiencias del Diálogo Nacional. Esta vez él plantea, con más ambición “un Gobierno de Unidad Nacional”, recurriendo a una vieja idea que se repite con esa misma lexía desde 1963.
Pero, además, propone Consejos de Desarrollo, los cuales recuerdan a la Comisión Nacional de Desarrollo presida por Vincho Castillo, la cual fue la expresión de la unidad y la democracia de los Doce Años de Joaquín Balaguer.
El reciclaje discursivo de los políticos es una industria próspera en nuestro país. Desde 1963 la cronología de los conceptos recoge declaraciones de unidad e integración de las fuerzas políticas en la gestión del Estado.
Los discurso de campaña electoral, los discursos de juramentación y los discursos presidenciales son rebosantes recipientes de una terminología de la unidad y el consenso. Ese artículo retórico funciona como un lugar común o cliché que en apariencia cambia y se renueva cada cuatro años.
Sin embargo, hoy no se puede mencionar un caso que haya tenido un significado concreto: tal acuerdo, tal consenso, tal gobierno de unidad nacional. Y no escasean tales productos, pero en los papeles.