Advertimos, de entrada, que el presente escrito, es político en su esencia, pero no partidista, en sus enfoques. Ello se debe al conocimiento de la hipersensibilidad de la epidermis política nacional, que tan solo con leer el nombre de quien escribe y el tema, saca conclusiones aviesas, peregrinas e infundadas, sin haberse introducido en las posibles profundidades y aristas diversas, que pueda tener un tema en particular. Otra advertencia ineludible es la de que no tenemos militancia en partido alguno, ni respondemos, con este escrito ni con nada, a lineamientos o intereses proselitistas.
Dicho esto, como advertencia introductoria, veremos la definición, concepto que ha entrado en crisis en esta era de la posverdad, de la palabra Caudillo: persona que guía y manda a un grupo de personas, especialmente a un ejército o gente armada, dice eso el tío Google, para agregar: título con que se adaptó en español la voz alemana fuhrer y la italiana duce. Termina la cita.
Hasta aquí el personaje de estudio, en una visión simplista, podría ser descartado como caudillo, por el hecho de no ser ni haber sido militar. Sin embargo, el abordaje que traemos en este artículo trasciende lo militar y las jerarquías de las organizaciones armadas y policiales, para hacer una vivisección de las características del presidente Leonel Fernández y su currículo y síntomas aparentes de ser el único caudillo político de América Latina.
Nacido el 26 de diciembre de 1953, se acerca a los setenta años, doctor en derecho por la Pontificia Universidad Autónoma de Santo Domingo, presidente en los períodos 1996-2000, 2004-2008 y 2008-2012, es decir tres períodos o mandatos constitucionales, todos como todo, con sus aciertos y desaciertos, con sus luces y sus sombras. A ello se puede agregar que es el modelo del animal político del que hablaba Aristóteles de Samos, el zoom politikon, que no puede, ni le interesa alejarse del ejercicio político: la política es su vida y, como Joaquín Balaguer, su cédula de identidad y electoral, debe decir en la ocupación: presidente de la Republica.
Muertos ya, y vencidos por la vida y el intenso ajetreo político, los tres principales adversarios que poblaron la vida nacional pos-Trujillo, a saber, Juan Bosch, Joaquín Balaguer, y José Francisco Peña Gómez, y que, aunque solo dos de ellos ejercieron el mando, solo queda en el escenario político nacional, Leonel Fernández con las características- no está hablando la pasión- de ser señalado, este es el centro de mi tesis, como Caudillo ilustrado.
Con el relevo político del llamado Pacto por la democracia, donde Joaquín Balaguer y Juan Bosch, sostienen cada uno de una mano a este caudillo en ciernes, para cerrar abiertamente el paso a Peña Gómez hacia el Palacio nacional, además dándole un claro enfoque racista a su discurso por la alegada racialidad haitiana del más grande líder de masas que ha tenido la Republica Dominicana, el hombre que sabia formar una cruz humana y blanca, en el área de la calle Padre Castellanos, en la cabeza del Puente Francisco del Rosario Sánchez, los dos primeros caudillos estaban muy cercanos a la muerte y ahí, Peña tal vez se despidió de sus aspiraciones presidenciales.
Ahora bien, cuales son o deben ser las características que debe reunir un político para ser considerado un Caudillo: pasión por la vida política, necesidad imperiosa de estar en contacto con las masas, aunque no piense resolver nada, pero si escuchar, antigüedad en el ejercicio político, olfato político y organizacional, liderazgo y arte de seducir, inteligencia emocional y estratégica, aparente desinterés por lo que ciega a los demás hombres, incluso a sus seguidores, dominar a la perfección el arte de la simulación, una obsesión por el ejercicio del mando, astucia para negociar, y podríamos agregar la infaltable capacidad para la práctica de la hipocresía, el mentir sin inmutarse y, por último, ser un orador que venza y convenza a las masas. A todo lo anterior se une su visión patriarcal y rentista del estado que les corresponde gobernar y del erario que le toca gestionar.
Ni el recién electo a un tercer periodo, Luiz Ignacio Lula Da Silva, ni Mujica, ni Gabriel Boric, ni Rafael Correa, ni Nicolás Maduro Moros, Nayib Bukele, ni Abinader, ni Gustavo Petro, ni Álvaro Uribe, y mucho menos un Pedro Castillo, del Perú, tienen ni por asomo las características, ni posibilidades, de llegar a ser considerados caudillos ilustrados. La ilustración es la categoría que da el conocimiento, aunque usted no lo quiera compartir, ni le importe nada dejar la educación mas baja de América Latina, solo superada por Haití, además de expresar la pena de no hallar en su país, alguien con quien contextualizar en una conversación académica y elevada.
Sostenemos la tesis del caudillismo intelectual, como también la de que en la vida contemporánea, de las tecnologías de la información y las comunicaciones, en la actual posverdad y el metaverso, no hay, o tal vez no sea necesario que los haya, lideres y caudillos políticos que actúen como maestros iluminados de su generación, y del tiempo que les ha tocado vivir, que como Sarmiento sean maestros y guías espirituales de la nación.
Un dato que no debe soslayarse de la visión de si mismos que tienen los caudillos, ilustrados o no, es su sentido mesiánico, destinista y hasta fatalista de saberse los hombres del Destino. Insustituibles en el sentido personal de su misión, ven su escogencia por las masas, no como una elección, sino como una predestinación, aupados por el ego, solo ven fantasmas y deficiencias en sus adversarios políticos, siendo ellos, muchas veces autores y participantes de las falencias y desgracias nacionales, que deploran constantemente en sus melosos discursos.
El salto tecnológico quántico que ha dado la humanidad nos ha convertido, no en una aldea global como decía Marshall Mc Luhan, sino en un microcosmos tecnológico inalámbrico y virtual, donde los medios de prensa y las redes sociales, hacen su trabajo de carpintería para construir figuras mediáticas, fantoches de baja estofa, vendidos por la propaganda a las masas que, al decir de Goebels, no piensan y olvidan pronto. Elo de seguro justifica el hecho de elegir cada cuatro años a los mismos asaltantes que los acaban de engañar.