Hace unos meses, el Grupo de Puebla se reunió en Santa Marta, Colombia. La idea era discutir una agenda progresista y plantear propuestas de cambios en una región donde las cosas están en ascuas o en proceso de desestabilizarse.
Estadistas de la talla de Dilma Rouseff, de Brasil, Evo Morales, de Bolivia, Alberto Fernández, de Argentina, y de la enanez de Ernesto Samper, Colombia, José Luis Zapatero, olé España, estuvieron. Y 60 líderes más (que en teoría) se mueven, cual reloj turulato, hacia la izquierda.
Como en toda fiesta, siempre alguien se cuela, y allí estaba, aunque con máscara puesta, por sus canas, y la forma de hablar (patética versión del profesor Juan Bosch), lo reconocí al instante: Don Leonel Fernández.
¿Qué buscaba en esa reunión, Leonel Fernández, el marxista arrepentido que gobernó 12 años República Dominicana? Entre líderes progresistas no se parecía en nada al Leonel que vendía el periódico Vanguardia del Pueblo en los años 80s, igual a Jean Paul Sartre cuando vendía el periódico del Partido Comunista chino en el París de los 60s. Eran tiempos de inocencia, lo de picardía política, llegarían luego.
Recuerdo que el mismo día que se juramentó como presidente de la República (1996), aquello de "servir al partido para servir al pueblo" se quedó en simple consigna, y lo hizo con un discurso neoliberal. En dicho comportamiento el teorema de Baglini salió a flote:
“Las convicciones de los políticos son inversamente proporcionales a la cercanía al poder“.
Le saldrá el tiro por la culata, ya que no será como el hijo pródigo recibido con vinos y cordero asado
Al ser investido como jefe de estado, y sentir el poder en su cuello, Leonel vomitó a Keynes y su modelo económico. El gasto social y el estado de bienestar de la mayoría eran para Leonel una carga para el estado, porque no producían riquezas.
Convencido por el milagro del mercado y de las bonanzas de la globalización, apostó al modelo que le imponían desde Washington de un estado descentralizado, privatizaciones brutales de empresas estatales, reducción del gasto social. También se abocó a la eliminación de subsidios y aumentó los impuestos (el trismente célebre paquetazo).
En general, el chico de Villa Juana, el de bigotes algo ralos, sometió el estado al mercado. No tomó en cuenta que hasta Francis Fukuyama se había retractado de su tesis: “Democracia y economía de mercado, el fin de la historia”. Citando a Peter Brucker, dijo en su discurso:
“Hoy la riqueza no la produce la materia prima, ni la fuerza de trabajo, ni el capital invertido, la produce el conocimiento”. Claro es un axioma, aun así, se negó a dar el 4 por ciento para educación y no invirtió un centavo en proyectos de investigación. En cambio, creó su centro elitista de estudios, la sin par FUNGLODE.
Leonel, en el ejercicio del poder, entendió que el pensamiento boschista era utópico, y gobernó con el manual balaguerista bajo los sobacos. De Balaguer aprendió que el verdadero poder era económico, y amparado en un sistema de corrupción, por él forjado, creó su propia oligarquía. La morada, por supuesto.
Muchos años después, acorralado y sin mucho espacio en su antiguo partido (el de las tropelías), mudó sus tiliches a otro partido, y para confundir le puso nombre de Fuerza del Pueblo.
Ese Leonel disminuido y no el del 96 fue el que se presentó al encuentro de Santa Marta, Colombia y que quiso pronunciar un discurso progresista e izquierdoso.
El mundo está cambiando, el modelo neoliberal agoniza, dejando unas secuelas de pobreza, guerras inter imperiales, riquezas centralizadas en unos pocos, y el peor índice de pobreza en muchos años, lo que incluye cada vez más bolsones de miseria en los países occidentales más ricos, empezando por Estados Unidos.
Y Leonel como camaleón que agoniza también y que ya no resulta atractivo, hipócritamente allí dijo:
“Hay que volver al pensamiento de Juan Bosch”.
Al oírlo decir eso, recordé las chichiguas que siendo niño le compraba a la “Vieja Pulula” para volarlas aprovechando los vientos de cuaresma. Leonel al no tener pensamiento propio, sólo referentes, vuela con los vientos si les son favorables a sus intereses políticos y personales. Pero, al igual que las chichiguas que vendía Pulula, que eran de papel y mala calidad, y el viento fuerte de cuaresma las tornaban pesadas en el aire, así Leonel corre el mismo riesgo.
Impulsado por el sofisma, y la cara no ensuciada por el bigote, quiere retornar al poder. Pero este falso izquierdista no es más que un infiltrado. Le saldrá el tiro por la culata, ya que no será como el hijo pródigo recibido con vinos y cordero asado, y más bien deberá contemplar, con la misma amargura que el Narciso observa su rostro envejecido, la segura derrota a que se encamina.