En todas las actividades humanas se plantean los problemas del sujeto y el conocimiento. Y el lenguaje es, sin duda, el lugar privilegiado de esa problemática.

En ese tenor, al referirnos al lenguaje hablamos aquí sin dogmas lingüísticos, en general de la capacidad de habla del ser humano; pero también de las dimensiones particulares de las circunstancias y las actitudes lenguajeras de los sujetos.

¿Cómo, por ejemplo, dirimir en el lenguaje los conflictos del conocimiento científico que en su manifestación acarrean los roles del sujeto?

Algunos piensan que han resuelto los problemas del conocimiento con tener una opinión o discurso sobre algo, que exponen a tambor batiente sin matiz en los argumentos ni en el estilo. Creen que la libertad de opinión es válida en cualquier asunto porque a alguien se le antoje decir “su verdad” a como dé lugar.

Así, por ejemplo, se dice que el discurso científico puede ser subjetivo porque la presencia del sujeto es inevitable. Pura perogrullada. No hay discurso sin sujeto. Y, por consiguiente, no hay discurso científico sin sujeto epistémico y sin sujeto individual.

Esa distinción traza, en gran medida, el límite de lo que es o no es ciencia. Aquí es oportuno decir que no existe un discurso en general sino discursos específicos en situaciones particulares; y que un discurso determinado es una intención determinada del sujeto.

Es una decisión y una estrategia de comunicación. Y así, se puede decidir que en un texto literario Juan se expone manifiestamente como sujeto, y que en un discurso científico se inhibe de aparecer en el texto en toda su expresividad.

Pero esto no es pura decisión individual. Es una decisión regida por la relación con la audiencia, sin la cual no existiría el discurso.

En el discurso de la ciencia opera un intercambio de saberes y artes con un sujeto colectivo llamado “comunidad científica”, que es quien, en definitiva, válida la adscripción del discurso a esa comunidad, marcándolo como científico porque es “objetivo”, “metódico”, “riguroso”, “apropiado a determinados protocolos y determinada ciencia.”

El discurso de la ciencia es así un conocimiento metódico, controlado, mediado por los criterios del “sujeto epistémico, que es lo que se llama “objetividad”, dentro de las normas preestablecidas por la comunidad científica.

En ese sentido, son proverbiales estos pasajes de Jean Piaget en su obra Lógica y conocimiento científico:

“El carácter propio del conocimiento científico es de la llegar a una cierta objetividad…esta objetividad no excluye en nada la necesidad de una actividad del sujeto en el acto de conocimiento…Hablaremos, de una parte, de “sujeto epistémico” … (Todos los sujetos de un mismo nivel de desarrollo que tienen en común la capacidad de realizar actividades como clasificar, ordenar y nombrar, independientemente de las diferencias individuales) … Hablemos de otra parte de “sujeto individual para designar lo que resta como propio de cada individuo…”

Como individuo, en un discurso científico cada uno puede simbolizar una serie de cosas por una imagen mental particular: rayas, dibujos, círculos, etc. Por ejemplo, en una obra que trate acerca de su formación académica, Juan puede decidir no seguir las convenciones de la redacción científica de las citas. Esa decisión se justificaría por la intención de asumir un estilo autobiográfico.

Pero de lo contrario, si Juan investiga para una institución en la cual rigen protocolos específicos que contienen los criterios de “cientificidad” en cuanto a es indispensable incluir con claridad en su investigación los antecedentes, los objetivos, la metodología, la hipótesis, etc., Juan no tiene más remedio que someterse a esos criterios, o de lo contrario, irse con su ciencia personal a otra parte.

En esa situación Juan debe saber, como lo afirma Piaget, que: “Lo propio del conocimiento científico es, pues, de llegar a una objetividad de más en más creciente a través del doble movimiento de adecuación al objeto y de descentración del sujeto individual en la dirección del sujeto epistémico.”

Algunos lingüistas como Roman Jakobson, inspirándose en las teorías de la ingeniera de la comunicación, llaman “ruidos” a las interferencias que se suscitan en la comunicación del mensaje, producto del propio sistema o del medio ambiente.

En la ciencia, como en la vida cotidiana, son comunes los “ruidos” o las dificultades de percepción y comprensión. Ese problema es fundamental en la interacción comunicativa o discursiva de cualquier naturaleza o tipo.

Es habitual que un alumno interrumpa al maestro, “no entiendo”, luego de que este llevara rato explicándole un tema. Cuando en mi clase de lingüística o de literatura en la Universidad oía esa solicitud de nueva explicación, respondía al estudiante: “Nunca se está en mejor situación para aprender que cuando no se entiende, esfuércese y entenderá.”

Hay gente que quisiera entender todo de una vez. Y se molesta y se deprime hasta abandonar el esfuerzo, cuando observa un fenómeno, lee un libro o trata de escribir una página como la que estoy escribiendo.

En esas situaciones siempre escucho el consejo de Gaston Bachelard, quien desde su obra La formación del espíritu científico, de pie en un estante de mi biblioteca me interpela:” hay que plantear el problema del conocimiento científico en términos de obstáculos”:

“Cuando se investigan las condiciones psicológicas del progreso de la ciencia, se llega muy pronto a la convicción de que hay que plantear el problema del conocimiento científico en términos de obstáculos. No se trata de considerar los obstáculos externos, como la complejidad o la fugacidad de los fenómenos, ni de incriminar a la debilidad de los sentidos o del espíritu humano: es en el acto mismo de conocer, íntimamente, donde aparecen, por una especie de necesidad funcional, los entorpecimientos y las confusiones. Es ahí donde mostraremos causas de estancamiento y hasta de retroceso, es ahí donde discerniremos causas de inercia que llamaremos obstáculos epistemológicos. El conocimiento de lo real es una luz que siempre proyecta alguna sombra. Jamás es inmediata y plena. Las revelaciones de lo real son siempre recurrentes. Lo real no es jamás "lo que podría creerse", sino siempre lo que debiera haberse pensado. El pensamiento empírico es claro, inmediato, cuando ha sido bien montado el aparejo de las razones. Al volver sobre un pasado de errores, se encuentra la verdad en un verdadero estado de arrepentimiento intelectual. En efecto, se conoce en contra de un conocimiento anterior, destruyendo conocimientos mal adquiridos o superando aquello que, en el espíritu mismo, obstaculiza a la espiritualización.”

Entiendo así que, en todo acto de conocimiento o creación, acto esencialmente discursivo, es preciso lidiar con esos “obstáculos epistemológicos”, que no son más que los ruidos y las sombras de todo tipo, inherentes al conocimiento y a la creación: ignorancias, dudas, prejuicios, preferencias, inclinaciones personales y culturales; además de la natural complejidad de lo real.

Digamos que son maniobras y entorpecimientos adyacentes y propios de la naturaleza del acto de crear e investigar.

Son los implacables “diablitos” que martirizan a la inteligencia y a la emoción; y que, eventualmente, salvan al hablante común, creador y al investigador cuando se dedican a cumplir su tarea de escuchar, hablar, leer y escribir para resolver problemas prácticos, creativos o científicos.

En todas las actividades humanas el lenguaje y el conocimiento están estrechamente imbricados. El asunto que se plantea es: ¿cómo se asumen los actos de simbolizar, percibir, analizar, interpretar, enjuiciar y comunicar el mundo real o imaginario?

Algunos creen que las dificultades propias de esas acciones corresponden exclusivamente a las ciencias, ignorando que son aventuras semióticas y discursivas ordinarias de la vida cotidiana.

En las ciencias del lenguaje, específicamente, a esas dificultades se agregan dos hechos propios de ese campo: las manifestaciones del lenguaje implican, intrínsecamente, al sujeto; y ese sujeto es también, intrínsecamente, subjetivo.

Esa doble situación se debe a que las ciencias del lenguaje son ciencias de la significación, las cuales no tienen lugar sino en el discurso: acto necesariamente producido por el sujeto hablante en los diferentes roles de persona común, escritor, científico, líder político, líder religioso, líder empresarial, etc.