Es difícil no enamorarse del doctor Brown, personaje secundario de la novela Como agua para chocolate.
El Dr. John Brown es el médico de la familia De la Garza. Es viudo y tiene un hijo. De ascendencia mixta, ya que es nieto de inmigrantes norteamericanos y una mujer kikapu, un pueblo indígena que solía vivir tanto en México como en Estados Unidos. Es una persona generosa, abierta y de buen carácter. Rescata a Tita del abuso de Mama Elena y la lleva a vivir con él. Se enamora de ella desde el primer momento, pero el corazón de Tita no lo ve. Ni la bondad puede hacer nada, cuando el corazón está mirando hacia otro lado.
El doctor Brown dice que todos tenemos una caja de cerillas en el alma y que se irán prendiendo poco a poco al contacto con el ser amado.
A Laura Esquivel, autora de la novela, le preguntan por quién se encienden sus cerillas. Ella no duda en responder: por mi hija, mis amigos y ustedes, mis lectores.
Así la vimos, en ebullición, en su reciente paso por Washington DC, en un encuentro inolvidable en el Instituto Mexicano de Cultura, donde acababan de celebrar el Día de los Muertos con su gracioso lema “El muerto al pozo y el vivo al gozo”.
El gozo fue para los vivos, quienes pudimos rememorar los comienzos, allá por el año 1989, de Como agua para chocolate, una obra literaria que guarda entre sus páginas románticas la magia de retratar la cocina como símbolo de identidad cultural y tradición en el país azteca.
“La cebolla tiene que estar finamente picada. Les sugiero ponerse un pequeño trozo de cebolla en la mollera con el fin de evitar el molesto lagrimeo que se produce cuando uno la está cortando. Lo malo de llorar cuando uno pica cebolla no es el simple hecho de llorar, sino que a veces uno empieza, como quien dice, se pica, y ya no puede parar”. Así, con ese ritmo familiar y relajado, empieza la novela, para adentrarse luego en aguas más profundas y arremolinadas, tan antiguas y a la vez tan actuales: las diferencias generacionales, los deberes para con la familia, la igualdad de género, las tradiciones culturales que se vuelven retrógradas. Y adornada con un realismo mágico fantástico, valga la redundancia.
Enfrentarse a las tradiciones, a sabiendas de su sinsentido, es como atravesar una revolución armados únicamente con piedras. Para Tita, tener que permanecer soltera para cuidar de su madre y ver cómo el amor de su vida se desposa con su hermana, es más que un suplicio, es un golpe helado y seco, una pesadilla que solo puede sobrevivir enterrándose en la comida. Y nosotros nos encerramos con ella en los sabores, olores y colores de la diversa gastronomía mexicana mientras adivinamos los sentimientos y emociones de los personajes de la trama. Tal como la misma Laura experimentó mientras deambulaba por la cocina de mano de su abuela.
La obra, ya un clásico de la literatura mexicana moderna, vio la luz como película en 1992 de la mano del director Alfonso Arau. También pisó el escenario del Ballet Real de Londres y ahora vuelve a escena, adaptada para la televisión en una de las plataformas del momento. Es otra oportunidad de adentrarse en el mundo de Tita y sus calamidades.
O, tal vez, volver a leer el libro y descubrir cosas nuevas: el sabor de los tamales y la reacción de euforia que producen ciertas comidas en nuestras almas, como si encendieran esa cerilla metafórica a la que se refiere el doctor Brown.