No es posible situar la esclavitud en un orden que no acoja sus voces en el contexto del comercio de cuerpos y la explotación. Los innumerables documentos de barbarie y de instrucción legisladora del exterminio acusan una doble mentalidad cultural en todos los espacios donde el negro fue utilizado como medio y modo de explotación y sojuzgamiento en la colonia. Aún hoy resuenan en el espacio de una visión explotadora las huellas de la manumisión y de una historia constituida como texto de ley y sublevación.

El Código Negro Carolino estuvo compuesto por regulaciones y leyes que se instruyeron para gobernar la fuerza esclava del negro en la colonia; el mismo fue promulgado por la conocida Real Audiencia de Santo Domingo en 1785 y se aplicó cinco años a favor de la violencia racial y explotadora. El rey Carlos IV de España había escrito y aprobado una Real Cćdula para regular la esclavitud en sus posesiones coloniales. La codificación de la violencia en la vida insular estaba regida por leyes estrictas y matizadas por algunas leyes modificadas con propósitos económicos y raciales.

A partir de esas huellas dejadas en rutas documentales y en testimonios que hoy conforman una nueva historia, se va constituyendo una historia cultural de los objetos políticos de la esclavitud, pero sobre todo de una política de la neoesclavitud en el nuevo mundo y en África. Las voces que la historia oficial reconoce como subalternas y vencidas en América van conformando una historia colonial y neocolonial, social y cultural siempre ligada a una memoria política de la destrucción del sujeto en el Caribe insular. Los ecos de dicha memoria resuenan en productos literarios y poéticos en todo el Caribe insular y continental.

En efecto, la Africanía tiene sus vínculos y raíces en América Latina, el Caribe y Norteamérica. Una historia de las relaciones diplomáticas, económicas y sociales se advierte en la elaboración misma del Código Negro Carolino y sus hilos de conducción convergentes en el texto legal de la explotación y la propiedad de la mano de obra esclava. Innumerables documentos, acciones e informes sobre la explotación racial y económica conforman un objeto de trabajo y a la vez una meta de investigación en toda la geografía del Caribe y en toda Afro-Latinoamérica, tal y como lo confirma George Reid Andrews en su obra titulada Afro- Latinoamérica (1800-2000), (Eds. Iberoamericana-Vervuert, 2007)

El significado de la huella esclava en América revela no solo una visión, sino una economía política y simbólica dirigida a mostrar un tipo de organización basada en la represión mediante el trabajo esclavo y de la supresión de las voces originarias. La industria del maltrato, el sometimiento a ley y la negación de derechos humanos y sociales en la región se estudia hoy a partir de lo que la UNESCO ha llamado La ruta del Esclavo.

En casi todos los países de África, el Caribe, Latinoamérica y Norteamérica los ecos y voces de la esclavitud y la neoesclavitud se justifican una defensa de dos discursos antagónicos: el discurso de la dominación y el discurso oprimido. Ambos se manifiestan regidos por el establecimiento del Código Negro Carolino, sus variantes y sus aplicaciones en el contexto de una productividad que prohíbe cualquier tipo de participación o iniciativa etnopolítica del sujeto negro, cimarrón y por lo mismo rebelde. Véase, en este particular, Richard Price: Sociedades Cimarronas, Eds. Siglo XXI, México, 1981. Esta compilación, ofrece datos y cardinales sobre el cuerpo ideológico y etnopolítico, visible en textos narrativos y poéticos sorprendentes. A propósito, escuchar sus voces en Ecuè- Yamba-ó, El siglo de las luces, de Alejo Carpentier; El negrero, de Lino Novas Calvo; La raza triste, de Jesús Masdeu; Trópico negro,  y Doce gritos negros, de Manuel del Cabral; y otras huellas literarias.