La expedición de Cayo Confite de 1947
Por razones comprensibles no existe una exuberante documentación sobre el exilio antitrujillista y de ahí el gran valor de estas memorias de doña Carolina para el conocimiento de ese movimiento en el exterior. Los más conocidos periódicos fundados en el exilio fueron Quisqueya Libre, Exilio y Pluma y Espada que dirigía José Ramón López Cestero, hijo del pensador José Ramón López. Sobre la memoria siempre es conveniente tener presente, como lo resalta el historiador francés, George Duby, que esta cuando se fija por escrito solo registra lo excepcional, sobre todo, aquellos hechos, gestos y palabras que no son vulgares.
Como vimos en el pasado escrito, los exiliados dominicanos habían tomado a Cuba como centro de sus operaciones y desde allí empezaron a organizar la expedición militar de Cayo Confites, ahora con la presencia de Juancito Rodríguez, quien había llegado a Puerto Rico en 1945 y condicionó su respaldo económico a que se le permitiera dirigir la acción armada.
Políticamente estaría dirigida por cuatro prominentes líderes: el Lic. Ángel Morales, los doctores Leovigildo Cuello y Jimenes Grullón y Juan Bosch. El reclutamiento de expedicionarios, que se estimó en mil doscientos, la mayoría de ellos dominicanos, procedentes de diversos países, y cubanos, se hizo de manera pública, “y por ahí desfiló todo el que quiso ir para el Cayo”. Por supuesto, los agentes de Trujillo en la isla lo mantenían enterado de cuanto movimiento allí aconteciera.
Para dirigir la operación militar se seleccionó a Rolando Masferrer, con experiencia en la guerra de España, “pero este señor lo que hizo fue desarrollar interés personal y capital político a su alrededor y fue parte de las cosas negativas de Cayo Confites” dice la señora Mainardi.
El gobierno de Cuba designó a Cayo Confites para la concentración de los expedicionarios. Se trataba de un lugar inhóspito, aislado, desolado, sin árboles, con arena y rocas, y la idea era que nadie supiera dónde se ubicaba la expedición. Transcurrían los días y la impaciencia empezó a apoderarse de los guerrilleros, pero Juancito Rodríguez se empecinó en decir que la expedición no salía hasta tanto no hubiera la cantidad suficiente de aviones los cuales permanecían en Columbia, en el campamento de aviación de La Habana, bajo el cuidado del general Pérez Dámera, quien luego le vendió la información a Trujillo. Para comprar los aviones en Estados Unidos se designó al piloto Manolo Bordas, con experiencia en la guerra de Japón. Se consiguieron tres barcos.
La señora Mainardi Vda. Cuello afirma que Juan Bosch, a quien el Congreso de la Unidad había designado como delegado de América, no volvió ni rindió cuentas, probablemente a causa de su disgusto por la designación del Dr. Cuello como secretario general. De Cuba había marchado a Venezuela donde se entrevistó con Rómulo Betancourt y de allí a Haití a cuyo presidente le solicitó la suma de RD$25,000.00, que nunca reportó al secretario general, con lo cual ponía en duda su reconocida honestidad.
Cuando Bosch retornó a la actividad política y la expedición estaba casi lista se informó que este tenía una estación radial en su casa y desde allí anunció que la expedición había sido exitosa y que se estaba peleando en La Vega, lo cual provocó la ira de Juancito Rodríguez, pero Bosch se presentó ante él y le inquirió lo que tenía para él y aclararon las actividades que realizaba.
Entretanto, se desconocía la situación de la persona enviada a los Estados Unidos a comprar aviones y Trujillo empezó a protestar ante el Departamento de Estado de los Estados Unido por permitir que se organizara un campamento militar para luchar contra un país que tenía como divisa el anticomunismo. En ese contexto los expedicionarios recibieron la noticia de que debía desarticular el campamento y abortar la expedición militar:
“Aquello fue terrible. Los hombres se transformaron en héroes, porque todos, todos en general, lo que querían era enfrentarse a Trujillo, aquello fue un desaliento, que calmarlos causó fricciones, por los intereses se dividieron, había intereses cubanos personales que seguían a Masferrer. Había intereses entre cubanos leales a las órdenes del gobierno, había dominicanos exaltados, de una manera tal que se sentían humillados. El esfuerzo material, la ruina de todos esos hombres que se quedaban sin pan, sin hogar, sin propósito, todo estaba destrozado. A la expedición no le quedaba otro camino, nada más que salir y abandonar el lugar”. (3)
A pesar de los esfuerzos de los principales dirigentes de la expedición, los expedicionarios que habían salido de Cuba fueron apresados en alta mar y tratados como presos comunes. Para retirar el respaldo a los expedicionarios, el presidente Grau de San Martín, alegó que Trujillo iba a someter a Cuba ante los tribunales internacionales. De este modo fracasó la “jornada más prometedora”, la de “mayor calibre moral creada por un movimiento político”. Al retornar a sus respectivos países, a los dominicanos les aplicaron las leyes de inmigración de esos países.
La expedición del 14 y 20 de junio de 1959
Por la experiencia de Cayo Confites, los organizadores de estas expediciones escogieron un lugar de difícil acceso en la cordillera central de Cuba, en la provincia Pinar del Río. El entrenamiento se hizo de manera acelerada y la dirección del movimiento se hallaba en manos de los cubanos. Se presentó un incidente en la dinámica organizativa cuando Juan Bosch solicitó que el PRD formara parte del campamento y se le permitiera asistir a la expedición bajo el nombre de ese partido. Sin embargo, se decidió que todo miembro de ese partido podía participar de forma voluntaria al margen de su grupo político. A la postre, el PRD “se quedó rezagado y no participó”, afirma la señora Carolina Mainardi Vda. Cuello.
Para los miembros del exilio, la noticia de que los expedicionarios habían sido eliminados resultó “pavoroso” pues la tiranía había publicado la lista de los que habían desembarcado y se creó un ambiente de incertidumbre. A esto se unió la muerte repentina del Lic. Ángel Morales, víctima de un infarto. Luego del fracaso de las expediciones, el FBI mantuvo una estrecha vigilancia a los exiliados residentes en Puerto Rico, quienes se mantenían enterados de la fuerte descomposición que comportaba el régimen de Trujillo, al extremo de que se comentaba sobre la formación de un frente interno con el respaldo de militares.
El retorno a la República Dominicana
Tras el ajusticiamiento de Trujillo, y luego de 31 años de haber abandonado su terruño, los exiliados antitrujillistas iniciaron el retorno a su país, sin embargo, no fueron tomados en cuenta por el Departamento de Estado para la formación del Consejo de Estados pues se dieron cuenta de que podían contar con la Unión Cívica.
El doctor Cuello puedo captar que el ambiente político en el país y percibía que ser un cercano colaborador de la dictadura de Trujillo, Joaquín Balaguer representaba un peligro para el país cuyo futuro era poco auspicioso, estaría mediatizado por la política de los Estados Unidos, y por ende, tenía escasas posibilidades de desarrollo por:
“[…] las condiciones morales en que Trujillo lo había dejado: atemorizado, suspicaz, miedo al famoso gancho, nadie tenía claridad en su pensamiento o en su palabra, todos querían defenderse del otro, entonces no había culpable, todo el mundo se consideraba víctima, de manera que era una situación muy confusa”. (4)
Luego de la elección de Juan Bosch a la presidencia en las elecciones de 1962, doña Conina conversó con él en París y le dijo: “Bueno, te ha llegado el momento de poder sacudir la mata y que caigan los trujillistas como mangos podridos”, a lo que Bosch, consciente del peso del despotismo trujillista en el país, le respondió: “Francamente Conina, ¿tú crees que cuando yo llegue seré presidente todavía”. En el país, como militante del PRD, doña Conina continuó su lucha a favor de la democracia, contra la represión de los Doce Años de Balaguer y fue una figura importante en el rescate, identificación y sepultura de los restos de los expedicionarios de Constanza, Maimón y Estero Hondo.
Referencias
(1) Ana Mitila Lora, Memoria del Siglo, Santo Domingo, 2018, p. 80.
(2) Ibidem, p. 84.
(3) Carolina Mainardi Vda. Cuello, Vivencias, Santo Domingo, 2000, p. 130.
(4) Ibidem, p. 188.