El 30 de mayo de 1822, tres individuos armados con machetes y rifles violaron y descuartizaron a tres niñas en Galindo, una vecindad situada en la parte oriental de la isla de Santo Domingo denominada Haití Español. Los asesinos: Pedro Cabial, Manuel de la Cruz y Alejandro Gómez fueron sentenciados a prisión y trabajos forzados.

La historiadora dominicana Lorgia García Peña nos muestra el proceso histórico de la reformulación del caso de “Las Vírgenes de Galindo” que terminó transformando la nacionalidad de los asesinos convirtiéndolos en integrantes de un grupo étnico ajeno a la formación de la dominicanidad y paradigma de la permanente amenaza de dicho grupo para la supervivencia de la nación dominicana. (Bordes de la dominicanidad, capítulo I).

Desde las artes plásticas hasta la literatura, pasando por discursos históricos e importantes documentos de la historiografía dominicana (Alejandro Bonilla, Nicolás Ureña, Félix María del Monte, César Nicolas Penson, Max Henríquez Ureña, entre tantos otros) la historia de las Vírgenes de Galindo se constituyό en parte de una tradición narrativa sobre el nacional haitiano como el “Otro” que amenaza la identidad nacional entendida desde un conjunto de características esenciales, puras y ahistóricas. También, desde esta tradición se ha ido representando el “fantasma” de muchas de las fobias, los fracasos y las responsabilidades históricas de los sectores gobernantes locales.

Dicha representación conlleva una idea de la belleza, de la bondad y de la perfección pensadas en términos cuasi platónicos, pero a diferencia de la perspectiva platónica, la discriminación de los grupos se produce en términos étnicos (negros, mulatos, indígenas), en función de su grado de participación con los rasgos idealizados.

La referida representación incide en la mirada sobre el migrante. No solo influye en la misma las variables económicas (la crisis de empleo, la pobreza, la falta de oportunidades de ascenso social), sino también, el imaginario que tenemos sobre los migrantes como depositarios o no de un conjunto de cualidades que asociamos como deseables.

Así, pensar que el rechazo a la migración responde meramente a una situación de pobreza (aporofobia) puede resultar interesante para intentar comprender las expresiones de odio que vemos en las sociedades económicamente más desarrolladas con respecto a la inmigración pobre de los países de ingresos bajos. Pero si queremos comprender el fenómeno de la migración en la sociedad dominicana, debemos trascender la mirada meramente economicista y reflexionar sobre los imaginarios culturales que hemos construido sobre el problema de la identidad dominicana.