Koldo sabía que el tiempo no acepta prórrogas ni se aviene a consensos y te cobra en ausencias las sonrisas perdidas. Eso dijo antes de irse. Habló de las sonrisas perdidas. Habló del tiempo implacable, el tiempo que nunca perdona, el que no deja una deuda sin pagar. Se despidió de la vida, de las sonrisas perdidas.

A Koldo la poesía le brotaba por la piel, destilaba poesía por la prosa. Casi sin darse cuenta era siempre poeta.

Pero no se puede ser poeta o escritor y dramaturgo y hablar mal impunemente del imperio y de la iglesia y de los zionistas y del poder constituido y del infierno que es la vida para la mayoría. El compromiso tiene consecuencias.

Muchos aquí lo admiraban con la malsana admiración de la envidia, lo apartaban, lo evitaron, lo despreciaron por sus ideas y sobre todo por su talento, su insoportable talento. Lo aislaron, lo silenciaron, lo condenaron al destierro, a la conspiración del silencio. Pertenecía a un selecto club que me honraría presidir:

El club de los innombrables
Koldo Campos Sagaseta
Escritor

Los poetas del patio siempre me han considerado, en el mejor de los casos, un buen dramaturgo. Los dramaturgos por su parte nunca han tenido reparos en elogiar mi poesía y, unos y otros han coincidido en admitir que soy un buen columnista.

Por suerte no escribo novela…todavía.

Pero a estas alturas, 21 años después de vivir y escribir en Santo Domingo, casi los mismos en que porto en mi cédula la nacionalidad dominicana, semejantes olvidos ni me sorprenden ni me afligen. Puedo vivir con ellos.

A veces me he entretenido en repasar en las numerosas antologías poéticas publicadas en el país en relación a las últimos veinte años si acaso algún desubicado cronista tuvo a bien citarme, aunque sólo fuera para dejar constancia de que existí como poeta o dramaturgo, pero ni siquiera en el exhaustivo inventario de publicaciones y premios literarios que Balaguer adjuntaba en sus cortesanas memorias y en el que se reconocen hasta las más conspicuas medianías y todas las premiaciones habidas, aparece “Hágase la Mujer”, como primer premio de teatro en el 87, en Casa de Teatro, o “The Chusma Herald”, primer premio en el concurso internacional de poesía Gregorio Aguilar Barea, en Nicaragua.

También, por curiosidad, me he entretenido en ocasiones en tratar de sorprender mis apellidos en alguno de los movimientos literarios que los expertos acostumbran a registrar para la historia patria, ya sea la generación del 80, de los 90, de los constructivistas, de los metafísicos, de los urbanos, de los rurales, de los postmodernos, pero ni siquiera he llegado a saberme o encontrarme entre los ilustres miembros de la generación de los indecentes.

Como tampoco nunca he buscado aliados en el gremio para, al conjuro de algún rasgo común, encontrar acomodo y espacio en un posible colectivo de poetas calvos o encoletados o carnívoros y he rumiado siempre solo mi decir, nadie va a encontrarme asociado a alguna familia literaria.

Y para mayor desgracia, al no haber nacido aquí, nunca podré ser parte del grupo de poetas de Santiago, de Puerto Plata o de Las Matas de Farfán.

Me queda, eso sí, el Club de los Poetas Muertos, pero hasta para ingresar en tan distinguida nómina es obligatorio haber vivido antes, haber gozado siquiera de una efímera existencia, así que, a la espera de que alguna antología o cronista recoja la modesta aportación de los poetas innombrables, sólo me queda dar las gracias a las excepciones, a Manuel Chapuseaux, a Reynaldo Disla, a León David y a Jesús Sosa, ese que siempre que me encuentra me dice… “¡Poeta!”.

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Tenían razón para odiarlo, pero ninguna para despreciarlo. En los escritos de Koldo, con la poesía iba el humor y un talento a flor de piel, un humor que muchas veces producía escozor, producía una especie de urticaria. Una rasquiña de las de antes. En la embajada de España eran alérgicos a Koldo. No recuerdo cuántas veces protestaron desde esa madriguera por las cosas que decía, no se sabe cuánta presión harían contra el dueño del diario en que escribía para que lo sacaran. Pero Koldo persistió. Era un incordio. O más bien un inkordio. Se atrevía, sarcásticamente, a proponer las cosas más absurdas:

Indemnizar al Imperio
Koldo Campos Sagaseta
Escritor

Tras el reciente asesinato del general iraní Soleimani, las autoridades iraquíes pidieron a Estados Unidos que se vaya del país. Estados Unidos, ni se sonrojó. Primero hay que hablar de indemnizaciones.

Primero fue el suculento negocio de la guerra al que se suma el no menos jugoso negocio de la paz. Después viene el negocio de la reconstrucción, igual de sustancioso que los anteriores. Llega entonces el negocio del tutelaje y, finalmente, el negocio de las indemnizaciones con que la víctima debe resarcir los gastos del agresor.
(Preso politikoak aske)

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Hasta la gente de la farándula lo perseguía. Un notable farandulero hizo lo imposible para que perdiera el empleo, pero Koldo era generoso. Cada vez que presentaba una obra ponía en la entrada un platito de purina con salchichón para sus detractores de la farándula.

El humor era lo suyo. Un humor infalible. Recuerdo que una vez Reynaldo Disla publicó en Facebook unas fotos de “prosistas dominicanos relevantes” que acostumbraba leer, entre los cuales estábamos Koldo y yo. Le di las gracias a Reynaldo y le pregunté cuánto le debía por la vaselina. Koldo también agradeció y ofreció por igual generosamente pagar su parte de la vaselina, pero con el dinero mío.

La cosa sucedió así:

Reynaldo Disla: Leo en Facebook a prosistas dominicanos relevantes. Federico Franco, Koldo Campos Sagaseta, Pedro Conde Sturla, Efraim Castillo, Jesús Rivera y Manuel Matos Moquete. Con sus escritos disfruto, aprendo o reflexiono.
PCS: Dime, Reynaldo, cuanto te debo por la vaselina.
Koldo: sí, y mi parte de la vaselina cóbrasela a Pedro que está “sobrao”.

Ese era un poco Koldo. Uno de ellos. Porque igualmente había un Koldo Campos Sagaseta errabundo y meditabundo que escribía poemas que son más bien un sobresalto y que lo retratan de cuerpo entero. El Koldo que escribía, por ejemplo: “La vida es un fulgor alegre y atrevido, un sensual aldabonazo que solemos oír muy tarde, cuando ya ningún día nos es indiferente”. El Koldo de

Todas las noches amanece.

La vida es un fogonazo de osadía mejor o peor pensada que te lleva y te trae por la calle. Doblando esquinas vas a encontrarte con los otros, esos que también son tu memoria, la historia de una vida compartida. Y sales de tu refugio, te cruzas con ellos, dejas atrás miedos y suspicacias, esperas a que el otro se baje del columpio, te paras, los nombras, los abrazas, te quitas el sombrero, desmontas los prejuicios, te sientas a desandar el tiempo como si fuera suyo, como si fuera nuestro, descorchas un saludo, compartes una mesa, remiendas las distancias, te pierdes, te descubres, celebras los encuentros.
En tránsito por nubes y tejados aprendes a exorcizar iglesias y a disolver absurdos a racionales dosis de argumentos sensatamente locos, así que apagas todo lo que no sea música y vuelves a la calle llevando de la mano a ese niño que sabe que no mientes. La vida es un fulgor alegre y atrevido, un sensual aldabonazo que solemos oír muy tarde, cuando ya ningún día nos es indiferente. Y hay días para nacer, para abrazarse al mundo y dejar, al cabo de la noche, una sonata de amor en la ventana y una sonrisa colgada del espejo, como hay días para cerrar los ojos y que la tarde desenrede nostalgias y desnudos hasta llorar la noche a sorbos y en silencio, pero todas las noches amanece.

(Preso politikoak aske)

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De la vida se despidió, por razones de coherencia, con el acostumbrado cierre, (Preso politikoak aske), (Presos políticos libres), se despidió con un poema en que daba las gracias, melancólicamente gracias. Un simple gracias. Se despidió con esas palabras aladas de las que hablaba el griego, palabras que se enredan y desenredan, que se superponen unas a otras en un fluir de remolino, en un fluir de aspas y círculos concéntricos:

“O tal vez la memoria que sabe lo que guarda e ignora lo que olvida, esas cuantas luces de combustión interna que dan brillo a las almas, y esas otras cruces de inspiración divina que ensombrecen la vida y que aún nos bailan en la sangre. O quizás el silencio, aquellos locos gritos que perseguimos juntos, insoportable estruendo de cacharros que nos ha ensordecido hasta el recuerdo. O podría ser el tiempo, que no acepta prórrogas ni se aviene a consensos y te cobra en ausencias las sonrisas perdidas, pero así el tiempo nuble la memoria y desvanezca tu nombre y mis palabras, por si acaso mañana no nos vemos… gracias”.

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En fin, así es: O tal vez la memoria o quizás el silencio y podría ser el tiempo, las sonrisas perdidas… Uno vive para esto, para sembrar palabras que quizás fructifiquen. Para seguir hablando después con los amigos. A ti por siempre, Koldo, y a tu grata memoria y a tu sonrisa herida la gratitud inmensa.