“Te diré el secreto de la política: amistad con Rusia”.

Otto von Bismarck.

 

Las sanciones y los bloqueos occidentales contra aquellos que se oponen a sus designios, planes regionales de hegemonía y expansión financiera y económica, así como a la apropiación o saqueo de recursos estratégicos ajenos, parecen definir un odioso instrumento que acabará en el montón de desechos de un orden neocolonial en franca decadencia.

El mundo se fragmenta objetivamente en dos poderosos bloques económicos y financieros: el primero, representado por las potencias occidentales, todas ellas marcadas por sus terribles andanzas coloniales y neocoloniales; el segundo, liderado por las potencias emergentes, con Rusia, China, India y Brasil a la cabeza, compone ya más de la mitad de la población mundial y posee una porción significativa de los recursos naturales y energéticos más importantes del planeta, como señalamos en la pasada entrega.

Uno de los países de este último grupo ha experimentado todas las presiones, limitaciones y restricciones derivadas de más de 3,000 sanciones diferentes, incluyendo aquellas que pretenden limitar las actividades personales o comerciales de individuos influyentes. Ciertamente, este país, que es el más grande del mundo y figura como la principal potencia nuclear, vio durante algunos años distorsionada en cierta medida su funcionalidad económica, incluyendo la interrupción del suministro de componentes tecnológicos clave para su industria.

En algún momento, los líderes occidentales, cegados por su hostilidad hacia la potencia euroasiática, quizás al mismo nivel que se pudo constatar en los tiempos de la Alemania nazi, se frotaron las manos y no pudieron contener su regocijo ante la visión de una Rusia debilitada, con su base económica sin importantes suministros occidentales y, aparentemente, sin aliados que le extendieran la mano. Para ellos, las sanciones estaban cumpliendo su cometido y esperaban con ansias convulsiones sociales y revueltas violentas en toda la Federación, e incluso la caída del presidente Putin por asfixia.

Sin duda, las sanciones en un primer momento causaron daños y afectaron el desempeño de la economía nacional, así como sus relaciones comerciales y el suministro de equipos tanto militares como civiles.

La idea era que los miles de millones de dólares en ayuda militar a Ucrania, junto con miles de sanciones, fueran suficientes para contener al proverbial oso ruso detrás de sus fronteras oficiales e infligirle una humillante derrota estratégica. Más allá de eso, se pretendía iniciar su desmembramiento nacional, como se hizo en gran parte de Medio Oriente y Asia, y comenzar la repartición de sus vastas reservas de recursos naturales y energéticos. Era un plan perfecto que pasaba por alto la historia rusa, sus inimaginables victorias en momentos de extrema dificultad material, su espíritu indomable y su unidad nacional.

Estos líderes occidentales, en comparación con sus antepasados, son moralmente insignificantes y tienden a olvidar las lecciones de la historia. No les agrada mirarse en el espejo de tantas lecciones instructivas y edificantes.

La ofensiva, ampliamente publicitada desde junio de este año, fracasó. La multimillonaria apuesta por el colapso y el aislamiento económico y comercial de Rusia fue solo una ilusión en la que los líderes occidentales querían ver un mundo que solo existía en su imaginación. Rusia demuestra, como ha afirmado el afamado economista estadounidense Jeffrey Sachs, su resiliencia y, afirmamos nosotros, sus increíbles fortalezas latentes en la vastedad de su territorio. Las sanciones solo han servido como poderosos incentivos para impulsar reformas y drásticos cambios en la economía rusa.

Rusia podría ser un ejemplo de un país al que, curiosamente, las sanciones han convertido en un formidable sucesor de la antigua URSS, con todas las implicaciones que esta conjetura pueda tener.

No es una exageración. Esta potencia euroasiática está experimentando una transformación a gran escala con un solo objetivo: alcanzar la autosuficiencia en sectores clave de la economía y la industria militar, y lograr un redireccionamiento seguro del comercio exterior, principalmente en lo que respecta a los recursos energéticos. Desde hace algunos meses, Rusia y sus formidables aliados han hecho tambalear el orden financiero mundial, un tambaleo que anticipa el declive del imperio del dólar.

Frente a miles de sanciones, los líderes rusos reconocieron las dificultades, pero no se quedaron lamentándose. Las dificultades se prolongaron hasta 2022 y hoy declaran, tanto los rusos como algunos miembros de la propia UE, que "las sanciones antirrusas no han funcionado". Las sanciones fueron el gran estímulo para iniciar, de manera sistemática y en tiempo récord, la transformación más importante de la economía y las industrias clave que se haya visto en ningún otro país en años recientes.

En primer lugar, para 2022, los expertos occidentales esperaban un colapso total, pero la economía rusa, en contra de todas las predicciones serias, solo se redujo un 2%.  El crecimiento del PIB podría rondar este año el 2.8%, mientras que la locomotora europea, Alemania, evidenciaría un crecimiento nulo o negativo (la interrupción de los suministros de gas barato ruso es una de las causas de sus actuales dificultades económicas).

En segundo lugar, en julio de este año, esos mismos expertos constataban la recuperación de la economía eslava a niveles anteriores a la crisis, excepto en el sector energético, que requería tiempo para rediseñar flujos y encontrar nuevos socios, un proceso que ahora parece estar llegando a su fin. La mala noticia para Occidente es que las autoridades económicas y financieras de Rusia están previendo un promedio anual de crecimiento económico para los próximos tres años que superaría el 2%.

Otra variable fundamental y activadora es la inversión, que ha alcanzado tasas insospechadas en un contexto de tantas restricciones. De hecho, muchos de los grandes inversores han expresado su voluntad de mantener sus multimillonarios proyectos. Algunos de ellos se han visto expuestos a la ira de sus gobiernos, mientras que otros han buscado formas de intermediación inteligente. Además, decenas expresan su deseo de regresar, incluso cuando sus lugares ya están ocupados.

Rusia es hoy más resiliente que antes de 2014, gracias a las sanciones occidentales.