Primer escenario:
Acento.com.do ha advertido sobre la impertinencia de las “ruedas de prensa”, primero presenciales y ahora a distancia, representadas a media mañana de cada día por el ministro de Salud Pública, Rafael Sánchez Cárdenas, en las que da cuenta de la cantidad acumulada de muertos, enfermos, recuperados, pruebas rápidas y PCR realizadas para confirmar casos de COVID-19, y hasta responde, a ratos con virulencia, ataques de gremios del sector y acciones de políticos opositores.
Con otras palabras, el digital ha sugerido la democratización de la vocería, para que participen técnicos de las diferentes áreas del ministerio relacionadas con el abordaje de la epidemia. Y reservar al ministro para tareas más productivas.
La comisión de alto nivel, creada por decreto para gestionar la crisis sanitaria, debería, al menos, evaluar tal propuesta editorial porque sintetiza miradas de expertos en comunicación de diferentes escuelas y líneas ideológicas expresadas en diferentes lugares momentos, y el sentir de mucha gente que ve aquellas salidas televisuales y radiofónicas del ministro como una letanía cansina. https://acento.com.do/2020/opinion/editorial/8803013-senor-ministro-abandone-la-rueda-de-prensa-diaria/
Sabemos que, de entrada, la adopción del cambio tendría el significativo escollo de la falta de una vocería estandarizada para responder con prontitud y coherencia las demandas de información veraz en cualquier provincia del territorio nacional. Cierto. Pero hay que arriesgarse, y comenzar ya con una capacitación intensiva del personal seleccionado para tales fines. El ritual de la rueda de prensa comienza a provocar grave disonancia cognitiva, indiferencia ante el discurso de la fuente oficial.
En este 9 de abril de 2020, la nueva cepa del coronavirus (SARS-Cov-2), que produce la enfermedad COVID-19, apenas comienza a escalar hacia el pico de la curva, y las proyecciones no pintan bueno.
Ya, sin embargo, abundan señales acerca de la fragilidad de la estrategia comunicacional oficial, basada en la concentración absoluta de la información en el vocero del nivel central (ministro) y una asfixiante mordaza a los epidemiólogos locales y regionales, así como a los directores provinciales de salud, pese a la urgencia de un diálogo productivo con sus comunidades que ayude ralentizar la entrada del virus y bajar el generalizado nivel de angustia.
La situación más patética es la de Pedernales. Aparece con un positivo desde el boletín epidemiológico 11 (el 22 será leído el domingo de Día de Resurrección, por pausa viernes y sábado). Luego, se especificó que está en investigación, y desde el 19, han vuelto a la posición inicial.
Alarmado por el flujo de información acerca del impacto global y local de la neumonía, el pueblo de esa provincia distante a 307 kilómetros de la capital, en la frontera dominico-haitiana, ha reclamado a las autoridades locales una explicación convincente sobre las acciones preventivas en torno al caso reiterado por el ministro.
A la exigencia del cumplimiento de un derecho, ha recibido la callada por respuesta bajo el alegato del respeto a la intimidad de las personas. Sí, es un deber proteger el nombre del afectado, a menos que él y la familia decidan lo contrario. Pero también es un deber ineludible de las autoridades informar con veracidad y a tiempo a la sociedad pedernalense para que pueda adoptar decisiones oportunas respecto de la embestida del virus. Y le han incumplido de manera sostenida.
Así, han abierto las compuertas de los rumores y de la angustia sin fin en la comunidad. Cualquier comentario de corrillos provoca una corredera sin rumbo. Cada vez son más recurrentes frases como: “Algo esconden”. “No sienten por nosotros”. “Les importa que un brote nos mate”. “Nos hablan mentiras”.
Y en ese vaivén, las autoridades nacionales y locales pierden la credibilidad cuando más la necesitan para enfrentar la epidemia que ya causa estragos en municipios como el norestano San Francisco de Macorís.
Nada peor para contener la epidemia que la zozobra generalizada.
Segundo escenario:
Chanel Rosa Chupany, director ejecutivo del Servicio Nacional de Salud (SNS), en tanto servidor público trabajólico y honesto, ha acumulado méritos suficientes como para que, mínimo, se le evalúe al margen de las rebatiñas políticas electoreras de la coyuntura y la interminable pugnacidad empresarial del patio.
El escándalo mediático sobre una licitación urgente montada por el SNS para comprar productos que serían utilizados en la prevención de la enfermedad por el nuevo coronavirus, debería transitar hacia la búsqueda tranquila de la realidad real con todo el rigor de la investigación y sometimiento incluido, si fuese necesario. Y, si se quiere, partir del supuesto de que el gerente mayor de la institución es culpable, para descartarlo.
Pero sentenciarlo de por vida en los medios, hacerle un juicio sumario, como se estila en RD, no. No se lo merece.
Fue director ejecutivo del Seguro Nacional de Salud (Senasa); ahora cumple otra misión.
De él se sabe que dista años-luz del funcionario petulante de fauces gigantescas que desvía el erario hacia cuentas bancarias en paraísos fiscales para comprar yates, jeepetas, fincas y apartamentos lujosos. Vivir de avión en avión. Ir de tienda en tienda de primera en Estados Unidos y Europa para ataviarse con prendas millonarias que luego estrujan en las caras de los pobres. O para ufanarse de un harén de criollas y extranjeras.
Se cuenta con los dedos de las manos (y sobran dedos), los funcionarios que dan la cara y se preocupan por sus colaboradores y los familiares. Muy pocos los que no se amaneran en el caminar y el hablar tan pronto sale el decreto de nombramiento. Pocos los que mantienen una vida normal y no se avergüenzan de sus orígenes pueblerinos. Porque, de repente, regurgitan por el trago y la picalonga que les apasionaba debajo del alero del ventorrillo.
La mayoría de los funcionarios se engrifa y mira a los demás por encima de los hombros, olvidando que la vida es una rueda. Suelen ser ingratos, desmemoriados, resentidos, intransigentes con los críticos, sepultureros de los opositores, indolentes, inhumanos.
Él es diferente y, aunque no es único, representa una especie en extinción que deberíamos preservar porque la sociedad urge presentar a la actual generación espejos que reflejen con claridad la dignidad y el decoro.
Si es culpable de un delito grave, toda la cárcel para él. Pero no le maten moralmente en la antesala. No desmotivemos a los buenos.