En la ciencia Física, dice Bartolomé Deschamps, que a la inercia se le llama: “a todo cuerpo que persevera en su estado de reposo; siempre y cuando no sea obligado a cambiar su estado por medio de las Fuerzas netas impresas sobre él”. Mientras que en el ámbito humano ocurre algo similar: “las cosas no cambian espontáneamente, hay que hacerlas cambiar”. En la historia de la humanidad; los cambios nunca se han dado pacíficamente.

Cuando era principiante en la política aprendí que la violencia siempre estaba presente en la historia: “no porque los seres humanos seamos malvados, perversos, satánicos sedientos de sangre, sino porque esa es la dialéctica intrínseca del mundo. Dice Hegel “que la historia es un altar sacrificial, que los cambios solo se logran a través de la lucha, por lo que habría que agregar;” altar siempre anegado de sanche”. “La historia humana se escribe con sangre, con sacrificio, con luchas”. “La violencia es la partera de la historia”, sentenciaba Carlos Marx. ¿Podría haber algunas dudas?

Los grupos conservadores que ostentan el poder se resisten a los cambios. Nunca se ha visto en la historia de la humanidad, que quienes tienen el poder lo entreguen así por así, pacíficamente; alegremente:” tengan, nosotros hemos gobernados por muchos años, ahora les toca a ustedes”.  Los grandes poderes globales actuales pueden preferir una guerra nuclear de bajo alcances, limitada antes que ceder el poder. De hecho, de la reunión del grupo Billderberg del año 2022, que tuvo lugar en Washington, se filtró la agenda, no así las conclusiones, máximo secreto, por cierto.

Entre los temas a tratar figuraba la “gobernanza post guerra atómica”, lo que significa que hay quienes, para mantenerse en el poder, y continuar disfrutando de los privilegios, piensan en un enfrentamiento termonuclear limitado. “Están locos, sin dudas”; pero que en la codicia de algunos sectores está presente. Nada en lo absoluto cambia en los seres humanos sin una feroz lucha a muerte.

Rafael Chaljub Mejía me hizo entender, en un documento llamado tesis política: que el capitalismo no caerá si no existen las fuerzas sociales y políticas que lo hagan caer; pero, además, agregaba que era necesaria la maduración de las condiciones objetivas y subjetivas sin las cuales no se garantizaba que la revolución concluyera en revolución triunfante, tomando como fuente al conductor de la Revolución Rusa, Vladimir Lenin.  Mas tarde, reforzando ese juicio leí en un texto de Ernesto Che Guevara tiempo después: “que la revolución no es una manzana que cae cuando esta podrida. La tienes que hacer caer”. Por lo tanto, el conflicto violento que, lamentablemente se produce con muertos, heridos, dolor, destrucción, muchas sangres se encuentran en el centro de la historia. No hay cambios políticos-sociales suaves: nadie, jamás, cede sin combate su lugar de privilegios.

Hoy el discurso dominante de la derecha conservadora a nivel global pretende hacer pasar cualquier intento de cambio sistémico como una irrupción animalesca de una violencia destructiva, irracional, brutal. En esa visión, es la izquierda (siempre sanguinaria) quien tiene el patrimonio de todo ello. No debe olvidarse, sin embargo, que la instauración del mundo moderno, del capitalismo en Europa específicamente, el que hoy cubre la mayoría de edad y que luego se expandió por todo el planeta, se hizo a través de un tremendamente sanguinario hecho violento: la Revolución Francesa de 1789, donde fueron cortadas las cabezas de al menos mil aristócratas, las cuales fueron exhibidas sangrantes como trofeo ante el pueblo vociferante. La Marsellesa, el himno nacional francés icono de ese fabuloso cambio político, lo dice de modo inequívoco: Marchemos, marchemos; que una sangre impura abreve nuestros surcos”, ¿Cambio pacífico?

El sistema capitalista, dice Manuel Salazar, ha sabido blindarse y reciclarse perfectamente ante la posibilidad de cambios. Pero en la primera mitad del siglo XX, varios procesos se les escaparon de sus manos de control; de ahí surgieron las primeras experiencias socialistas; no tan pura, pero dicen ser que fueron y son socialistas, como la Revolución Rusa, la Revolución Cultural China, La Revolución Popular Albanesa, la Revolución Cubana, la Revolución de Vietnam, la revolución norcoreana. Pero desde 1979, con la última revolución Sandinista en Nicaragua, no ha vuelto a ocurrir una más triunfante.

En los últimos años ha surgido una nueva corriente política, ideológica, denominada progresismo, que tiene buenas intenciones; pero que no quiere cambiar de raíz el sistema, porque no quiere “cortarles las cabezas a los principales cabecillas del sistema capitalista e imperialista”. Ninguno de ellos ha podido superar los planteos capitalistas.

Si como decimos más arriba, desde la Revolución Sandinista no se ha vuelto a producir otra revolución triunfante, no es porque los pueblos en crisis han aceptado pacíficamente su situación de opresión, ni muchos menos porque las fuerzas de izquierdas ya no saben luchar; sino al trabajo bien definido realizado por las fuerzas conservadoras y represivas de la derecha en lo grande centro de poder. La represión no solo se limita a la violencia sistemática contra la protesta social a través de lanzamientos de bombas lacrimógenas, camiones cisterna hidrantes o tanque de guerra. No, es a la lucha cultural, ideológica que, día a día, minuto a minuto, segundo a segundo, con una certeza precisión, el sistema desarrolla utilizando las más refinadas técnicas de control masivo.

De ese modo, se ha llegado a la llamada “guerra de cuarta generación”, que significa la guerra psicológica sin armas de fuego, pero que son más penetrante aún que las balas de tiros rápido: las neuroarmas, que están al servicio del mantenimiento del statu quo.  Armas que, dadas sus características, ni siquiera las percibimos como tales; o que, más aún, hasta pueden resultarnos placenteras, atractivas, pues desconocemos su verdadera agenda oculta, y tienen una forma de presentación “contagiosa”.  De acuerdo al investigador chino Yuan Hong, en un trabajo publicado en la Revista Global Times, dice que la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos tiene muchos años preparando y organizando “evoluciones pacíficas” y “revoluciones de colores”, así como actividades de espionajes en todo el mundo.

Las élites dominantes están dispuestas a todo, en aras de mantenerse en el poder y seguir disfrutando de los privilegios, y en las afiebradas cabezas de algunos de ellos, como ya dijimos más arriba, hasta las guerras nucleares limitadas aparecen como opción para detener la posibilidad de un cambio sistémico. Es por eso, por lo que, haciendo balances, al sistema y a las clases dominante de los Estados Unidos, que es la que pone el ritmo, le resulta más útil implementar esa política conservadora de la modalidad de “acciones no violentas a través del progresismo”, de las “revoluciones a colores” que desde hace algunos años han estado aplicando con muchos éxitos en el mundo. Por eso, las revoluciones hoy las hacen sus oponentes.