La amplitud y violencia de las protestas que ha provocado el asesinato del joven Nahel en Francia es mucho más que una respuesta a la brutalidad policial. En este viejo artículo, publicado originalmente en la sección Claves del Mundo, periódico Hoy (12-06-2005), abordé, con la brevedad que impone un artículo periodístico, las causas de estas violentas y recurrentes olas de protesta.
Las imágenes de París en llamas, parecidas a las de Bagdad, difundidas en los últimos días por las agencias de prensa internacionales, han motivado a varios de mis amigos de República Dominicana a preguntarme por email que está pasando en Francia. Sorprendidos por estas escenas, preguntan unos: ¿Es una nueva Revolución Francesa o la segunda parte de la Comuna de Paris? ¿Se trata de una segunda versión de Mayo-68?, preguntan otros. En realidad, ninguna de las tres cosas.
Pese a la envergadura de las protestas, es evidente que no se trata de una lucha por el poder, del accionar de una pujante clase social que le llegó la hora de desplazar a la obsoleta monarquía. A diferencia de los revolucionarios de la Comuna, los insurrectos de hoy no tienen otro horizonte que la profundad necesidad de exprimir su descontento. Nada que ver con la memoria, el programa y los sueños de los protagonistas de la Comuna de París.
La diferencia entre las manifestaciones de violencia que han estallado en varias regiones de París y otras provincias y los acontecimientos de Mayo-68, es también enorme. Esta vez, los actores no son estudiantes, originarios de los diferentes segmentos de la burguesía francesa, sino jóvenes de origen humilde, hijos y nietos de inmigrantes árabes y africanos. En su inspiración no hay ni simpatía por un proyecto ni esperanza, sino más bien expresión de un profundo malestar, venganza, desesperanza.
La revuelta de los balieues (conglomerados urbanas de los alrededores de las ciudades), tiene como detonante la muerte de dos jóvenes en la banlieue parisiense Clichy-sous-Bois. Al parecer, electrocutados, luego de huir muertos de miedo delante una patrulla de la policía. Este episodio es seguido de una serie de actos de violencia que se suceden noche tras noche en los banlieues de la capital, luego en los de Lyon, Marseille, Toulouse, Strasbourg, y por contagio en ciudades de otros países vecinos, Bélgica, Alemania.
Que un episodio de este tipo genere tal escalada de violencia, solo se explica si se encuentran latentes importantes cuestiones no resueltas. En efecto, esta revuelta está estrechamente vinculada a temas que han estado en el centro de los debates franceses desde finales de los años setenta. Esto es, el desempleo, la inmigración, el fracaso escolar, el ordenamiento urbano, la xenofobia y el racismo. Cuestiones que los diferentes gobiernos, de izquierda y derecha, que se han sucedido en los últimos años, no han resuelto.
Francia exhibe el índice de desempleo de jóvenes más alto de Europa. En Clichy-sous-Bois, donde se originó la revuelta, el desempleo se aproxima al 40 por ciento, especie de Tercer Mundo en el mismo corazón de Occidente. La discriminación racial y el deterioro de las condiciones de vida de los banlieues han ganado terreno en el curso de los últimos años. La estigmatización de los jóvenes de banlieues populares, de origen árabe y africano en su gran mayoría, es tal que los hace parecer extranjeros en su propio país.
Frente a este rechazo, la escuela resulta poco atractiva para estos jóvenes. Ellos están convencidos de que los empleadores, una vez vean sus nombres en sus currículos, los echaran a la basura. Además, ellos contactan a diario que muchos otros jóvenes maghrébins y africanos altamente escolarizados no encuentran empleos, mientras que sus compañeros de promoción franceses sí encuentran.
Una muestra de la discriminación en el empleo, es que mientras los no blancos representan el veinte por ciento de la población, tan solo cinco por ciento de ellos ocupan puestos en la administración pública.
Por otro lado, se asiste a un proceso de ghettoisación de los banlieues construidos durante los “treinta años gloriosos”, lo que en principio se concibió como solución en materia de ordenamiento urbano, se ha convertido en un factor de segregación, de exclusión, contribuyendo a encerrar poblaciones enteras en áreas urbanas que son prácticamente abandonadas por los servicios públicos.
El problema del empleo, y particularmente el de los jóvenes, está claro que no es exclusivamente francés, en todas partes la juventud se encuentra sin ilusión, en todas partes se imponen serías reformas económicas y políticas que permitan la integración de los jóvenes al trabajo bien remunerado y el desarrollo de sus capacidades creativas. Sin embargo, corresponde a la clase política francesa reconocer su fracaso en ese terreno y redoblar sus esfuerzos.
Otra lección que debe asimilar la Francia de esta ola de protestas, es la necesidad de revisar la política de integración de su población de origen inmigrante. El modelo francés de integración (modelo republicano), por una parte, se basa en la premisa de que la República no reconoce más que individuos iguales en derechos, independientemente de sus diferencias y, por otra, en el universalismo, que con frecuencia excluye o disminuye a aquellos que son diferentes.
Este modelo tiene, por un lado, el inconveniente de que cuanto esta igualdad de derecho es atropellada por las desigualdades de hecho, el modelo resulta incapaz de ver y tratar estas desigualdades de hecho y; por el otro, al pensarse universal, el modelo recubre una “normalidad” ficticia. Así, mientras que el país se hace cada vez más multiétnico y multicultural, el imaginario nacional sigue siendo el de una Francia blanca, católica y portadora de valores occidentales. Esto plantea un serio problema para la integración de poblaciones de otros orígenes.
*El autor es sociólogo, actualmente se desempeña como ministro consejero de la Delegación Permanente de la República Dominicana ante la UNESCO, en París.