Producto del proceso de reforma y modernización del Estado, la administración pública de la República Dominicana cuenta con un conjunto de instituciones y organismos cuyos nombres comienzan con el prefijo pro: Proindustria, Procompetitividad, Proconsumidor, Prousuario, Prodominicana y Procompetencia.
Las leyes que las crearon no consignan esas denominaciones; por tanto, se infiere que obedecen al objetivo comunicacional diseñado por creativos para posicionarlas con más facilidad en el imaginario colectivo.
Ahí está sin embargo su talón de Aquiles. Esos pros empalagan. Tal rutina cansa, confunde y atenta contra la existencia de instituciones y entidades que merecen de los públicos una real identificación dada su importancia y su pertinencia de cara a las demandas de la globalización y de los usuarios y consumidores.
Proindustria es el Centro de Desarrollo y Competitividad Industrial; Procompetitividad, Consejo Nacional de Competitividad; Proconsumidor, Instituto Nacional de Protección de los Derechos del Consumidor; Prousuario, Oficina de Protección al Usuario de los Servicios Financieros; Prodominicana, Centro de Exportación e Inversión de la República Dominicana, y Procompetencia, según la ley 42 de 2008, es la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia, la cual vela por la libre y leal competencia entre los agentes de los mercados para beneficios de los consumidores y usuarios.
Pero lo desconoce un océano de personas, de abajo y de arriba, profesionales, empresarios, servidores del Estado y de la base de la pirámide social. Peor, desconoce sus funciones y los beneficios para ellos y la sociedad en general. Es como si no existieran, entonces.
Esa situación las convierte en vulnerables, blancos de ataques y discursos en los que se les cataloga como “elefantes blancos”, “barriles sin fondo”, lugares donde “se gana mucho dinero sin justificación”, eliminables en tiempos de crisis económica.
Revertir esa falsa y costosa percepción para mostrar y convencer a la sociedad dominicana sobre la realidad real, que es su gran pertinencia, es el mayor desafío para estas instituciones.
Así que se necesita repensarlas, propiciar su conocimiento entre los públicos y construirles un ecosistema propicio para generar una confianza que posibilite una imagen sólida, resistente a las crisis comunicacionales.
Nada sencillo.
Un mayor esfuerzo de creatividad debería llevar a cambios de nombres, logos y demás para afinar su “cédula de identidad y personal” y así evitar tanta confusión.
Seguro que sería una tarea muy cara y de difícil ejecución en lo inmediato. Pero algo hay que comenzar a hacer en esa dirección.
No debe esperar más, empero, una sostenida intervención de comunicación como proceso. Una mirada sistémica distante de operativos y de fuegos de pirotecnia, regida por la planificación en pos de lograr un empoderamiento de los públicos externo e interno.
En ese escenario, la Comunicación Interna de cada institución es vital. De primera línea. Primero, incluso, que la externa. Hay que planificarla para lograr el sentido de pertenencia de los colaboradores y las colaboradoras de adentro como condición imprescindible para impactar a los de afuera.
Y, otra vez, no se trata de algo sencillo. Se debe mirar al interior de las organizaciones desde toda la complejidad, a partir de la Comunicología y de la coordinación con la Gestión de las Personas. Luego, o al mismo tiempo, la Comunicación Externa, aunque siempre claros de que esta última carece de sentido sin la solidez de la primera.
Las instituciones mencionadas son, hoy, más necesarias. Registran, sí, una gran deuda acumulada en comunicación, que ha de ser tomada en cuenta en tanto en cuanto constituyen obstáculos trasatlánticos para el logro de los objetivos estratégicos. Amortizarla sin desmayo e invertir cuantos recursos sean necesarios es una tarea primordial para avanzar. Porque sin comunicación profesional se llega a ningún sitio.
Por suerte, parece que en la actual gestión de gobierno está en construcción una conciencia crítica sobre la Comunicación Institucional como proceso transversal en tales sistemas para facilitar la integración de los colaboradores.
Una conciencia cada vez más distante de la visión reduccionista y obsoleta de asumirla como accesorio y apagafuego que suele postergar o esconder las crisis.
Avancemos, pues, pero sin los “pros”. Vale la pena.