Como si fuese una navaja de doble filo, o la otra cara de un pueblo que relativiza los deberes a la lógica de un tiempo juguetón y divertido, las peñas dominicanas conjugan todas las síntesis imaginarias de la vagancia dominicana. Es posible que existan pocos países donde tanto ocio grupal-personal y “barato” esté integrado a un modo cotidiano de asumir la vida. Tenemos peñas para todo y en todos los lugares del país. Las hay hasta de sordomudos.
“Peñar” es una forma de consumir la existencia riéndote, peleando, discutiendo en voz alta hablando M y escuchando más M. Pero en esencia, el grupo la asume como un gozo de palabras que produce dopaminas y vínculos narcodigestivos. Entiéndase por este neologismo CC, consumir alcohol y/o picar cositas de comer.
Las peñas tienen horas, días, actividades y por lo regular temas. Todo depende de la naturaleza y los intereses del grupo. Estos espacios son terrenos fértiles que acomodan ciertos aspectos auténticos de la dominicanidad: nadie te exige asumir compromiso con la puntualidad. No tienes que dar explicación de por qué no fuiste. No hay principios normativos respecto a cómo y qué se conversa. Son un banquete de la dispersión gozosa y espontánea.
Con la facilidad que ofrece crear un grupo vía WhatsApp, de lo físico se han prolongado a lo virtual. Y casi siempre están integradas por un compulsivo que no para de enviar mensajes e información mediática, alguien que se quilla con el grupo y lo abandona; o un pasao’ que no para de insultar a todo el que difiere de sus ideas.
Las peñas más extrañas que he visto están integradas por unos tipos que, después de haber practicado una supuesta actividad deportiva, arrancan para un colmadón, se “jartan” de cervezas, musicón de fondo.
Las peñas se han convertido en un refugio de aquellos solitarios sin amigos, en ellas encuentran una compañía light de como gastar su existencia sin invertir mucho que no sea su tiempo. Hay sujetos que participan en todas las peñas posibles, pero rara vez tienen face to face con otra persona. Son lugares sugerentes para que un psicólogo social estudie la soledad dominicana vinculada al grupo.
Las peñas más extrañas que he visto están integradas por unos tipos que, después de haber practicado una supuesta actividad deportiva, arrancan para un colmadón, se “jartan” de cervezas, musicón de fondo. Por el volumen de la música se advierte que el habla no es texto, no es el primer plano; apenas es un contexto que subyace en el vacío estéril, porque no tiene valor escuchar lo que se conversa. Es una atmósfera auditiva ruidosa, que evidencia los latidos de una cultura que no ha superado los males que se arrastran del hacinamiento.
Y es importante precisar, que son espacios típicamente masculinos.
Cc. Alias, el difícil.