Las dictaduras son tan viejas como la humanidad y más terribles que todos los infiernos descritos en todos los libros que han tratado de pintar su dantesco panorama de sombra y espanto. Los seres humanos, posiblemente, cuando hablan o escriben sobre las dictaduras lo hacen movidos por una fuerza psicológica, pensando solo en un régimen represivo. Casi siempre local. Piensan en aquella dictadura que tuvo más cercana, geográfica y temporalmente y cuyos efectos dañinos aún están frescos en su memoria e imaginario.

Las personas de escasa formación política conocen, más por cultura popular que por formación académica formal, casi una sola dictadura: la suya, no las dictaduras de los países hermanos. Cuando los ciudadanos conocen más de una dictadura entonces empiezan inmediatamente a compararlas y analizar sus niveles de criminalidad. En algunas ocasiones, hacen comparaciones de los casos o hechos más horribles. Estos les parecen fantasía de una cinta cinematográfica.

El secuestro en los Estados Unidos de Jesús de Galíndez por parte de los servicios de inteligencia de Trujillo y traído obligado en un avión a la República Dominicana, como quería El Jefe, puede darnos una idea de la naturaleza de un régimen dictatorial. Esto nos parece una obra de ficción. Lo mismo puede ocurrir con el asesinato de León Trotski en México.

Y la más reciente noticia que tenemos de la naturaleza de los dictadores y sus dictaduras, y la conocimos esta misma semana, es la información que nos revela el posible hecho de que, según estudios realizados por importantes laboratorios del mundo, nuestro poeta universal, Pablo Neruda, no murió de muerte natural como se había creído durante un largo tiempo, sino que fue envenado en una clínica de Chile. Solo se espera que un juez dé el veredicto final sobre ese caso.

Los jóvenes no saben que nuestros propios países de América Latina estuvieron llenos de dictadores que se sucedieron unos a otros por asuntos familiares, políticos o partidarios.

Si las dictaduras se definen por su poder opresivo, represivo, injusticia y maldad, podemos afirmar que las invasiones de las potencias, sus bombardeos, crímenes y saqueos contra los países más débiles son también dictaduras de otro tipo.

Todo lo que te oprima utilizando su superioridad del poder político o militar puede definirse como una dictadura en cualquier lugar del mundo. Entonces, pues, estamos llenos de dictaduras. Y a veces las tenemos en los espacios laborales, educativos y hasta familiares. La propia vida cotidiana está llena de pequeñas dictaduras que nos agobian.