En medio de las competencias y la lucha por superar al otro, los Juegos Olímpicos se convierten en un escenario donde se experimenta, de manera simbólica, que la solidaridad humana es posible. Estos juegos crean un espacio en el que cada atleta se siente ciudadano del mundo, y la competencia se transforma espontáneamente en fraternidad.

Esta dinámica plantea un desafío para los líderes ultraconservadores en Europa, quienes enfrentan la irrupción de una multiculturalidad que desestabiliza sus esquemas de homogeneidad cultural, resultado de los intensos movimientos migratorios desde los países más pobres hacia los más ricos.

A pesar de que algunos insisten en promover una absurda corriente de homogeneización cultural, esta postura se ve cada vez más desfasada en un mundo donde las identidades se expanden y se entrelazan en el mar de la globalización.

En este contexto, las recientes Olimpiadas de París 2024, al igual que otros eventos internacionales como la Copa Mundial de Fútbol, han dejado una marca significativa al visibilizar de manera positiva la diáspora africana en Europa. En selecciones como las de fútbol y baloncesto de Francia, más de la mitad de los jugadores son de origen africano. Bélgica también cuenta con varios jugadores de origen africano, como Romelu Lukaku y Youri Tielemans. Inglaterra ha visto destacarse a jugadores como Raheem Sterling (de origen jamaicano) y Bukayo Saka (de origen nigeriano). En Alemania, jugadores como Leroy Sané (de origen senegalés) y Jérôme Boateng (de origen ghanés) han sido figuras clave.

La significativa presencia de jugadores de origen africano en selecciones nacionales de países europeos, especialmente en un contexto de creciente xenofobia, reafirma un mundo donde la diversidad cultural y étnica puede romper las barreras construidas por corrientes racistas y xenófobas.

Veamos algunos datos: Francia suele convocar entre 12 y 15 jugadores de origen africano en una plantilla típica de 23 jugadores. Bélgica cuenta con entre 5 y 8 jugadores, Inglaterra con aproximadamente 6 a 9 (incluyendo algunos caribeños), Alemania con 3 a 5, y los Países Bajos con entre 5 y 8 jugadores de origen africano o de las antiguas colonias holandesas en el Caribe.

No obstante, muchos jugadores no provienen únicamente de África. Talentos como Diego Costa en la selección española, Thiago Motta en la italiana y Pepe en la portuguesa son todos de origen brasileño. Además, hay jugadores que provienen de América del Norte, Asia y Oceanía.

En la selección de Suiza también destacan jugadores de origen africano. Breel Embolo, nacido en Camerún, es uno de los jugadores más prominentes del equipo suizo. Otro ejemplo es Denis Zakaria, un mediocampista clave con raíces en la República Democrática del Congo. Manuel Akanji, aunque nacido en Suiza, tiene ascendencia nigeriana a través de su padre y ha sido un defensor central importante para el equipo.

La significativa presencia de jugadores de origen africano en selecciones nacionales de países europeos, especialmente en un contexto de creciente xenofobia, reafirma un mundo donde la diversidad cultural y étnica puede romper las barreras construidas por corrientes racistas y xenófobas. Este es un ámbito en el que el deporte, la política y la identidad se entrelazan de manera profunda.

Las selecciones francesas, en diversas disciplinas, a menudo parecen representar a un país africano. Jugadores como Kylian Mbappé y N’Golo Kanté fueron fundamentales en la victoria de Francia en el Mundial de 2018, promoviendo una imagen positiva de la diversidad étnica. Estos atletas son ejemplos de integración exitosa en sus sociedades. En un contexto de argumentos xenofóbicos, su talento resalta la importancia de la inclusión y la multiculturalidad en una sociedad.

Sin embargo, en algunos casos, los movimientos xenófobos intentan capitalizar el éxito de estos jugadores, celebrándolos como héroes nacionales mientras critican la inmigración y la diversidad en otros ámbitos. A pesar de sus contribuciones, muchos jugadores de origen africano continúan enfrentando racismo y discriminación tanto dentro como fuera del campo. El éxito deportivo no siempre se traduce en una aceptación social plena, y menos aún para sus compatriotas no deportistas que aún luchan por encontrar espacios de aceptación en estas sociedades.

La presencia de estos jugadores en las selecciones nacionales europeas genera debates sobre la identidad nacional y lo que significa ser "nacional" en un escenario de creciente diversidad. Los grupos ultraconservadores suelen definir la identidad nacional en función de los orígenes y raíces ancestrales, resistiéndose a la idea de que los movimientos migratorios invitan a replantear las nociones tradicionales de ciudadanía y pertenencia.

Las selecciones y equipos nacionales europeos pueden convertirse en plataformas para promover la inclusión y educar al público sobre los beneficios de la diversidad. La promoción de campañas contra el racismo en el fútbol ha ganado terreno en respuesta al aumento de la xenofobia. Muchos clubes y federaciones han tomado una postura firme contra la xenofobia, apoyando a sus jugadores y promoviendo mensajes de inclusión, lo que ayuda a contrarrestar las narrativas xenófobas en la sociedad.

En ocasiones, los jugadores de origen africano han recibido apoyo tanto de sus países de origen como de la comunidad internacional, ejerciendo presión sobre los gobiernos y las organizaciones deportivas para que tomen medidas más firmes contra la xenofobia.

Estos jugadores, provenientes de África y otras culturas no europeas, a menudo enfrentan conflictos de identidad, sintiéndose divididos entre su herencia africana y su identidad como ciudadanos europeos. Esta dualidad puede generar una presión adicional cuando se les exige demostrar su "lealtad" a la nación que los ha acogido, enfrentándose a expectativas y críticas que no se aplican de la misma manera a sus compañeros de origen europeo.

El antiglobalismo es antihistórico. La configuración de sociedades más diversas, plurales y enriquecidas por la multiculturalidad es un proceso irreversible. Abrir la mente y el corazón a esta ola global fue el mensaje más profundo que dejaron los Juegos Olímpicos de París 2024, destacando la importancia de fomentar la solidaridad entre los pueblos.