Muchos políticos de antaño confunden que el joven, actualmente, no está interesado en política. La realidad es que no está interesado en esa política, o más bien, en los actores de esa vieja política. Hay un cambio generacional, en ambos lados. El fracasado “socialismo del siglo XXI”, ese que Raúl Castro y Hugo Chávez promovieron con importante ahínco, y del cual se convirtieron en sus principales protagonistas, está dando sus últimos coletazos, como pez recién sacado del río. Intentan sobrevivir, agrupándose en bloque, como formación militar inquebrantable, para extender un poco más sus días de “gloria”. A este grupo anquilosado se le han desprendido algunas ramas muy importantes, como el caso de Lula da Silva, por incongruencia de caracteres, debido a la ausencia total de razón en el accionar de las dictaduras de izquierdas, o quizá, porque ya no hay lógica alguna para apoyar un régimen como el de Nicolás Maduro o Daniel Ortega. La izquierda latinoamericana se está transformando. Lo vemos con claros ejemplos como el de Gabriel Boric, en Chile, el cual se ha opuesto frontalmente a las populistas dictaduras latinoamericanas de izquierda, las mismas que se han unido en hermandad para protegerse mutuamente del colapso definitivo, quedando ya solamente Nicaragua, Cuba y Venezuela. Esta izquierda, que se perfila para estos próximos años, dejó la incoherencia de los nostálgicos comunistas y de esas excusas baratas del marxismo-leninismo, maoísmo, estalinismo, comunismo cristiano y todos esos ismos que servían para escudarse en que “el verdadero comunismo todavía no había llegado”.

La derecha, en yuxtaposición, dejó de ser fascista para adoptar una posición más “objetiva” de las cosas. Se ha centrado más en la economía y los valores de la familia. Por lo último es que ha logrado captar más simpatizantes entre los jóvenes de la región que la izquierda, porque la izquierda ha cometido un grave e irracional error de entrometerse con algo tan puro como lo es la familia para una cultura tan conservadora y cristiana como lo es la de nuestra amada América Latina. Conscientes de esto, y dada la terrible derrota de esta corriente, proveniente de los países del norte, la cual considero una consecuencia de los “problemas del primer mundo”, esta agenda se ha relajado un poco más. La valiente postura que han tomado figuras de la derecha con la llamada por Agustín Laje “batalla cultural”, han logrado sacar a relucir los sentimientos de una población silente, que se sentía asqueada y burlada por estas imposiciones tan frontales de esa nueva izquierda, denominada la izquierda “woke”. Y es bueno hacer la separación, que ha comenzado desde la misma izquierda, porque esas agendas lo único que le hacían era daño a las válidas y reales propuestas izquierdistas. Este término de woke fue acuñado principalmente por los que defendían las agendas de justicia social, equidad racial y de género. Proviene de la palabra en inglés “awake”, que significa despierto o consciente, y lo usaban para describir a esas personas que estaban conscientes de las injusticias sociales. Sin embargo, esta izquierda ha declinado en valor, con una tendencia dogmática, autoritaria y reaccionaria más que revolucionaria. Especialmente, porque se dedican a la censura y a promover la “cultura de la cancelación” hacia todo aquel discurso que sea contrario al suyo. Desde la derecha en Estados Unidos, esta palabra se utiliza para burlarse de aquellos con posturas progresistas muy polarizadas, pero, sobre todo, hacia estos discursantes rabiosos e intolerantes que chirrían al escuchar cualquier posición opuesta.

Sin embargo, para comprender plenamente como esta evolución nos trae hasta aquí, es necesario remontarse a los orígenes del término 'izquierda' y ‘derecha’. Los conceptos de izquierda y derecha en sí están completamente obsoletos. No tienen, ni deberían tener las mismas connotaciones que la política en la Francia revolucionaria del siglo XVIII. Afortunadamente, las sociedades evolucionan y con ellas sus maneras de pensar. Porque, ¿qué diría el izquierdista Napoleón Bonaparte, en su época, si se cruzara con la izquierdista congresista estadounidense Alexandra Ocasio Cortez hoy en día? ¿O que diría el Che Guevara si viera su rostro plasmado en una camiseta propagandística a favor de la agenda LGBTQ+? Claramente, aunque en ambos casos, todos considerados en sus respectivas épocas como ‘izquierda’, no comparten ni de lejos los mismos valores ni las mismas ideas.

¿Realmente hoy los revolucionarios son los que están a la izquierda, o son los de la derecha, que defienden los valores conservadores y el concepto de la familia?

Entonces, sería conveniente preguntarse en que habremos avanzado en estos siglos. Si realmente se civilizó el debate de las ideas, o si sigue existiendo aquella barbarie que se vivió durante la época de la guillotina en Francia. Teniendo en cuenta también que los pueblos se hartan, y cuando se hartan, en el torbellino de la ira, cometen actos de barbarie.

En cuanto a los aspectos en los cuales ambas corrientes ideológicas siguen manteniendo el discurso tradicional, desde su origen, la izquierda ha defendido la igualdad social y económica. Pero hoy pareciera que la igualdad económica ocupa un espacio menos importante que la lucha por la representación de las minorías. Por el otro lado, la derecha sigue sosteniendo ese concepto del laissez faire, de dejar actuar a los mercados y el respeto de las libertades individuales, la propiedad privada y la autodeterminación. Aunque originalmente no estaba tan enfocada en cuestiones de identidad, en las últimas décadas, la derecha ha adoptado una retórica antiinmigración y de crítica al multiculturalismo. Este cambio ha sido evidente en el surgimiento de movimientos populistas de derecha en Europa y Estados Unidos, donde la defensa de una "identidad cultural", que realmente no existe, se ha vuelto un tema central y gran captador de votos para el discurso conservador.

En cuanto a factores económicos, los gobiernos que marcaron la tendencia de la derecha en las postrimerías del siglo XX, como los de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, que promovieron el neoliberalismo, la globalización, la desregulación y privatización masiva, por ejemplo, encontrarían fuertes discrepancias ideológicas con una postura como la de Donald Trump, que aboga por el proteccionismo y el casi nulo comercio internacional.

La izquierda, en el mismo renglón, originalmente abogaba por el fin del capitalismo a través de la nacionalización de los medios de producción. Sin embargo, tras la caída del bloque comunista y la realización de que estos sistemas no funcionan ni prosperan ni son capaces de auto mantenerse, se ha adaptado a enfoques que combinan economías de mercado con políticas sociales. El socialismo ha resurgido bajo nuevas formas como el socialismo democrático (socialdemocracia), que está muy presente en la mayoría de los países nórdicos y, en España, con el gobierno del PSOE. Estos partidos socialdemócratas proponen la redistribución de la riqueza equitativamente, derechos laborales, entre otras características del socialismo, pero bajo el marco de la institucionalidad, donde las libertades civiles y los procesos electorales son fundamentales en sus estructuras democráticas, a diferencia del socialismo autoritario, o simplemente dictaduras que se visten tras el disfraz del socialismo, como las de Nicaragua y Venezuela.

La nueva izquierda evolucionada también ha incluido entre sus causas al feminismo, la justicia climática y los derechos LGBTQ+ y de los animales. Estas nuevas ideas se han priorizado por encima de las tradicionales preocupaciones económicas de clases. En gran medida, porque todos hemos encontrado cierta comodidad en nuestras sociedades capitalistas. Los pocos comunistas que queden harán sus batallas a través de sus iPhone de última gama, en las redes sociales manipuladas por las grandes empresas tecnológicas, que tanto juraron en destruir y expropiar. La principal concentración de la izquierda ya no es la igualdad de clases ni la lucha de los obreros contra los capitalistas como lo dibujó Marx. Ahora es la transferencia de cuotas de poder hacia las minorías.

La idea de la igualdad social que la revolución cubana contagio a través de la región. Esa garantía de salud y educación gratuita, y de alto nivel como lo solían tener. Ese baluarte que inspiró a la mayoría de estos latinoamericanos socialistas del siglo pasado, quedó en el mismo baúl de los recuerdos y anhelos de esos jóvenes que creyeron fielmente en estos ideales utópicos. Mantener el mito de la revolución para mantener la ilusión, la utopía perfecta, lacera aún más el corazón de estos que creyeron estar en el camino correcto del progreso humano. Muchos de estos jóvenes quedaron atrapados también tras la paranoia de la Guerra Fría, y aun se aferran a la narrativa anti yanqui, pro china y pro rusa, aun cuando ya ni existen la URSS, ni los países satélites capitalistas y comunistas.

Nuestros enemigos comunes deben ser el hambre, la pobreza, las matanzas, los exilios, las persecuciones, las tiranías, los autócratas, los dictadores y los sátrapas, los que violentan la democracia y todos los que enfrentan la pura y merecida libertad de todos los pueblos latinoamericanos. La nueva política debe ser una política basada en ideas. Que tome una de cal y otra de arena, como han hecho ambas, la izquierda y la derecha, para adaptarse a los desafíos que les arroja el tiempo. Una que construya puentes y derrumbe los muros. Una que promueva la educación, que es la única herramienta de fortalecimiento de una sociedad. Una que esté en contra del adoctrinamiento y que promueva el libre desarrollo de las ideas. Una que le interesen las artes y la cultura, base fundamental de la identidad de cada ciudadano. Una que sea objetiva y conciliadora. Una que acepte que el socialismo cayó y no funcionó. Una que acepte los males del capitalismo y abogue por una mejoría y por un punto medio. Una que se concentre en ese punto medio. Una que se ubique en el medio y una que se ubique en el centro.