“Yo no creo que tengamos ninguna otra alternativa

que no sea mantenernos optimistas”. Angela Davis

 

Estos son días tristes para nuestro país y me han hecho recordar otros momentos tristes. Uno de los que me recordó fue un evento sobre las llamadas “Mujeres Confort” al que asistí en el Foro de ONGs de la IV Conferencia Internacional sobre la Mujer en septiembre del 1995. El Foro de las Organizaciones No Gubernamentales (ONGs) es un evento paralelo que incluyen todas las conferencias de Naciones Unidas y que generalmente se realiza en el mismo edificio o en un lugar cercano a la sede de la conferencia. Pero con el autoritarismo que le caracteriza, el gobierno chino ubicó el Foro en el pueblito agrícola de Huairou a una hora de Beijing para evitar lo más posible el contacto entre las delegaciones gubernamentales y nosotras las activistas feministas. (A pesar de eso, la conferencia fue un éxito y su resultado, la Plataforma de Beijing, sigue siendo un referente mundial en la lucha por la eliminación de la desigualdad).

 

El Foro de ONGs de Huairou fue un momento histórico y hermoso de intercambio entre personas defensoras de los derechos humanos de todo el mundo aún en medio del lodo y la lluvia casi constante. Sin embargo, el panel que les mencioné fue una experiencia perturbadora para los cientos de personas que ahí estuvimos. Las “mujeres y chicas confort” es el nombre con el que se conoce a los miles de mujeres y adolescentes coreanas, chinas, filipinas y de otros territorios ocupados por el ejército imperial japonés (incluso algunas holandesas) durante la Segunda Guerra Mundial y forzadas por dicho ejército a convertirse en esclavas sexuales para sus soldados en más de 2 mil campamentos en diferentes partes de Asia. Desde que llegué al enorme auditorio donde días después Hilary Clinton daría su famoso discurso, no pude apartar la mirada de las “mujeres confort”, ya abuelas, que contaban el trauma terrible de las violaciones y el trabajo sexual forzado de que fueron víctimas en su juventud.

 

Aunque había ido pensando estar por solo una o dos horas y luego salir a varios talleres, me quedé en el evento el día completo hecha un mar de lágrimas. Primero estuve viendo el panel de las “mujeres confort” sobrevivientes que les mencioné y luego vi la exposición fotográfica y las otras actividades que organizaron para presionar al gobierno japonés a disculparse públicamente por los crímenes horrorosos que cometió en su contra. (La primera disculpa oficial llegaría más de 10 años más tarde en 2007 por parte del Parlamento o Congreso japonés pero todavía hoy hay quienes quieren negar estos crímenes).

 

Y les imagino leyendo sobre estos casos terribles y respirando con alivio “ufff, bueno, por suerte eso no pasa aquí en República Dominicana”. Pero sí, claro que pasa. Me han vuelto a la memoria las “mujeres confort” porque esto pasa cada vez que, como ahora con los votos sobre el Código Penal, nuestras autoridades deciden que las mujeres dominicanas son útiles como madres o como trabajadoras pero que realmente no las consideran seres humanos completos, con derecho a la vida y a la salud y capaces de tomar sus propias decisiones. Pasa también cada vez que, como con esta misma votación, le decimos a la comunidad LGTBQ que solo queremos sus impuestos y sus muchos aportes pero no nos importa si les matan porque ese crimen no lo vamos a tipificar (un tema que por su importancia abordaré en otra columna).

 

Aunque no lo queramos, con el Código Penal que quieren aprobar, nuestro Congreso le está diciendo en nuestro nombre a Rosa Hernández, la madre de Esperancita (Rosaura Almonte, la adolescente de 16 años que murió porque no se le practicó un aborto mientras sufría de leucemia), que su testimonio no dejó huellas, que la vida perdida de su hija de manera totalmente innecesaria no les conmovió ni un ápice. Le estamos diciendo que la mayoría del Congreso prefiere seguir pretendiendo que no saben que un Código Penal sin causales solo nos seguirá trayendo más y más muertes de Esperancitas. El Congreso Nacional de la República Dominicana, igual que el ejército japonés de la Segunda Guerra, ve a las mujeres solo como instrumentos (en este caso como incubadoras), no como personas.

 

Por cierto, si usted es de las personas que todavía no está de acuerdo con las causales le pido que por favor siga leyendo y considere lo siguiente. Primero, no es cierto que siempre se puede salvar las dos vidas, la de la mujer y la del feto que lleva dentro. Ojalá fuera cierto. El mundo sería un lugar mucho más bonito y yo, igual que usted, también preferiría vivir en ese mundo pero lamentablemente no existe. Si no, pregúntele a los miles de doctoras, doctores, enfermeras y a las asociaciones que les representan que apoyan las causales desde hace décadas porque viven día a día lo que pasa cuando no existe la posibilidad de salvar a la mujer a tiempo como le pasó a Esperancita por leyes como el Código Penal que tenemos.

 

Segundo, contrario a lo que le han dicho en la iglesia, le han malinformado en algunos medios o ha oído de otras personas, las causales no obligan a nadie a hacer nada. Si usted o alguien que conoce está embarazada y se ve en alguna de las circunstancias excepcionales que las causales contemplan (su vida está en peligro, fue víctima de violación o incesto o el feto no sobreviviría al nacer), lo que queremos quienes defendemos las causales es que sea usted o esa persona quien pueda decidir qué hacer. Si por sus creencias personales usted decide continuar con el embarazo, le apoyamos. Si decide no hacerlo, le apoyamos también. Usted o la amiga o familiar en que pensó leyendo esto es un ser humano y, por tanto, tiene derechos y debe ser tratada con la dignidad que toda persona merece. Pero en nuestro país nos hemos acostumbrado a que nuestros derechos son violados con tanta frecuencia que a veces nos importa poco cuando se violan los de las y los demás.

 

Y le cuento todo esto porque imagino que usted no es una persona cínica como muchas de las que tenemos en el Congreso que votaron en contra de las causales y de tantos otros derechos aún estando de acuerdo porque creen que con eso ganan votos. Y ni siquiera eso es cierto porque hace más de 10 años que entre el 60 y el 80% de la población apoya las causales en todas las encuestas en que se ha incluido la pregunta. También están de acuerdo las decenas de miles de mujeres pobres que se ven obligadas a usar hasta perchas para producirse un aborto como explica la antropóloga Tahira Vargas en su columna de esta semana en este mismo periódico.

 

Y esta realidad tiene que ver con el tercer hecho que le propongo tomar en cuenta: prohibir el aborto no hace que desaparezca. De hecho, República Dominicana es uno de los poquísimos países del mundo en que todavía no se incluyen las causales. Prohibiendo el aborto totalmente lo que ocurre es que sólo las mujeres de clase media y alta pueden interrumpir sus embarazos sin poner sus vidas en riesgo (como bien saben los legisladores que mandan sus hijas y amantes a Miami y a Puerto Rico) poniendo a la gran mayoría entre la espada y la pared.

 

Por eso es que también apoyan las causales una multitud de asociaciones profesionales, instituciones académicas como la Academia Dominicana de Ciencias, figuras públicas de todos los ámbitos e incluso grupos religiosos como Católicas por el Derecho a Decidir y Alianza Cristiana Dominicana. (Porque tampoco es cierto que todas las personas creyentes ni todas las religiones condenan el aborto. Si quiere saber más sobre el tema, chequee la columna de Mildred Dolores Mata en este mismo medio). Y recuerde que hace años ya, cuando políticos conservadores metieron el famoso Artículo 37 (en ese entonces Artículo 30) de contrabando en la nueva Constitución, las y los 32 legisladores que votaron en contra y se presentaron en las elecciones siguientes fueron todos reelegidos a pesar de la amplia campaña de descrédito que les había montado la jerarquía de la iglesia católica.

 

Estos días tristes y llenos de cinismo en los que, además, acabamos de perder a Gianna Sangiovanni, me han hecho pensar bastante. Gianna, una de las feministas que más he querido y admirado en mis 29 años en el movimiento, luchadora de toda una vida por los derechos de las mujeres, la comunidad LGTBQ y las y los jóvenes, me diría “Reina de las Antillas, la cosa no es ponernos tristes, la cosa es decidir qué carajo vamos a hacer”. Imaginarme la cara de rebeldía y travesura de Gianna, me recuerda que los momentos tristes también pueden ser de mucho aprendizaje si logramos identificar las lecciones que nos quieren dejar. Para mí, este momento tiene muchas pero la primera es clarísima. Si nuestro Congreso no acaba de entender lo que mandan la dignidad humana, los derechos humanos y la gran mayoría de la población, entonces es un Congreso que tenemos que cambiar.