Ha sido motivo de sorpresa por estos días la aparición de estadísticas de la Organización Mundial de la Salud, en las cuales la República Dominicana aparece ocupando el primer lugar en tasa de muertes por accidentes. La sorpresa no obedece tanto a falta de conocimiento sino a mala memoria, porque un escándalo similar tuvo lugar hace aproximadamente diez años.  Rebuscando entre archivos viejos reproduzco ahora algo que escribí por ese tiempo.

El desorden y la inseguridad del tránsito en nuestro país ha llamado la atención de organismos internacionales, de intelectuales y de la prensa de cualquier parte. “En todo el mundo”, dice la publicación Progressive Economy, “la mayor tasa de muertes por accidentes de tráfico es las 42 muertes de la República Dominicana por cada 100.000 habitantes.  Esto es atribuible al uso muy alto e inseguro de motocicletas: 57% de las muertes por accidentes de tráfico en el país son de conductores o pasajeros de motocicletas, llamados motoconchos; 25% son peatones, y 14% son conductores de automóviles. Otras tasas altas incluyen 38 muertes por cada 100.000 personas en Tailandia (en total, 74 por ciento son conductores y pasajeros de motoconchos allí llamados tuk-tuk); 37 por 100.000 en Venezuela e Irán y 34 por cada 100.000 personas en Nigeria”[1].

Es común escuchar el argumento de que eso obedece al progreso, debido a que ahora mucha gente tiene vehículos, cuando es justamente lo contrario; las tasas de muerte accidental suelen estar inversamente relacionadas con el nivel de riqueza de las naciones. Suecia y la República Dominicana son dos países casi del mismo tamaño, unos diez millones de habitantes cada uno y en 2012 murieron en Suecia 264 personas por accidentes y en nuestro país fueron 4,143 según el reporte de la OMS.

 

En 2014 decía la revista The Economist “El año pasado 264 personas murieron en accidentes automovilísticos en Suecia, un mínimo histórico. Aunque el número de automóviles en circulación y el número de millas conducidas han duplicado desde 1970, el número de muertes de carretera ha disminuido en cuatro quintas partes en el mismo período. Con sólo tres de cada 100.000 suecos que mueren en las carreteras cada año, en comparación con el 5.5 por 100.000 en toda la Unión Europea y 11,4 en Estados Unidos y 40 en la República Dominicana, que tiene el tráfico más mortífero del mundo, las carreteras de Suecia se han convertido en las más seguras del mundo”[2].

 

El número de víctimas es mayor en países pobres en que confluyen por calles y carreteras una pintoresca mezcla de vehículos riesgosos, motocicletas y bicicletas sin atender reglas y hasta animales domésticos, que se combinan con la ausencia de leyes de aplicación universal, policía más débil y fácilmente sobornable e ineficientes servicios médicos de emergencia. Un amigo que me acompañaba mientras hacía malabares para evitar colisionar con un motorista transitando de noche en vía contraria, sin luz y sin casco, se preguntaba si una muerte así se registra en las estadísticas de accidentes o de suicidios.

 

La forma en que opera el trasporte público o en que el comercio ambulante y hasta fijo informal ocupa las aceras y hasta las calzadas, es una de las más visibles manifestaciones de nuestro subdesarrollo. Como decía un reporte del diario digital acento.com “paradas de guaguas, carros y motores en cualquier calle y avenida, sin importar que sea una esquina, o debajo de semáforos… Gran parte de los vehículos no cuentan con las condiciones para circular por las vías públicas, debido a su deterioro progresivo por falta de mantenimiento o por su antigüedad.

 

“A esto se agrega la contaminación que producen con su humareda y el estruendo del sonido de sus motores que en ocasiones aceleran para llamar la atención, que junto al bullicio de la música, el jolgorio de la multitud convierten la zona en un pandemónium… los minibuses, carros del concho y vehículos estacionados ocupando un carril completo y exhibiendo mercancías de todo tipo, impiden que el tránsito fluya con normalidad”.

No hay ningún respeto para las autoridades del tránsito y a ellas parece no importarles mucho. Su presencia en las vías públicas es prácticamente decorativa. La fotografía siguiente fue tomada en una avenida de la ciudad de Santo Domingo durante el año 2013. Invitamos al lector a examinar su contenido y reflexionar hasta qué punto hemos llegado como sociedad.

Se refiere a una publicidad del tipo que es habitual en el cristal trasero de los autobuses del trasporte público dominicano. En este caso, una empresa o “sindicato” de minibuses anuncia con regocijo el nuevo servicio de que disfrutarán sus clientes a partir del 3 de febrero del 2014.  Como dice el texto, ese nuevo servicio incluirá: “cero personas paradas, cero semáforos en rojo, cero manejo temerario, cero irrespeto, y mucho más seguridad y puntualidad”.

Es decir, hacer las cosas que manda la ley es una oferta de excelencia de servicio que se hace a los clientes para ser cumplida ¡a partir del próximo año! Y eso, supongo, debe ser reconocido y constituir motivo de celebración, no solo para los usuarios de la guagua, sino para políticos y policías, jueces y fiscales.

Lo grande del caso es que las guaguas continuaron circulando de la misma manera, mientras el letrero permanecía en su cristal trasero durante muchos años, hasta que, al acercarse el período electoral del 2020, los dueños entendieron que era más rentable alquilar ese espacio a aspirantes políticos.

Las muertes por accidentes son una cosa, pero las discapacidades, mutilaciones y otras consecuencias del manejo irresponsable afectan seriamente a las familias, a las empresas y a los servicios de salud. Decía el extinto Hamlet Hermann en uno de sus artículos “Las muertes en estos casos son usadas para medir la gravedad del problema. Sin embargo, la rehabilitación individual, la disminución del rendimiento productivo es también un problema inmensamente grave. Por cada muerto en incidentes de tránsito se producen 19 lesionados. Así que si hubo cerca de tres mil muertos en estos incidentes, los afectados llegan a cincuenta mil. Eso para no mencionar los “incidentados” en casos que no llegan ni a las compañías de seguros ni a la Policía Nacional para ser registrados como incidentes”.

 

Lo grande es que el dato ha empeorado pues, y en vez de 42 de 2013 ahora son 65 muertes por cada 100,000 habitantes, con el agravante de que ocurre después que funciona el servicio de atención de emergencias 911, que fue establecido justamente para evitar estas cosas.

Además, el desorden en que opera el tránsito vehicular es un ambiente propicio para violar las leyes, incluso para los atracos, el robo, el crimen organizado, el narcotráfico, y para alejar a los estudiantes de las escuelas y universidades y para alejar a los turistas de los centros de atracción históricos con que cuenta la República Dominicana. E incluso para alejar de nuestro país a muchos jóvenes con formación profesional y hogares enteros de la clase media que se resisten a convivir en medio de este caos.

Siempre he pensado que, de todos los graves problemas nacionales, resolver el de tránsito es uno de los que resulta más barato pues, a diferencia de la salud pública, educación, infraestructura, o seguridad social, no amerita tal pacto fiscal para afrontarlo. Solo obligar a motoristas a usar casco, respetar semáforos, o forzar a los vehículos pesados y de transporte público a usar el carril derecho, constituirían una revolución digna de ser reconocida como la mejor obra de gobierno.

[1] The World Health Organization’s Global Status on Road Safety 2013: http://www.who.int/violence_injury_prevention/road_safety_status/2013/en/. Tomado de Progressive Economy <progressiveeconomy@globalworksfoundation.org>

 

[2] The Economist, 26 de febrero, 2014