El abrazo – Oswaldo Guayasamín

El último domingo de cada mes de mayo se celebra el día de las madres en nuestro país. Lejos de pensar en esta celebración solo como una convención para el comercio, es un recordatorio, un día especial para reunir la familia en torno al ser que nos dio la vida. La madre es por tradición  la figura más emblemática de nuestra crianza,  ya que  la mayoría de las veces es su accionar un reflejo del amor incondicional.  Su presencia y aún su ausencia nos sumerge en un río de afectos y vivencias que perduran durante toda nuestra existencia. No es de extrañar que haya sido una figura protagónica desde el origen de la humanidad, así como en las diferentes religiones y culturas; mereciendo una narrativa literaria y visual en todas las artes, incluyendo las ciencias como la historia, la  psicología y la psiquiatría.

En la literatura universal, no siempre las madres aparecen con un perfil psicológico bondadoso, sacrificado o  tierno.   En la tragedia de Eurípides un ejemplo de ello es la crueldad e irracionalidad de Medea,  quien asesina  a sus propios  hijos al ser traicionada por  el padre de los mismos.  En la novela Ana Karenina de León Tolstoi, este nos presenta a una madre y mujer casada que  se enamora de un joven militar sacrificando a su familia por un  amor obsesivo y fatal.  Por otra parte,  tenemos en La Madre de Máximo Gorki  a  una madre abnegada y revolucionaria que junto a su hijo lucha por los derechos de los trabajadores. Existen otras, castradoras y autoritarias como la Bernarda Alba de la Casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca.

Desde La Mamma basado en la historia de vida de la madre  de Mario Puzo que cuenta la historia de la familia Angeluzzi-Corbos, una familia de inmigrantes viviendo en la ciudad de Nueva York. Es la madre Lucía Santa, mujer con gran  carácter  quien hace que la familia sobreviva a los  golpes del destino como  la  gran depresión y los últimos días de la segunda guerra mundial hasta la madre más surrealista como la Úrsula Iguarán en Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, una matriarca que sostiene la familia, el pueblo y la memoria de Macondo;   existe algo común en ellas y es que han sido modelos para los personajes maternos de estos  escritores y que por lo general proyectan  en  sus  obras literarias,   experiencias y vivencias familiares propias que las inmortalizan y en  cuya narrativa  el lector puede verse reflejado.  En Mi madre, el escritor marroquí Tahar Ben Jelloun, retrata a su madre aquejada de Alzheimer, rindiendo tributo a su   generosa entrega a  la familia.  Dice de su madre «Mi madre me ha devuelto a la infancia. Para ella, no he crecido. Sigo siendo el niño flacucho que ella mimaba en Fez cuando caía enfermo.» «Quiero a mi madre por lo que es, por lo que me ha dado y porque ese amor es casi religioso.»

Asimismo, el escritor Albert Cohen, hijo único,  expresa  en El libro de mi madre :    «Todas las demás mujeres tienen su pequeño yo autónomo, su vida, su sed de felicidad personal, su sueño que protegen […]. Mi madre no tenía yo, sino un hijo.»,  «Llorar a la madre es llorar la infancia. El hombre quiere su infancia, quiere recuperarla, y si ama más a su madre conforme avanza en edad es porque su madre es su infancia.» .  De igual manera en Mi madre   Richard Ford, también hijo único,  declara el propósito de su  obra: «El acto y el ejercicio de abordar la vida de mi madre es, por supuesto, un acto de amor».

Más recientemente tenemos algunas obras autobiográficas  como Tú no eres como otras madres de la escritora Angelika Schrobsdorff donde reconstruye la vida real e inconformista de su madre; un relato veraz de una época (la de antes, durante y después del III Reich)   y  También esto pasará de la escritora Milena Tusquets,  donde se expone el amor de una hija hacia una madre dominante y compleja: « Me observaste enamorarme y desenamorarme, romperme la crisma y volver a ponerme de pie, desde una distancia prudencial, disfrutando mi felicidad y dejándome sufrir en paz, sin aspavientos ni demasiadas indicaciones. En parte consciente, supongo, de que el amor de mi vida eras tú y que ningún otro amor huracanado podría con el tuyo. Después de todo, amamos como nos han amado en la infancia, y los amores posteriores suelen ser solo una réplica del  primer amor. Te debo, pues, todos mis amores posteriores».